Summary: Nos gusta leer historias con un final feliz. Nos encantan los cuentos de hadas porque, al fin, se casan y viven felices para siempre. Hay algo en la prosperidad y en una vida de éxito que nos llama la atención.

En camino al éxito

Todos los humanos, hombres y mujeres, caemos en dos categorías, cuando hablamos del éxito en esta vida: Aquellos que tienen éxito y aquellos que no lo tienen. Dentro de estas categorías están las subdivisiones de aquellos que están en camino hacia el éxito y aquellos que alguna vez obtuvieron el mismo. En esta vida, sea cual sea nuestra categoría, todos añoramos encontrarnos en la primera. Todos añoramos tener éxito, ser sobresalientes, vivir una vida completa, una vida de satisfacción.

En la Biblia encontramos ambos casos: personajes de éxito y personajes que no pudieron o no supieron obtenerlo. Encontramos incluso a aquellos que no quisieron tener éxito. A todos nos gusta leer historias de hombres y mujeres de éxito. Nos gusta leer historias con un final feliz. Nos encantan los cuentos de hadas porque, al fin, se casan y viven felices para siempre. Hay algo en la prosperidad y en una vida de éxito que nos llama la atención. Con demasiada frecuencia nos encontramos usando y escuchando las historias de los hombres de éxito como ilustraciones.

Nuestros hombres bíblicos de éxito favoritos son José, Daniel, David, incluso Job. Nos gusta estudiar sus vidas y leer de sus grandes logros, porque, al final, obtuvieron el éxito. Nos es fácil identificarnos con ellos porque eso es lo que anhelamos para nuestras vidas, para la vida de nuestros familiares, para la vida de nuestros hijos. Todos queremos llegar a ser un José. Todos los padres desean que sus hijos lleguen a ser como Daniel. Que sus hijas lleguen a ser como Ester. ¡El éxito apela a nuestras expectaciones! Por supuesto, no hay nada de malo en esto. Todos nosotros deberíamos desearlo.

Pero también encontramos a los otros personajes. Aquellos a los que no les fue tan bien. Aquellos que tendemos a pasar por alto. Aquellos que no quisiéramos que nuestros hijos tuvieran como modelos. Aquellos que no nos inspiran a seguir sus pisadas. Aquellos que se parecen m*s a ti y a mi: Judas, Ananías y Safira, Sansón y Dalila, Caín, Absalón...

El éxito lo medimos con bienes. La abundancia y una buena cuenta de banco es el mejor símbolo de prosperidad hoy en día. Pensaríamos poco de los dirigentes de nuestra nación si en vez de tener su jet particular, anduvieran en autobús.

Para ti y para mi podría ser el dicho: "Muéstrame un hombre de éxito y te mostraré un hombre con una mansión, varios autos, varios sirvientes, bien vestido, bien educado y bien alimentado." ¿O no es así como te imaginas a un hombre de éxito? En tus sueños más alocados, ¿cómo te ves a ti mismo? Si todo fuera como en mis sueños, en varias ocasiones me hubiera sacado la lotería. Más de un tío millonario, que no tengo, me hubiera heredado en vida. Viajaría por los lugares más exóticos, interesante y emocionantes del planeta. Tendría ropa hasta decir ¡basta! Si todo fuera como en mis sueños...

¿Cuántas veces has pasado por las colonias residenciales de Beverly Hills, Palos Verdes, Rolling Hills, de Pasadena y has suspirado? ¿Cu*ntas veces has caminado por Westwood, por Rodeo Drive, y has soñado con tener, con poseer todo eso? ¡Si tan solo pudiera...! ¡Si tan solo tuviera...! ¡Entonces sí sería feliz de verdad!

En la obra teatral El Violinista en el Tejado, el caracter central, un pobre judío en la Rusia zarista, se queja de su situación de pobre ante el ayudante del rabino, el pastor de la congregación judía, el cual le contesta diciendo:

-¡El dinero es una maldición!

El judío pobre, alzando los ojos al cielo exclama:

-Señor: ¡maldíceme!

Yo creo que todos nosotros quisiéramos "sufrir" la maldición de ser ricos. Si acaso por algunos días.

Me pareció muy significativo el poema de Edwin Robinson, en el cual nos presenta la historia de Richard Cory:

Cada vez que Richard Cory iba al pueblo,

nosotros los mortales le contemplábamos:

era todo un caballero de la planta a la coronilla,

bien afeitado e imperialmente delgado.

