Summary: Perdonemos, pues hemos sido perdonados

El Perdón 18/05/08

Colosenses 3:12-13

Intro: Una de las prácticas más importantes y necesarias en nuestras relaciones en general, y particularmente en la familia, es el perdón. Perdonar se hace indispensable porque en la familia vivimos varios pecadores juntos y tarde o temprano nos haremos daño el uno al otro.

Papá puede con mucha facilidad ofender a mamá. Mamá puede hablar mal de papá. El hermano puede ser egoísta con su hermanito. El hijo puede desobedecer al padre. Los suegros pueden entrometerse en el matrimonio de sus hijos. El primo puede estafar al tío…en fin…las relaciones familiares se complican por el pecado.

Y cuando alguien en la familia hace algo malo o desagradable en contra de nosotros, adquieren con nosotros, una especie de “deuda” que sentimos que debemos cobrar a la brevedad posible. Ese cobro de la deuda puede ser de varios modos (algunos de ellos los vimos reflejados en el sketch):

1. Guardamos coraje o rencor en nuestro corazón. Y nos volvemos rumiantes del enojo. Nos quedamos pensando y recordando lo que nos hicieron: “No lo voy a perdonar más…esta vez no”.

2. Guardamos nuestra lista de faltas para sacarla a relucir cada vez que se ofrezca la oportunidad. Nos ponemos muy históricos y nos pasamos repitiendo las faltas que ha cometido la otra persona desde el día que la conocimos. Decimos: “Yo perdono, pero no olvido”.

3. Hablamos mal de la otra persona, chismeamos, nos quejamos, nos alejamos.

4. Comenzamos a justificarnos a nosotros mismos para no buscar la reconciliación…”Si cedo, abusará de mí”. “Siempre soy yo quien busca la reconciliación”, “No tengo ganas de perdonarlo”…

En fin, retenemos al ofensor como “deudor” el mayor tiempo posible. Pero la verdad es que en nuestras relaciones en general, y especialmente en la familia, lo único que podrá destrabar las relaciones atoradas, restaurar las relaciones rotas, reencausar los afectos correctos, es precisamente el perdón. La gente que te ofende, no puede reparar totalmente el daño aunque se esfuerce, siempre es necesario, tomar la decisión de cancelar la deuda. Precisamente eso es el perdón, “cancelar la deuda y tratar con misericordia al ofensor”.

Esto se oye muy bien, pero cuando estamos en la situación no nos parece tan atractivo después de todo:

• Cuando volvió a llegar tarde y no cumplió su palabra.

• Cuando nos dejó mal delante de los amigos.

• Cuando tu hermano(a) volvió a tomar tus cosas sin autorización.

• Cuando nuestro familiar nos juzgó injustamente.

• Cuando nos dejaron solos para afrontar alguna situación difícil.

• Cuando buscaron su comodidad egoístamente.

Las situaciones pueden seguir y seguir…ya seamos esposos, esposas, hijos, hijas, hermanos, hermanas, tíos, primos, abuelos…las relaciones en la familia son una verdadera fábrica de situaciones que ponen a prueba nuestros corazones y hacen necesaria la práctica constante del perdón. Nos es muy difícil cancelar la deuda y tratar con misericordia al familiar que nos ha ofendido.

Las buenas noticias es que la Biblia habla muchísimo del perdón. El tema del perdón abarca varios pasajes de la Escritura. Estas son buenas noticias para nosotros que carecemos de esa habilidad especial para perdonar. Dios, en su gracia, nos instruye en pasajes como el que estamos considerando hoy en Colosenses 3:12-13. No podemos en un solo sermón decir todo lo que podríamos decir del perdón, pero consideraremos las verdades encerradas en este pasaje para aplicarlas en el contexto de nuestras relaciones en general, y en especial en la familia.

El pasaje comienza con un llamado a la acción usando una descripción de la identidad de los creyentes. Es decir, Pablo se refiere a los creyentes usando tres palabras descriptivas de su relación con Dios. Dice así en el versículo 12, capítulo 3 de Colosenses: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados…”. Tres palabras muy importantes para nosotros que luchamos con perdonar a otros: ESCOGIDOS DE DIOS, SANTOS Y AMADOS.

Estas palabras definen la identidad de los que están en una relación creciente con Cristo; aquellos que han experimentado la gracia y el amor de Dios en sus vidas por medio de la fe. El apóstol se refiere a nosotros primeramente como escogidos de Dios. ¡Qué privilegio! Sabemos (y nos lo ha dicho en otras partes de la epístola) que esa elección de Dios no tuvo que ver nada con algo que nosotros hubiéramos hecho; no fue por ser buenos o ser religiosos…¡No! Nada de eso. Esa elección de Dios fue de pura gracia. Aunque no lo merecemos, por amor Él quiso elegirnos para sí mismo.

