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Summary: Esta vida no se trata de ti, sino del Rey supremo.

Son las 3 de la mañana, el bebé comienza a llorar, el esposo escucha el llanto y se vuelve a acomodar. La esposa escucha el llanto, y se vuelve a acomodar. Cada uno piensa: “Anoche, yo me levante”, “Estoy cansando y al rato tengo que levantarme para ir a trabajar” ¿Quién irá a atender al bebé?

Es sábado después del medio día. Vas camino a casa pensando cuánto quieres descansar y pasar una tarde y noche tranquila para ti mismo. Al llegar, tu mamá quiere que la lleves a visitar a la tía toñita que está enferma otra vez. Ves como se esfuma tú sábado tranquilo y cómodo. ¿Qué haces? ¿Te enojas? ¿Vas o no vas?

Viene tu hijo y te dice: “Mami o papi, ayúdame con mi tarea, no entiendo estas operaciones matemáticas”, pero esto, en el momento más inoportuno para ti, porque es la hora tan esperada, es la hora de tu serie favorita al final de la temporada ¿Lo ayudarás o lo regañarás por no haberte preguntado antes?

Tu autoridad te ha dado una instrucción, quizá tu jefe, tus maestros, tus padres, tu líder de ministerio. No está mal lo que te pide pero sí implica un poco más de trabajo para ti. O quizá no es tanto lo que te pidió sino la forma en la que te lo pidió. Sientes que hay algo en ti que rehúsa someterse. ¿Qué harás? ¿Seguirás la instrucción de la autoridad? ¿O hablarás a sus espaldas? ¿Te quejarás? O ¿Simplemente te rebelarás?

¿Por qué cuando estamos en situaciones así hay algo en nuestro interior que nos oprime, que nos altera, que nos dice: “no es justo”, ¿Por qué yo tengo que hacerlo? ¿Por qué no hacerlo cuando yo quiera, por qué ahora?

Porque todos tenemos la tendencia de ver nuestras vidas como nuestro pequeño reino, donde somos los soberanos absolutos y queremos regir nuestro mundo de acuerdo con nuestros propios deseos, pensamientos y anhelos. Nos tomamos demasiado en serio. Tendemos a enfocarnos en nosotros mismos. Sentimos que la vida nos debe algo y por ende, la gente a nuestro alrededor. Exigimos las cosas que deseamos. En una palabra, nos ponemos en el centro del universo. Tenemos la primacía en nuestro pequeño reino.

Creemos que esta vida se trata de nosotros y como los soberanos de nuestro reino decimos: Mis deseos primero, Mi comodidad primero, Mis intereses primero, Mis preferencias primero, Mis ideas primero. Demandamos: “Sírvanme”; “Denme”; “Si no va ser para mí, entonces para nadie”.

Debido a la caída de la humanidad en pecado, nuestra tendencia es a querer vivir como si esta vida se tratará de nosotros, como el centro del universo. Pero la Biblia nos enseña con toda claridad que éste no es el caso. Esta vida no se trata de nosotros. De hecho, para esto vino Cristo.

2 Corintios 5:15 dice: “Y él [Cristo] murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado.”

El Señor Jesucristo vino para que las cosas sean diferentes. Nuestra Fe en Cristo nos lleva a retirarnos del centro del universo y vivir de acuerdo con la verdad de Dios. Porque no somos nosotros “El Gran Yo”, sino es el Señor Jesucristo. “El Gran Yo soy”, el que dijo, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy el buen Pastor, “Yo soy el camino la verdad y la Vida”. El está en el centro de nuestro universo y nuestras vidas. Ya no vivimos para nosotros mismos, sino para él.

En Colosenses capítulo 1, el apóstol nos enseña de esta supremacía de Cristo en la vida de todos los que están en una relación creciente con Dios por medio de Jesús. Esta vida ya no se trata de nosotros, sino de vivir para Él.

El apóstol en los versículos 13 y 14 nos habla de nuestra reubicación. “Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados”.

Por su gracia, Dios ha reubicado a los que creen en Cristo en un nuevo reino. La persona que no cree en Jesús pertenece a un reino caracterizado por la oscuridad: oscuridad espiritual, oscuridad de fe, de pensamiento, de voluntad, de corazón. La oscuridad reina sobre el que no está en Cristo. En esa oscuridad, se tiene la ilusión de que uno es el señor de su propia vida, pero lo que uno no sabe ni se da cuenta es que no es más que un esclavo ciego a sus propios pecados, dominado por sus propias pasiones y deseos, llevado de aquí para allá por las ideas de moda, y tomando decisión necia, tras decisión necia. En una palabra, el que está bajo el dominio de la oscuridad, va destruyendo poco a poco su vida.

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