Iba siempre discretamente bien vestido,

y su voz era siempre humana, cuando hablaba;

sin embargo, parecía entonar una melodía, al decir

"Buenos días," y parecía brillar al caminar.

Y era rico—sí, más rico que un rey-

y admirablemente bien educado en cada gracia:

en una palabra, pensábamos que era todo

lo que nosotros algún día deseásemos ser.

¡Estabamos dispuestos a dar cualquier cosa

por estar en su lugar!

Pero continuábamos trabajando y esperando el día,

y vivíamos sin carne y maldecíamos el pan;

y Richard Cory, una quieta noche de verano,

se fue a su casa y se voló la cabeza con un tiro...1

¿De qué se trata todo esto? ¡De la futilidad de esta vida! Los pobres miramos a los ricos y les envidiamos y ellos no se soportan a sí mismos y se vuelan la tapa de los sesos con un tiro. ¿Ilógico? ¿Absurdo? ¿Incomprensible? Unicamente Dios sabe...

Es porque tu y yo nos parecemos más a Caín que a Abel y porque escogemos la parte de Lot y no la de Abraham, que no comprendemos como todo esto puede ser así. Es también por eso, porque medimos el éxito con pesos y centavos, con posesiones y prestigio, que es para nosotros la siguiente parábola de nuestro Señor:

La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:16-21).

Suena como la historia de Richard Cory, ¿no te parece? Conseguir, almacenar, tener más: esa pareciera ser la experiencia de todos. Porque todos medimos el éxito con relación a lo que acumulamos. Porque tenemos la idea que "quien muere con más juguetes, gana."

Tener éxito es tan importante para todos, que muchas veces sin importar el campo en el cual lo obtengamos, nos convierte automáticamente en una autoridad en otros. Me explico: No fue hasta que Fernando Valenzuela se convirtió en el pitcher número uno de los Dodgers que le pidieron que hiciera comerciales, igual que a muchos otros atletas. ¿Qué tiene que ver Fernando con cual marca de cereal es mejor? Pero, porque la foto de Fernando aparece en las cajas de Corn Flakes, eso quiere decir que es el mejor cereal. Pero... ¿lo es? ¿Nada más porque Fernando nos lo dice? ¿Quién ha hecho a Fernando una autoridad en cereales?

Fíjate en los comerciales de televisión y te vas a dar cuenta.

Lo esencial y lo superfluo

¿Por qué de esto? Porque, como la parábola nos enseña, tendemos a pasar por alto lo esencial y a fijarnos en lo superfluo. Miramos lo externo, miramos lo que está al alcance del ojo, nos dejamos llevar por las apariencias.

Pero, puedes decir, eso no se aplica a mi caso... Yo no he tenido éxito... Yo soy un pobre trabajador, una simple ama de casa... Un asalariado... Un estudiante... Yo no puedo tener nada que ver con el hombre de esa historia, de esa parábola...

Los versículos 13 al 15, de Lucas 12, nos dan la introducción de esta parábola:

Le dijo uno de la multitud: Maestro, dí a mi hermano que parta conmigo la herencia. Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor? Y les dijo: Mirad y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de bienes que posee.

Vamos ahora contigo. Por supuesto que no. Esta historia no tiene nada que ver contigo, si eres el alma más generosa que haya alguna vez pisado esta tierra. ¿No eres rico? ¿Quién está hablando de ser rico? No es necesario ser rico para ser avaro. La avaricia esta frente a frente en nuestro camino hacia el cielo cuando ponemos a un lado lo esencial para fijarnos en lo superfluo... Como eso de ser ricos para considerarnos una persona de éxito.

Una leyenda cuenta la historia de dos hombres envenenados por el egoísmo. Uno era envidioso y el otro avaro. El rey del lugar, conocedor del mal que los dominaba, los llamó un día y les dijo:

-He resuelto darles un premio por su intachable conducta como ciudadanos de mi reino. Pero con una condición. Uno de los dos puede pedir lo que quiera, pero el otro recibirá el doble de lo otorgado al que pida. Así que piénsenlo bien y mañana uno de ustedes pedirá lo que desea.

¡Qué oferta! Pero, ¿quién iba a pedir? El problema de los dos egoístas radicaba en la amargura de que el otro recibiría el doble. El avaro deseaba todo para sí y el envidioso no toleraba que alguien tuviese más que él. Así que pasaron toda la noche en vela, pensando y volviendo a pensar quien de los dos sería el solicitante. Al fin se pusieron de acuerdo. El envidioso pediría el premio.