No sólo eso, ahora nos llama “Santos”. “Santo” quiere decir “apartado” o “separado” para Dios. Se retira de un uso común o profano y se separa para un uso sagrado. El apóstol describe a los que están en Cristo como “santos”. Si junto a ti hay un verdadero creyente en Jesucristo, estás sentado junto a un “santo”. Una persona que ha sido separada o apartada con la finalidad de servir o glorificar a Dios.

Por último nos llama: “Amados”. ¡Qué hermoso! Somos amados no por el ser humano, sino por Dios. Somos el objeto de su amor. Lo demostró cuando envió a su hijo Jesucristo cuando aun éramos enemigos de Dios y no queríamos nada con Él. El amor de Dios ha llenado nuestros corazones. El amor de Dios en nosotros nos impulsa a vivir por Él y para Él.

Escogidos de Dios, Santos para Dios, Amados por Dios…todo esto es muy importante porque nos debe quedar muy claro que lo que dirá a continuación no se trata de iniciativa del poder humano o de esforzarse con disciplina terrenal, sino que todo lo que dirá a continuación está basado en lo que somos en Cristo. Está basado en nuestra identidad renovada como personas que estamos en una relación creciente con Cristo. Es en virtud de nuestra posición en Cristo que podremos hacer lo que se nos pide a continuación.

El versículo 12 continúa diciendo “vestíos” o “revestíos”. Anteriormente el pasaje y en otros pasajes paralelos se nos dice “despojaos” o “quítense” hábitos, actitudes, acciones que están en contra de lo que ahora son en Cristo. Ahora nos dice “vístanse” o “Póngase” una nueva vestidura que vaya de acuerdo con su nueva identidad en Cristo (como escogidos, santos y amados). Nos provee luego 5 elementos con los cuáles vestirnos: 1. Entrañable misericordia (tierna compasión) 2. Benignidad (bondad) 3.Humildad; 4.Mansedumbre (amabilidad); 5. Paciencia.

Estas son palabras que suenan muy bonitas. Pero no están allí para que llenemos nuestra cabeza de palabras bonitas e ideales. Sino son rasgos de carácter que deben ser parte de nuestra vida diaria. ¿Conoces a alguien lleno de entrañable misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia en sus relaciones con los demás? Porque esto es algo que se muestra en la relación con los demás. Todo esto es respecto a los demás. Para ser misericordioso, benigno, humilde, manso y paciente tienes que vivir y convivir con otras personas para que puedas actuar así hacia ellos.

Estos rasgos describen el carácter de Jesucristo. Es decir, que lo que debemos buscar en virtud de ser “escogidos, santos y amados” (en virtud de estar en una relación creciente con Cristo), es participar del carácter de Cristo.

¿Te imaginas cómo mejorarían tus relaciones con los miembros de tu familia si pudieras verlos con misericordia cuando te fallen, sabiendo que tú también estás en el mismo barco con ellos y fallas infinidad de veces?

¿Cómo traerías bendición a tus familiares si fueras bueno o benigno con ellos…si pensarás primero en ellos, si buscarás su bien antes que el tuyo como esposo, como hijo, como hermano, como abuelo?

¿Qué pasaría si trataras a tu familia con un profundo sentido de humildad, haciendo a un lado el orgullo o la soberbia con que a veces tratamos a las personas que tenemos más cerca?

¿Imagínate cuánto podría acercase a ti tu familia si fueras amable o manso? ¿Cómo mejoraría increíblemente tu comunicación con tus hijos o tus hermanos si no tuvieras esa respuesta áspera o airada cada vez que te dicen algo que no te agrada?

¡Cuán distintas serían las cosas si pudiéramos ejercer paciencia en el hogar! En vez de alterarnos o desanimarnos, podríamos resistir e intentar de nuevo, ejerciendo paciencia ante los embates relaciones en la familia.

En fin, estos 5 elementos son clave para nuestra vida. Por eso el apóstol, recordándonos quiénes somos (escogidos, santos y amados) nos indica la nueva vestidura que nos debe caracterizar y que es nuestra por estar en Cristo. Es el carácter de Cristo que Dios está forjando en nuestros corazones. Todo viene de Dios y es para Dios.

