Summary: Dios tomó un riesgo cuando vio que algo no estaba bien en su creación. Después de ver que todo era bueno, vio algo que no era bueno. Y creó a la mujer. Dios tomó un riesgo en beneficio de la humanidad. El resultado fue el amor. Fue en amor que la división

Le llamó Amor

Cuando llegó el cumplimiento del tiempo, Dios actuó de una manera decisiva por la salvación del mundo. No estableció a una nueva nación, digna de recibirle. No, vino al mundo por medio de la misma nación que con demasiada frecuencia se había cansado de esperarle y habían casi puesto a un lado la idea de la venida del Mesías. Una y otra vez leemos en el Antiguo Testamento como los hijos de Israel se fascinaban con las religiones exóticas de las demás naciones vecinas. Leemos como adoraron ídolos de oro y les ofrecieron más sacrificios de los que estaban dispuestos a ofrecerle al Dios de Abraham y Jacob. Y cuando llegó el cumplimiento del tiempo las cosas no habían cambiado mucho. Profesando piedad Israel se había olvidado de Dios y de la promesa de un Mesías.

Pero no todos se habían olvidado. No todos olvidaron la promesa de un libertador. Uno de aquellos que no se habían olvidado era Simeón:

Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.

Lucas 2:25,26

Imagínate a este pobre anciano, quien durante toda su vida ha estado esperando y esperando. Por años ha estado viniendo al tempo—su "cuarto de espera"—determinado a que si el Mesías no viniese en su tiempo, el no sería encontrado falto de fe.

Alfredo Edersheim, en su libro La Vida y los Tiempos de Jesús el Mesías, nos narra el evento que siguió a continuación:

Los "padres" de Jesús le habían traído al Templo como presentación y como redención, y fueron recibidos por uno cuya venerable figura debe haber sido bien conocida en la ciudad y en el Santuario. Simeón combinaba las tres características de la piedad del Antiguo Testamento: Justicia, en cuanto a su relación y aceptación de Dios y hombre; temor de Dios, en oposición a la altanera auto justificación de los fariseos; y, sobre todo, anhelante expectación del cumplimiento de las grandes promesas.

Imagínate el gozo que ha de haber sentido, la alegría, el éxtasi, cuando se encontró frente a frente con aquel pequeñito en pañales que el sabía que era el Mesías.

Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:

Ahora, Señor, despide, despides a tu siervo en paz,

Conforme a tu palabra;

Porque han visto mis ojos tu salvación,

La cual has preparado en presencia de todos los pueblos;

Luz para revelación a los gentiles

Y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2:27-32

Simeón en realidad estaba cantando de gozo. Su canto tiene toda la verdad del Evangelio: "Mis ojos han visto tu salvación." En ese niño estaba cifrada toda la esperanza pasada, presente y futura de toda la raza humana. Cada vez que se contempla la maravilla del acto redentor de Dios los seres creados no pueden dejar de expresar su sentimiento por medio del canto. Por eso fue que los ángeles cantaron cuando se presentaron a los pastores. Por eso es que los redimidos cantarán el Canto de Moisés y del Cordero.

Simeón cantó porque en esa acción divina el poder y el amor de Dios estaban entrando directamente en la corriente de la existencia humana de una forma nueva. Por medio de Jesús el poder y el amor de Dios se descubrieron en sus relaciones diarias con hombres y mujeres comunes y ordinarios como tu y yo.

Hay una parábola moderna de la creación que ilustra muy bien el misterio de la salvación:

