Summary: Dios quiere que entendamos que no todos van a creer y cómo responder ante la incredulidad.

Hay incredulidad por todo el mundo ¿verdad? Los enemigos de Cristo no solamente se encuentran en los paises extranjeros controlados por el budhaísmo o el islamismo, sino que los enemigos de la verdadera fe cristiana nos rodean aún aquí en México en donde más que 90% de la población profiesa la fe cristiana. Hay muchos incrédulos en el mundo y aún aquí en nuestra ciudad, porque un incrédulo realmente es cualquier persona que no crea que Jesucristo es el Hijo de Dios y el único salvador de la muerte eterna. Repito, un incrédulo es cualquier persona que no crea que Jesucristo es el Hijo de Dios y el único salvador de la muerte eterna. Y entonces cualquier persona que dice que es cristiano pero luego dice que nuestra salvación depende de lo que hacemos nosotros o que dice que Jesucristo no es el verdadero Dios es un incrédulo, punto.

Y entonces, ¿cómo responderemos ante los muchos incrédulos que nos rodean en este mundo? Esta es la pregunta que vamos a considerar hoy y esta es la pregunta que Jesucristo nos contesta en la parábola que sirve como el santo evangelio para hoy. Entonces, qué escuchen otra vez el evangelio para el día de hoy que se encuentra en San Mateo 13:24-30; 36-43, y qué piensen en cómo quiere Cristo que respondamos ante los muchos incrédulos de este mundo?

Por siglos cristianos han respondido ante los incrédulos de este mundo en varias maneras: Durante la época de la inquisición y las cruzadas, la iglesia católica en su celo, mató a miles de personas porque pensaba que era la voluntad de Dios que la iglesia quitara de este mundo a todos los que no eran de la fe católica. Hoy en día muchas iglesias van al otro extremo, diciendo que no importa lo que cree una persona, que todos van al cielo. Pero vemos aquí en esta parábola cómo Cristo quiere que respondamos ante los incrédulos de este mundo. Primero quiere que reconozcamos de donde vienen ellos, y luego que aceptemos su presencia en este mundo como la voluntad de Dios, y tercero, que estémos seguros de su destino...

I. Reconocer de donde vienen

San Mateo nos dice que un día, Cristo salió de la casa en que se estaba quedando y caminó hasta la playa, y dado que mucha gente le siguieron, Cristo se sentó en una barca para enseñarles a ellos. Y bueno, el metodo preferido de Cristo para enseñar a la gente fue el de usar parábolas. Conocemos muy bien muchas de las parábolas de Cristo, pero ¿qué realmente es una parábola? Una definición sencilla de la palabra parábola es la siguiente: es una historia terrenal con un significado celestial. Repito, una parábola es una historia terrenal con un significado celestial. Cristo usó ilustraciones de la vida diaria para que entendamos los misterios grandiosos del reino del cielo, o sea, del reinado de Cristo de entre nosotros y su plan de salvación. Y entonces, aquí en el texto para esta mañana, usa la ilustración del campo...

Dice, “Un hombre sembró buena semilla en su campo.” Y Jesús nos explica que este hombre es el Hijo del Hombre, que es el nombre que Cristo usó para referirse a sí mismo. Además nos dice que el campo es el mundo y la buena semilla son los hijos del reino, o sea, nosotros que creemos. Pero sabemos que por naturaleza nosotros no somos buena semilla ¿verdad? No merecemos ser los hijos de Dios. Pues, de esta misma parábola proviene la frase muy conocida, “el meter cizaña,” o sea, hablar mal de una persona cuando no está. Y cada uno de nosotros estamos culpables de este pecado. Además mentimos, nos enojamos, no siempre somos buenos esposos o esposas, no siempre escuchamos y respetamos a nuestros papás como debemos. Por todos estos pecados, merecemos nada más que el infierno, el horno de fuego que menciona Cristo aquí en esta parábola. Pero Dios en su misericordia nos escogió, nos salvó por medio del sacrificio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, y además nos llamó a la fe salvadora. Cuando dice aquí que Cristo sembró la buena semilla, incluye todo esto, o sea, que él hizo todo para nuestra salvación.

Pero la verdad es que donde Dios obra en su misericordia, allí está el diablo, como un león rugiente, intentando frustar lo que Dios hace en su amor. Dice el texto, “Pero mientras dormían los hombres, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo y se fue.” El enemigo es el diablo, y la cizaña son los hijos del malo, o sea, los incrédulos, los que así como Eva escuchan las mentiras del Padre de las mentiras quien es Sátanas. Son los que en su orgullo pecaminoso rechazan a Dios para seguir sus propios deseos. Unos tal vez lleven lo que el mundo considere “buenas vidas” ayudando a los pobres, siendo buenos con todos, pero si no creen en Cristo, son los hijos del malo.

Entonces, ¿de dónde vienen los que creen? Nacemos por el Espíritu Santo, no por mérito nuestro, sino por la sola gracia de Dios, así como San Pablo escribió a Tito, “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.” Y ¿de dónde vienen los incrédulos? Pues, ellos son los que rechazan esta gracia de Dios porque prefieren escuchar las mentiras del diablo y seguir sus propios deseos...