Ahora bien, el versículo 13 nos lleva a un nivel muy relevante de aplicación. Nos dice: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Nuestra nueva identidad en Cristo (escogidos, santos, amados) y nuestro nuevo carácter en Cristo (misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia) aterrizan en dos cosas muy prácticas y muy cotidianas.

Primero, “soportarse los unos a los otros”. Las personas son diferentes a nosotros; tienen preferencias, gustos, habilidad, debilidades, limitaciones, diferentes a las nuestras y al convivir con ellas, perdemos la paciencia y pecamos contra ellas. Pero el que está en una relación creciente con Cristo debe aprender a “soportar”, a vivir a pesar de esas diferencias, a tolerar las diferencias, de los que le rodean. Sí, debemos aprender a convivir y a amar al hermano que no es tan ordenado como nosotros, al papá que ronca en las noches, al tío que es muy ruidoso al conversar, a la nuera que no hace el frijol con puerco como nosotros, al hijo que no aprende tan rápido a sacar la raíz cuadrada como nosotros…en fin, si hemos experimentado la gracia de Dios, y nos caracteriza el carácter de Cristo, debemos aprender a amarnos los unos a los otros a pesar de las diferencias marcadas que hay entre nosotros.

Pero hay un segundo nivel de esto. La segunda aplicación ya no tiene que ver con diferencia de gustos, sino ya tiene que ver con pecado. Cuando la gente que más queremos (nuestra familia por ejemplo) peca contra nosotros, la Escritura aquí nos dice que debemos practicar el perdón. Estos verbos están en un tiempo que indica acción continua. El perdón es algo que constantemente debemos practicar. Como dice el pasaje: “Si alguno tuviere queja contra otro”, nuestro primer impulso debe ser siempre “perdonar”. La Biblia está a favor del perdón. Por eso no cabe decir: “Esta vez no lo voy a perdonar”. El perdón es un deber bíblico.

Dios tiene toda la autoridad para pedirnos esto porque Él mismo lo ha hecho, lo hace y lo hará para con nosotros. Al final del versículo nos dice: “De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”. Esto es tremendo. La medida del perdón no es mi propia paciencia, o el mérito del ofensor, o la gravedad de la ofensa. La medida del perdón es el perdón que hemos recibido del Padre. Es decir, no te fijes tanto en la ofensa que tienes que perdonar, fíjate más bien en el perdón que has recibido del Padre. No mires si merece ser perdonado o no tu ofensor, considera cómo el Padre ha tratado con tus ofensas hacia él. Mientras sigas aferrándote a lo que te hicieron, minimizaras tus ofensas perdonadas por Dios. Mientras más consciente seas del gran perdón que has recibido más atractivo será perdonar a los que te ofenden.

Estos dos versículos son de mucha ayuda para nosotros que luchamos con perdonar a los que nos ofenden, y sobre todo en el contexto de la familia. Nos recuerdan la identidad que hemos recibido por gracia (escogidos, santos, amados), Nos recuerdan nuestra nueva vestidura interna (misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia). Estas realidades espirituales nos habilitan y capacitan para poder sobrellevar las diferencias individuales y a perdonar las faltas en nuestra contra de las personas que nos rodean. Puesto que Dios nos ha mostrado su gran amor podemos practicar estas cosas hacia los demás. Por eso hermano, “Perdonemos, pues hemos sido perdonados”. La base del otorgamiento del perdón está en haber recibido el perdón divino.

Amigo que nos visitas, quizá estás viviendo relaciones rotas porque no has querido perdonar a tus ofensores. Te animo a que consideres iniciar una relación con Cristo para que puedas experimentar su perdón maravilloso y que esto te lleve a dar pasos de perdón y reconciliación con las personas con las que estás distanciado.

Hermano, quizá este día estás guardando rencor contra algún miembro de tu familia, quizá alguno de tus padres, quizá tu cónyuge, alguno de tus hermanos, tus hijos o algún familiar sanguíneo o político. Hoy es día que canceles la deuda y trates con misericordia a tu ofensor. Si estás en Cristo, tu nueva identidad y el nuevo carácter de Cristo desarrollándose en ti, te impulsan para que con la gracia de Dios, puedas expresar esas dos palabras que transforman las relaciones y las vidas: “Te perdono”, “cancelo la deuda”, te voy a tratar como Cristo me ha tratado a mí. Te perdono porque he sido perdonado. No esperes más, hoy es el día de arreglar las cosas; hoy es el día de reflejar el carácter perdonador de Cristo. Perdonemos, pues hemos sido perdonados.