Summary: Cuando has sido irresponsable, lo más responsable es restituir

Restitución

Intro: Todo este mes hemos estado hablando de la importancia de tomar responsabilidad por nuestros actos, actitudes y palabras. Se nos ha dicho que cumplamos nuestra palabra, que terminemos lo que empecemos, que aprendamos a decir no y que seamos diligentes en lo hagamos. Hemos escuchado verdades bíblicas importantes que tienen aplicación inmediata en todas las esferas de nuestras vidas (familia, trabajo, relaciones, iglesia, etc.).

Ahora bien, siendo sinceros, todos luchamos con este asunto de ser responsables. En algún momento de nuestras vidas hemos fallado en cumplir nuestra palabra, en terminar lo que empezamos, quizá dijimos “sí” cuando lo más prudente hubiera sido decir “no” o hemos sido negligentes en las cosas que requerían nuestra atención; con todo esto quizá hemos dañado a personas que nos rodean, hemos dejado “plantadas” a personas, hemos afectado materialmente a personas, en fin, con nuestra irresponsabilidad alguna vez hemos dañado a los demás.

¿Qué haces cuando sabes que has sido irresponsable y por lo tanto has dañado a alguien más? ¿Cómo actuar responsablemente cuando has sido irresponsable?

Por supuesto, lo primero es que reconozcas tu falta. Es decir, que asumas la responsabilidad de lo que has hecho y has causado. A muchos de nosotros se nos hace muy difícil dar este primera paso. Algunos negamos que hayamos causado algún problema; otros echan la culpa a los demás; aun otros más tratan de justificarse o dar excusas de su conducta. Pero como personas que estamos en una relación con Cristo, somos llamados a asumir nuestra responsabilidad. Es decir, reconocer nuestras faltas y el daño que hemos causados con una clara disposición a reparar el daño.

Pero hay un segundo paso para el que quiere ser responsable cuando ha sido irresponsable y esto es lo que llama: Restitución. No basta con reconocer que soy el responsable de daño causado, sino que hay que restituir el daño que causé. No basta con confesar y pedir perdón, sino hay que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para restituir o compensar al afectado por el daño que hemos causado. Por supuesto, sabemos que hay ocasiones que la pérdida que causamos no se puede restituir, pero aun así el ofendido debe ver nuestra clara y decidida disposición y humildad para hacer lo que sea necesario para tratar de compensarlos por el daño causado.

Ya desde el Antiguo Testamento, en la Ley de Moisés encontramos establecido este principio de restitución. Por ejemplo, allá en Éxodo 22 encontramos algunos casos modelo:

v. 1 »Si alguien roba un toro o una oveja, y lo mata o lo vende, deberá devolver cinco cabezas de ganado por el toro, y cuatro ovejas por la oveja.

En este caso hubo acción intencionada de robo y de beneficio personal con la propiedad de alguien más. Lo que debía hacer para restituir el daño era entregar 5 cabezas de ganado si se trataba de un toro robado o cuatro ovejas si se trataba de una oveja robada.

v. 4 »Si el animal robado se halla en su poder y todavía con vida, deberá restituirlo doble, ya sea que se trate de un toro, un asno o una oveja.

En este caso, el animal robado estaba vivo y todavía en posesión del ladrón, para restituir debía dar dos animales según que se hubiera robado.

En estos casos vemos una acción intencionada de causarle mal a otra persona y la restitución consistía en devolver no sólo que se había robado, sino entregaba aun más de lo robado.

Hay aun más otro ejemplo en el v. 5 »Si alguien apacienta su ganado en un campo o en una viña, y por dejar a sus animales sueltos ellos pastan en campo ajeno, el dueño del animal deberá reparar el daño con lo mejor de su cosecha.

En este caso, ya no se trata de una acción dolosa, sino más bien de una negligencia, descuido o irresponsabilidad. Los animales sueltos invadían el campo de otro y dañaban su cosecha. ¿Qué debía hacer el dueño irresponsable de los animales? Debía restituir el daño dando al afectado lo mejor de su propia cosecha. No sólo de daría parte de su cosecha, sino lo mejor de su cosecha.

Cuando pensamos en la restitución pensamos que se trata nada más de dar el equivalente al daño a causado. Es decir, si te quité dos, te devuelvo dos y estamos “a mano”. Pero cuando analizamos la Escritura vemos que la restitución no sólo se trataba meramente de reparar el daño causado ya sea intencionalmente o por descuido; sino que la restitución bíblica implica dar aun más de lo que hemos dañado a la otra persona. Si me quitaste tres, no sólo me devuelves tres, sino me devuelves tres, más un tanto más. Como podemos ver nuestro sentido de “justicia” no alcanza el estándar bíblico. Nosotros quizá pensaríamos: “ya te devolví lo que te dañé, ya estamos parejos”. Pero el principio que emana de la Escritura es mucho más elevado: “Estaremos a mano, cuando yo te repare el daño, más un tanto más por todo lo que te he perjudicado”.