Ahora la angustia fue para el envidioso. ¿Qué iba a pedir? ¿Un millón de pesos? Entonces el avaro recibiría dos millones... ¡Eso no podía ser! ¿Cinco haciendas? Pero el otro recibiría diez. ¡Qué problema tan difícil!

Llegó la hora de la cita con el rey y los dos egoístas comparecieron pálidos y ojerosos por la trasnochada. El rey se asombró al ver que los dos estaban muy contentos. El avaro ya se imaginaba lleno de dinero y el envidioso ostentaba una sonrisa medio enigmática, como la de la Monalisa.

-¿Quién de los dos va a pedir el premio? —inquirió el rey.

-Yo, majestad—repuso el envidioso.

-Bueno, así que tu eres el que va ha pedir —comentó el rey—. ¿Qué es lo que deseas?

-Que me saquen un ojo... —fue la respuesta del envidioso.

De esta manera al avaro le sacarían los dos ojos...

¿Qué es lo superfluo? La idea que tenemos que tener algo o ser alguien en este mundo, ya sea en el trabajo, en la escuela o en la iglesia. ¿Dinero? El éxito que provee el dinero es un espejismo. El éxito monetario es una farsa, no satisface. Howard Hughes, podrido en dólares, murió el hombre más miserable del mundo, en un hotel en Acapulco. John B. Rockefeller dijo: "He hecho millones, pero no me han comprado felicidad."

Pones tu vista en lo superfluo cuando, pobre que eres, como yo y como la mayoría, te fijas en los panes y en los peces. Cuando pasas y pisoteas a quien sea en tu trabajo para obtener una promoción o un aumento de sueldo; cuando tu afán por obtener buenas calificaciones no es para obtener una carrera, sino para presumir de tus grados; cuando vienes a la iglesia soñando con obtener un puesto, tener autoridad, ser quien hace las decisiones.

¡Pero yo no vengo por eso! Lo superfluo es cuando vienes a mirar a los demás, a criticar y juzgar a los hermanos. El apóstol Santiago nos reta:

¿Quién eres [tu] para que juzgues a otro? (Santiago 4:12).

¿Unicamente tu eres perfecto? ¿No te estás poniendo en una posición que solamente le corresponde a Dios? ¿Vienes a la iglesia a encontrarte con Jesús o a fijarte en los demás? ¿Para que vas a la iglesia? ¿Con quien vas a encontrarte?

El mensaje de la parábola está en el peligro de poner nuestros ojos en este mundo y todo lo que viene con el mismo. Es un mensaje para ti y para mi. Porque tu y yo somos egoístas. Estamos envenenados por la avaricia. Luchamos por sobresaltar, por sobresalir, por tener puestos, por tener importancia. Sin importar las consecuencias, sin importar sobre quien pasemos. Porque nos fijamos en lo superfluo, porque tomamos el lugar que únicamente a Dios le corresponde. El salmista nos dice que solamente Dios "conoce los secretos del corazón" (Sal 44:21). Y el profeta Samuel nos aclara:

Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón (1 Samuel 16:7).

¿Lo esencial? Lo esencial es Cristo. Cristo en nuestro ir y en nuestro venir, en nuestro día y en nuestra noche, dormidos o despiertos. Cuando tengamos "puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe;" cuando junto con él estemos dispuestos a tomar nuestra cruz; cuando vengamos a encontrarnos con el en su santuario, estaremos poniendo lo esencial en primer lugar. Solamente entonces no seremos como el rico necio de la parábola.

No te olvides de Dios

La parábola también nos enseña que en la batalla de la vida, no debemos olvidar a Dios. Aunque nos resulta difícil creerlo y aceptarlo, el potencial del éxito está latente en todos nosotros, jóvenes y adultos, hombres y mujeres. Alguien ha hecho una encuesta de los 1000 hombres más prominentes de este país para aprender cuales eran sus antecedentes. La lista no está compuesta de hombres que han tenido el éxito financieramente. Se trata, más bien, de hombres que han hecho el mundo un poco mejor debido a sus logros en la ciencia, arquitectura, ingeniería, educación, arte, y otros campos afines. Estos hombres han influenciado la vida moral y física de nuestro planeta. De esta lista es interesante notar como se iniciaron sus vidas:

300 se iniciaron como hijos de granjeros

200 se iniciaron trabajando de mensajeros

200 se iniciaron vendiendo periódicos en la calle

100 se iniciaron como aprendices de impresores

100 se iniciaron como aprendices en diversas ocupaciones

50 se iniciaron trabajando en los puestos más insignificantes en los ferrocarriles

50 -solamente 50-tuvieron padres ricos que les ayudaron a iniciarse en esta vida.