II. Aceptar su presencia

Y entonces, ¿cómo respondió el hombre de esta parábola ante la cizaña que su enemigo sembró en su campo? Pues, los siervos del hombre querían arrancar la cizaña inmediatamente. Pero el hombre les dijo que no: No, no sea que al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Es que la cizaña parecía mucho al trigo, y el Señor pensaba, mejor que esperemos hasta la cosecha para separarlos para no perder el trigo bueno. De la misma manera, Dios da a cada ser humano su vida en este mundo para arrepentirse, le da lo que se llama su tiempo de gracia. Pues hay muchos que no creen ahora, pero que eventualmente van a creer. Y entonces, Dios no quiere que arranquemos a estas personas de este mundo. Pues, esto es lo que hizo la iglesia en los días de la Inquisición, o sea, que mataron a los que no creían.

Dios quiere que aceptemos la presencia de incrédulos en este mundo. Claro que no es decir que los sigamos en sus vidas pecaminosas, ni siquiera que les digamos que está bien lo que hacen. Al contrario, Cristo nos dice, “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura,” especialmente a los incrédulos. Pero no van a creer las buenas nuevas del evangelio si primeramente no vean que necesitan a un salvador de sus pecados. Entonces hay que primordialmente enseñarles en amor que son pecadores para que vean su necesidad de Jesucristo. Y si rechazan a Cristo para seguir sus propios deseos, pues, pedimos a Dios que un día llegen a ver sus pecados y su necesidad de Cristo. No podemos hacer más. Dios nada más quiere que seamos luces reflejando su amor a este mundo incrédulo. Entonces, qué seamos luces...qué invites a tus suegros, tus primos, tus amigos que no conocen a Cristo a asistir contigo en los cultos y estudios.

Y fíjense que hay una advertencia aquí también: así como un incrédulo puede llegar a creer, también nosotros los que creemos podemos caer. San Pablo advirtió a los corintios: Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. Si nosotros nos alejamos de la Palabra de Dios, si no recibimos este alimento espiritual diariamente, somos débiles contra los ataques del diablo. Si no comes por toda una semana, te vas a quedar débil hasta el punto de morir ¿verdad? Así es también con la Palabra de Dios. Y entonces qué asisten a los estudios que se ofrecen aquí en la iglesia. Qué lleven a sus hijos a la escuela dominical y a la escuelita bíblica del verano. Yo sé que es difícil por los motivos de trabajo, por los hijos, por los camiones, pero si no comemos, estámos en peligro mortal.

Y entonces, Dios quiere que aceptemos la presencia de los incrédulos en este mundo, aun si nos maltratan o se burlan de nosotros, porque nos dice en esta parábola que podemos estar seguros de su destino...

III. Estar seguros de su destino

Dice el versículo 41, “Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad, y los echarán en el horno de fuego; allí será lloro y el crujir de dientes.” Aun si sufrimos por causa de los muchos incrédulos de este mundo, podemos estar seguros de su destino...y también el nuestro. Por la sola gracia de Dios, nosotros vamos al granero, o sea, que vamos al cielo para estar con Cristo, no porque somos mejores que los que no creen, sino por el amor de Dios el cual nos salvó por la sangre de Jesucristo y nos llamó a la fe mediante nuestro bautismo.

Pero los que en su pecado rechazan al Espíritu Santo, los que rechazan la obra salvadora de Jesucristo, en el fin serán echados en el fuego del infierno. Cristo usa palabras muy ilustrativas aquí para darnos a entender lo que es el sufrimiento en el infierno. Muchas veces pensamos en el infierno como que es un lugar bajo la tierra en que hay mucho fuego y un diablito rojo, pero el infierno no es un lugar físico, pero sí es un lugar real en donde sufren todos sus habitantes la separación completa del amor de Dios, la misma separación y el mismo infierno que Cristo sufrió en la cruz cuando gritó, “Dios mío, Dios mío, ¿porque me has desamparado?” Todos, aún los incrédulos gozan de la protección y preservación de Dios en este mundo, o sea, que Dios provee comida, casa, etc., pero en el infierno los condenados no tendrán tal protección y sufrirán la ira completa de Dios.

Pues no queremos que nadie, especialmente uno de nuestros familiares y amigos, sufra este castigo horrible. Entonces qué compartamos con ellos el precioso evangelio de amor, y luego si no creen, si se burlan de nosotros, si nos maltratan, qué reconozcamos que ellos mismos tienen la culpa por escuchar al diablo y rechazar el amor de Dios. En esta manera, aceptaremos la presencia de ellos en este mundo, siempre pidiendo a Dios por ellos y compartiendo con ellos la Santa Palabra de Dios. Además, podemos estar seguros de su destino y del destino nuestro también. Porque como dice Cristo muy claramente en Marcos 16:16, “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado.” Amén.