Según la Escritura, una persona está siendo responsable cuando ha sido irresponsable, cuando restituye el daño causado no meramente reparando el daño, sino dando aun más por todo lo que perjudicó a la otra persona.

Este principio bíblico lo vemos representado y aplicado en la vida de un hombre rico de Jericó. Su historia la encontramos en Lucas 19:1-10.

Jesús entró a la ciudad a la ciudad de Jericó. Los versículo 2 y 3 nos describen a un hombre con quien Jesús tuvo un encuentro inusual. (leyendo de la Biblia de las Américas). Su nombre era “Zaqueo, que era jefe de los recaudadores de impuestos y era rico, trataba de ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, ya que él era de pequeña estatura”.

En estos dos versículos se nos dice mucho acerca de Zaqueo. Era un recaudador de impuestos o un publicano. Es decir, era una persona que tenía el trabajo de cobrar los impuestos a sus compatriotas judíos para entregarlos a Roma. Pero las personas como Zaqueo tenían la fama de robarle o traicionar a sus compatriotas en el sentido de que si Roma les pedía 3, ellos pedía 5, de esta manera estafando y enriqueciéndose ilícitamente a expensas del pueblo oprimido.

Pues este Zaqueo no sólo era un cobrador de impuestos, sino era jefe de los cobradores de impuestos. O sea, que la parte que le correspondía de la mafia de los publicanos era mayor. Nos dice el texto que era rico (no pregunten cómo se había enriquecido) y además, era bajo de estatura. Un chaparrito, petulante, rico y poderoso...ya se han de imaginar la “reputación” que tenía este Zaqueo en Jericó y como “quería” la gente.

Pero ese día sucedió algo impresionante. Ese hombre indeseable para sus compatriotas estaba mostrando un deseo vehemente: ¡Quería ver a Jesús! Trataba de hacerlo entre la gente, pero no alcanzaba debido a su estatura y en un signo de vehemencia y desesperación, hizo algo sorprendente. Nos dice el versículo 4 “Y corriendo delante, se subió a un sicómoro para verle, porque Jesús estaba a punto de pasar por allí”. Zaqueo, el jefe de los publicanos, se encarama en un árbol pequeño para tener una vista aérea de Jesús al pasar.

Pero lo que no sabía aquel que buscaba desesperadamente ver a Jesús, es que Jesús ya lo había encontrado. Dice el versículo 5: “Cuando Jesús llegó al lugar, miró hacia arriba y le dijo: Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy debo quedarme en tu casa. Entonces él se apresuró a descender y le recibió con gozo” Esta es la gracia de Dios en Jesucristo que alcanza a personas inusitadas, en sitios inusitados. Es la gracia de Dios que encuentra al pecador y le ofrece una relación creciente e íntima.

Esto era algo inaudito. El rabí, el Maestro estaba hospedado en la casa del peor pecador de Jericó (v7). Ese era el comentario y la noticia en Jericó ese día. Lo que no sabían es que algo importante y tremendo había ocurrido en la vida de este despreciable hombre de Jericó. Había conocido a Jesús y su vida esta ya siendo transformada.

Ahora quizá te estás preguntado...¿Y qué tiene que ver todo esto con la restitución que era el tema de este sermón? Ah...aquí está la conexión entre la historia del encuentro de Zaqueo con Jesús y la restitución. El versículo 8 dice: “Y Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguno, se lo restituiré cuadruplicado. Ese día Zaqueo había sido encontrado por Cristo y estaba comenzando una relación creciente con él. Ese día también Zaqueo entendió que había sido irresponsable en su vida pasada, que había sido egoísta, avaro y había dañado a gente al pedir más impuestos de los que Roma exigía. Pero también entendió que si estaba arrepentido de todo esto, su vida tenía que mostrar un giro o cambio total. Asumiendo la responsabilidad por sus acciones pasadas dice: Doy la mitad de mis bienes a los pobres (Si antes quité, ahora doy) y luego, vemos el principio de restitución: “Si a alguien robe, estoy listo para restituirlo cuatro veces el daño causado”. No sólo se trataba de devolver lo robado o lo defraudado, sino iba a obedecer el principio bíblico de la restitución dando mucho más de lo que había tomado irresponsablemente.