Si miras alrededor tuyo, puedes ver a hombres y mujeres de éxito en potencia.

La parábola no nos está diciendo que no hemos de buscar el superarnos. No nos está diciendo que no es bueno trabajar. No nos está diciendo que no es bueno tener dinero, no. Dios es un Dios de trabajo. "Mi Padre hasta ahora trabaja , y yo trabajo" (Juan 5:17), dijo Jesús. Dios no es un Dios de perezosos. Ningún perezoso descubrió el teléfono. Ningún perezoso descubrió como controlar el vapor para inventar la máquina de vapor. Ningún perezoso descubrió el poder de la gasolina. Ningún perezoso inventó el automóvil, la máquina de escribir, el avión, los cohetes extraterrestres. Nadie descubrió nada sentado frente al televisor o durmiendo. Como no sea un sillón o un colchón más cómodo. Pero dudo que hasta estos sean el resultado de la pereza.

Todos tenemos la posibilidad del éxito en potencia.

Pero ese éxito en potencia se malogra cuando hacemos del éxito el blanco en nuestra vida. Repito, no se trata de dinero única y exclusivamente, sino de éxito, sea cual sea la forma que este tomase en tu vida.

Dios quiere darte éxito en esta vida. ¡Claro que quiere! Dios no es un Dios de apocados y opacados, sino de exitosos. El Dios de José y Daniel, es tu Dios. No lo olvides. Cuando lo olvidas y hacen del éxito tu blanco, cuando pones a Dios a un lado, estás en la misma condición que el hombre de la parábola.

Saúl fue un buen rey para Israel, un gran rey. No había habido ninguno como él... Hasta que se olvidó de Dios. Hasta que empezó a mirarse a sí mismo. Hasta que empezó a adjudicarse la gloria que solamente le pertenecía a Dios. Hasta que se sintió responsable por su propio éxito... Ese fue el fin de Saúl. Miró el camino y se olvidó de aquel que le estaba llevando a lo largo del mismo. No hagas lo mismo. Cualquier éxito en esta vida no es nada, si has perdido de vista a la fuente de la vida. Si estás tan sumergido en los afanes de tu trabajo o de tu escuela. Si estás tan preocupado por alcanzar el éxito, de tal manera que te has olvidado de Jesús, ¡no vale la pena! ¡No lo alcanzarás! Y si lo alcanzas, no te va a satisfacer. ¿Por qué? Porque esta noche vienen a pedirte tu alma... Por otra parte, si estás tan ocupado, tan atareado, en la viña del Señor que te has olvidado del Señor de la viña, en balde trabajas, en vano edificas. El salmista lo puso muy claramente:

Si Jehová no edificare la casa,

en vano trabajan los que la edifican.

Si Jehová no guardare la ciudad,

en vano vela la guardia.

Por demás es que os levantéis de madrugada,

y vayáis tarde a reposar,

y que comáis pan de dolores;

pues que a su amado dará Dios el sueño (Salmo 127:1, 2).

¿Estás edificando solo? ¿Estás guardando solo? ¿Dónde está el Señor en tus planes? ¿Está Dios en tus planes, en tu vida, en tu trabajo, en tu escuela, en tu iglesia?

La pregunta más importante que te puedes hacer es con relación a Jesús. ¿Tienes a Jesús en tu vida? ¿Le has encontrado? Si has encontrado al Señor, si les has invitado a morar en tu corazón, si le has hecho tuyo, ¿qué estás haciendo ahora con él?

Una parábola

Vivió hace muchos años un hombre que era muy rico. Tenía todo lo que alguien pudiese querer, pero no era feliz. Este hombre deseaba algo de gran valor, algo que nadie más tuviese en todo el mundo.

Cierto día el hombre escuchó hablar acerca de un gran maestro que venía a su pueblo. Se rumoraba que este gran maestro tenía el secreto para curar a los ciegos y llevar a cabo otros milagros.

"Ah," dijo el hombre, "si tan solo yo supiera la palabra mágica para curar a los ciegos, estaría contento."