Dios se había tomado un día de descanso y estaba reposando en una gran silla de lona en el centro de la creación. Alrededor de Dios se encontraban varios arcángeles y juntos admiraban lo que Dios había podido hacer en sólo seis días. Dios contempló todo lo que había creado y dijo: "Hmmm, todo está muy bien... pero, ¡podría estar mejor!" Así que como buen artista que es, Dios no estaba muy satisfecho con la obra que había creado y quería hacer algunos cambios. "Algo falta," dijo Dios. El arcángel Gabriel habló: "A mí me parece que todo está bien, Señor. Haz puesto variedad, color, un diseño excelente—y todo combina perfectamente. Todo está bien organizado y está tan en calma." "Le haz dado al clavo, Gabriel," dijo Dios. "Ese es el problema: está demasiado ordenado. ¡No hay espontaneidad! No se siente ninguna energía. Lo que hace falta es el elemento dinámico. Toma a Adán, por ejemplo. ¿Te das cuenta?" "Es una obra maestra," dijo Gabriel. "Mira la perfección de línea y forma en su cuerpo, su habilidad de pensar y crear. Es todo un sistema solar." "Eso mismo, Gabriel," respondió Dios, "artísticamente es perfecto. Está en armonía con el resto de la creación pero no es dinámico; le falta aún la energía interna. Pero ¿qué hacer? Tendré que consultarlo con la almohada."

Al otro día Dios anunció emocionado: "He resuelto el problema, aunque estoy un poco dudoso pues involucra un peligro potencial." "¿Peligro?" preguntó Gabriel. "Sí," dijo Dios, "mi idea está aún en el nivel de la teoría. Pero si mis cálculos son correctos, es posible que en el proceso de añadir a mi diseño original podamos obtener una tremenda explosión. Lo que quiero hacer es... quiero dividir a Adán." Esto asombró a Gabriel y a los demás ángeles. Gabriel no se pudo contener: "Oh, mi Dios, piensa en las consecuencias: ¡radiación, vientos nucleares, tormentas de fuego, mutación y una gran cantidad de disturbios cósmicos! Haz a un lado tal idea; es demasiado peligrosa. Todo es perfecta ahora mismo. ¡Divide a Adán y todo se convertirá en un infierno! ¿Y si tu teoría está errada? ¿Qué si cuando divides a Adán destruyes al único ser humano que existe?" Entonces Dios dijo: "Ya lo decidí. Si no estás listo para tomar riesgos, nada creativo ni hermoso podrá llegar a suceder. Voy a tomar el riesgo. Mañana voy a dividir a Adán."

Ahora, el único ser en toda la creación que no sabía lo que estaba pasando era Adán mismo. Así que Adán estaba ocupado poniéndole nombre a los peces y a los animales y atendiendo al jardín. Esa noche se durmió de la misma manera pacífica que siempre había dormido. Mientras Adán soñaba el Señor se arrodilló a su lado armado de un enorme diamante, el Señor calculó el ángulo preciso y la velocidad precisa para lanzar la tajada. Empezaba a amanecer cuando Dios dividió a su Adán.

El grito de separación de Adán desgarró el silencio de la madrugada. Su grito de dolor fue un eco en cada grito de dolor para el futuro—porque todo dolor nace de la separación o el temor de la misma. Mientras una enorme bola rojiza-anaranjada se elevaba hacia el cielo, Dios miró al Adán dividido y vio una mitad adulto y una mitad niño, una mitad santo y una mitad pecador, una mitad hombre y una mitad mujer. El único, el amado Adán, eran ahora dos. Ya no estaba más completo, entero o contenido en sí mismo; ya no era más un balanceado sistema solar en sí mismo. En esa histórica fracción de segundo, Adán fue transformado de un jardinero en un explorador, no en búsqueda de lejanas tierras románticas sino en búsqueda de su mitad perdida. Adán estaría ahora perpetuamente hambriento por un complemento, por una amistad, por una unión.

Vientos de fuerza aciclonada rugieron en todas direcciones mientras la atmósfera se cargaba y resquebrajaba de energía eléctrica. El arcángel Gabriel, agarrándose con ambas manos del árbol de la vida en el centro del jardín gritaba en medio del rugido ensordecedor: "Señor, ¿cómo vas a llamar a esta nueva creación—a esta energía electrificante?" "Creo," le contestó Dios, mientras su rostro brillaba con la dulce sonrisa del éxito, "creo que le voy a llamar amor."

Dios tomó un riesgo cuando vio que algo no estaba bien en su creación. Después de ver que todo era bueno, vio algo que no era bueno. Y creó a la mujer. Dios tomó un riesgo en beneficio de la humanidad. El resultado fue el amor. Fue en amor que la división del primer hombre le llevó a buscar la unión con su otra mitad. Es también en amor que Dios quiere que nos encontremos en unión con él.