Zaqueo entendió ese día que si estaba arrepentido y si iniciaba una relación creciente con Cristo se debía reflejar en sus acciones, y que la restitución del daño causado a los demás era una señal del arrepentimiento sincero en su corazón. Porque cuando hemos sido irresponsables, lo más responsable que podemos hacer es restituir. Sí, hermanos, “Cuando has sido irresponsable, lo más responsable es restituir”.

Todos alguna vez fallaremos irresponsablemente en cumplir nuestra palabra, en terminar lo que hayamos empezado, en decir “sí” y fallar porque lo prudente hubiera sido decir “no”, en no ser diligentes en hacer las cosas que debemos; pero cuando esto ocurra, no te escondas, no huyas, no des excusas ni te justifiques, no eches la culpa a los demás, sino asume tu responsabilidad y restituye el daño. Porque cuando has sido irresponsable, lo más responsable es restituir.

Mira las palabras de Jesús en los versículo 9-10 en respuesta a la evidencia de arrepentimiento que daba Zaqueo al querer restituir a sus agraviados: “Y Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa, ya que él también es hijo de Abraham; porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

Las palabras de Zaqueo daban evidencia de que la gracia de Dios lo había alcanzado y su transformación interna había iniciado. Ese día Zaqueo conoció la gracia de Dios y el peor de los pecadores de Jericó se convirtió en un discípulo de Jesús. El hijo del hombre lo había encontrado lo que se había perdido.

Si nosotros también hemos sido alcanzados por esa gracia maravillosa de Dios, nuestra vida también de dar esa evidencia de un genuino arrepentimiento. Por la gracia de Dios, si has sido irresponsable, lo que va a demostrar que estás arrepentido y que deseas ser responsable para la gloria de Cristo, es precisamente buscar a esa persona a quien afectaste y restituirle bíblicamente el daño. Recuerda, no se trata meramente de reparar el daño, sino de dar más por todo lo que afectaste a tu prójimo.

Quizá pediste prestado dinero a algún amigo o hermano y se ha cumplido el plazo acordado y no lo has devuelto. Quizá te has estado escondiendo de la persona, quizá has estado dando excusas, probablemente hasta tienes el dinero, pero no le das prioridad a tu deuda. Pero ahora te estás dando cuenta de que alguien que ha sido alcanzado por la gracia de Cristo, no debe proceder así. Deja de huir y esconderte, asumiendo tu responsabilidad en este asunto. Ve con tu hermano y restituye el daño a la manera bíblica. La restitución bíblica es lo más responsable que puedes hacer cuando has sido irresponsable.

Quizá joven tus amigos te han dado prestado algo (libros, CDs, películas, etc.) y los has tenido por “siglos”. Quizá ya hasta se perdieron o se dañaron. Talvez piensas “Ya ni se acuerda”. Lo más responsable que puedes hacer cuando has sido irresponsable es restituir el daño a la manera bíblica.

Quizá hay un trabajo que debías entregar a un cliente desde hace mucho tiempo y no lo has hecho. Busca la manera bíblica de restituir a ese cliente, no meramente reparando el daño causado sino yendo la milla extra por todo lo que lo has afectado.

Quizá como padre no has sido responsable en cumplir tu palabra a tus hijos y puedes ver los efectos que ya tiene esto en ellos. Tal vez los has decepcionado tantas veces que les resulta difícil confiar en tus promesas. Lo más responsable que puedes hacer es restituir el tiempo perdido. Se intencional en buscar oportunidades de mostrar que quieres ser responsable con ellos.

Quizá tu hijo o hija rompió algo en el supermercado o en casa de otra persona. Aunque la tentación sería hacer como si nada hubiera pasado, no cedas, sé responsable y enséñale a tu hijo o hija que es necesario restituir el daño, aunque sea algo trivial como un vaso o un papel, porque lo importante no, necesariamente, es el valor del objeto, sino la práctica bíblica de la restitución.

Ciertamente nadie está exento de fallar en su responsabilidad. Pero los que hemos conocido la gracia de Dios en Cristo, hemos sido habilitados por Él para ser responsables en los casos en los que hemos sido irresponsables. Los cristianos no son personas perfectas, pero son personas que aun en sus momentos más bajos, pueden reconocer la gracia de Dios y obedecerle, aunque sea difícil. Por eso hermanos, si hemos fallado, con humildad, asumamos nuestra responsabilidad y restituyamos el daño a la manera bíblica. La restitución es un fruto del genuino arrepentimiento y la promesa es que

el Señor da mayor gracia al que se humilla delante de él y hace caso a Su Palabra para la gloria del Padre.