Así que el día siguiente el hombre rico fue a ver al gran maestro. El hombre contempló al maestro mientras curaba la ceguera y hacía otros milagros. Después de un rato, fue a hablar con el gran maestro.

"Oh, gran maestro," le dijo, "toda mi vida he estado buscando algo de gran valor, algo que esté por encima de todas las posesiones terrenales. Ahora lo he encontrado." El maestro miró fijamente al hombre y le preguntó: "¿Y qué es lo que has encontrado?"

"Deseo saber la palabra mágica para curar a los ciegos. Estoy dispuesto a dar todo lo que poseo por esa palabra. Unicamente dime qué es lo que deseas a cambio de la misma, y te lo daré."

El gran maestro pensó por un momento, y dijo entonces: "Te diré la palabra mágica, pero no deseo ninguna de tus riquezas. Lo único que te pido es que uses la palabra para ayudar a otros. Si no haces esto, vas a perder la palabra, y un gran mal caerá sobre ti."

"Sí, sí," dijo el hombre, "por supuesto..."

Así que el gran maestro murmuró la palabra mágica al oído del hombre rico, y el hombre se sintió feliz. Corrió de retorno a su casa, emocionado por la palabra que acababa de aprender. Pero cuando llegó a su casa, el diablo le estaba esperando.

El diablo le dijo: "¿Sabes cuál es la palabra mágica para curar a los ciegos?"

"Así es," contestó el hombre rico.

"Te apuesto que esa palabra es tu más grande posesión en toda la tierra."

"Sí," dijo el hombre, "es de un valor incalculable para mí."

"No, no es cierto," se rió el diablo. "Es una palabra sin valor alguno."

"¿Por qué?" le preguntó el hombre.

"Porque tienes que decirles a otros la palabra, y entonces la palabra no te servirá más, no tendrá ya ningún valor."

El hombre pensó por un minuto y dijo: "Tienes razón. La palabra que tengo no valdrá nada. Tengo que guardarla solo para mi. De esa manera la palabra no va a perder su valor."

"Sí," le dijo el diablo. "Guarda la palabra."

El diablo rió a carcajadas y se fue.

Muy pronto se esparció por todo el pueblo la noticia que el hombre rico sabía la palabra mágica para curar a los ciegos. Los ciegos vinieron de todas partes para ser curados.

Pero el hombre los enviaba de vuelta, diciendo: "Se cual es la palabra mágica para curar a los ciegos. Pero esa palabra es mi posesión más valiosa en todo el mundo, y no se la puedo decir a nadie."

Varios meses más tarde, el hombre rico amaneció un día enfermo, muy enfermo. Llamaron a muchos médicos, pero ninguno parecía ser capaz de ayudarle, porque no sabían cual era su enfermedad. Pero uno de sus sirvientes le informó que había oido hablar de un hombre que vivía en un pueblo algo retirado que sabía cómo curar a los enfermos, así que el hombre rico envió a sus sirvientes para que lo encontraran.

Días más tarde sus sirvientes regresaron trayendo una carta de este hombre que sabía cual era la palabra mágica para curar a los enfermos.

El hombre rico abrió la carta y la leyó. La carta decía:

Apreciado Señor:

Me da mucha pena el enterarme de su enfermedad, pero lamento no poder ayudarle. Como usted comprenderá, mi palabra mágica es mi posesión más estimable. Y por esa razón, no se la puedo decir a nadie. Estoy seguro que usted comprende, pues he oido decir que usted conoce la palabra secreta para curar a los ciegos. Que se mejore.

[Firmado] El hombre que conoce la palabra.

De nuevo te vuelvo a preguntar: ¿Tienes a Jesús en tu vida? ¿Le has encontrado? ¿Le conoces? ¿Qué estás haciendo con él? ¿Estás compartiendo el reino de los cielos con los demás? ¿Estás compartiendo a otros la palabra o la estás guardando para ti solo, egoístamente?

El reino de los cielos se acerca con su recompensa. ¿Qué es lo que estás contemplando, lo esencial o lo superfluo? ¿Has puesto al Señor en primer lugar en tu búsqueda del éxito? ¿Qué estás haciendo con tu conocimiento del reino de los cielos? ¿Lo estás guardando o lo estás compartiendo?

Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma, y lo que has provisto, ¿de quién será? (Lucas 12:20).

1Edwin Robinson, Collected Poems, 1937.