Dios también tomó un riesgo cuando en la primera Navidad envió a su hijo a morar con nosotros. Dios se dividió a sí mismo en tu beneficio y en mi beneficio. En su sabiduría él ha inundado con el dinamismo de su amor todo-poderoso nuestra existencia. Si hay algo que me maravilla constantemente es la paciencia de todos aquellos que vivieron antes de Jesús. Creo que el mismo apóstol Pablo se maravillaba. Esa es la única explicación a Hebreos 11. "Por la fe Abel." "Por la fe Enoc." "Por la fe Noé." "Por la fe Abraham." "Por la fe también la misma Sara."

Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

Hebreos 11:13

Todos ellos tuvieron que esperar y murieron sin alcanzarlo. Tu y yo ya no tenemos que esperar. Dios vino y se manifestó en nuestro medio. Tomó el riesgo bajo su responsabilidad. Las posibilidades eran muchas. Estaba todo por perderse y todo por ganarse. Y Dios lo jugó todo. Jugó el todo por el todo. Y el resultado fue tu salvación y la mía. ¿No es eso maravilloso? De una sala de espera pasamos a una celebración gozosa.

Lo mejor de todo es que ese Mesías, ese Jesús niño de Belén no vino por unos cuantos escogidos. No vino únicamente para María y José. No vino únicamente para Mateo y Pablo. No vino únicamente para Simeón y Ana. Vino por ti y por mi. Vino a nacer y vino a morir por ti. Simeón contempló la misma gloria que tu puedes contemplar con los ojos de la fe. Dios requirió más fe de Abrahám y de Noé que de ti. Ellos creían algo que no había pasado. Tu puedes creer en algo que ya pasó. Su salvación estaba en el futuro. Tu salvación está en el pasado. Jesús nació en Belén para que tu tengas hoy la certeza de esa salvación. El te la da hoy, gratuitamente. El vino a nacer y a morir por ti.

Se cuenta que un grupo de teólogos estaban discutiendo acerca de la predestinación y del libre albedrío. Los argumentos se acaloraron tanto que el grupo se dividió en dos bandos ferozmente opuestos. Pero uno de los teólogos, no sabiendo a cual bando pertenecía, estuvo cierto tiempo tratando de decidir. Por último decidió unirse al grupo de los predestinistas.

Cuando trató de unirse al grupo, le preguntaron:

—¿Quién te mandó acá?

—Nadie me mandó—les contestó—vine por mi libre albedrío.

—¡Libre albedrío!—gritaron—No puedes venir aquí por tu libre albedrío. Tu perteneces al otro grupo.

Así que se fue al grupo que creía en el libre albedrío. Cuando trató de unirse a ellos, le preguntaron:

—¿Cuándo decidiste unirte a nuestro grupo?

—No decidí, me enviaron acá—les respondió.

—¡Te enviaron!—exclamaron horrorizados—No te puedes unir a nuestro grupo a menos que decidas por tu libre albedrío...

Así que quedó fuera de ambos grupos.

Dios envió a su hijo para darnos la seguridad que el siempre nos acepta. El problema no es el. El problema somos tu y yo. No es el quien nos cierra la puerta, somos tu y yo los que no queremos abrir. El vino a esta tierra, corriendo un riesgo enorme, para que ocurriera la primera Navidad. Se dividió a sí mismo y manifestó su amor en una cruenta cruz. El te capacitó para amar y ser feliz. El te quiere capacitar para que seas feliz para siempre. Pero, para eso, tienes que ir a él.

Jesús quiere entrar hoy en tu corazón,

¿por qué resistes su amor?

El mundo no tiene nada para ti,

¿qué le respondes a él?

Más de una vez a esperado por tí

y hoy él te espera otra vez.

A ver si tu quieres la puerta abrir,

¡Oh! ¡Cómo quiere él entrar!

¿Le dejarás esperando? El quiere entrar a morar contigo. Así com fue reconocido por Simeón, quiere que le reconozcas. Así como vino a morar en un establo, así quiere morar en ti, no únicamente hoy sino para siempre.