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Summary: Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal.

En una ocasión fui al otorrinolaringólogo para que me atendiera mi oído que a raíz de un catarro se me había quedado obstruido. Fui porque la verdad ya no aguantaba la sensación de tener el oído tapado, y fui para que aliviara mi sufrimiento.

Todo iba muy bien hasta que el doctor comenzó a hacerme mi receta. Me dijo, “vamos a ponerle un ámpula de tal o cual medicamento”. Yo me quedé…pensando… ¿Cómo dijo? ¿dijo un ámpula? (se prendió en mi cerebro la alerta máxima) y pensé…si vengo para que me mitiguen el dolor, ¿Por qué me dice que la cura es por medio del dolor? Así que le pregunté… ¿Y no hay un medicamento que se pueda tomar en vez del ámpula? Y el doctor insistió en su instrucción. Y ni modos…sufrí.

Como ya deducirán, no soy muy amigo de las inyecciones. Quizá no seas como yo, y tú, de hecho, prefieras las inyecciones para atender tus enfermedades. Pero lo que sí sé, es que la verdad hermanos, hay una realidad indiscutible: 1. No nos gusta sufrir; 2. El sufrimiento forma parte de nuestra existencia.

El tema del sufrimiento es muy complejo. No debemos dar respuestas simplistas, sino debemos analizarlo desde la perspectiva de la Biblia. Por eso este mes en nuestra serie “Probados” estamos abordando el tema desde varios ángulos.

Hay ocasiones en los que es muy claro ver cómo llegó el sufrimiento a nuestras vidas. Especialmente en aquellos casos cuando fueron nuestras propias malas decisiones las que trajeron malas consecuencias en forma de sufrimiento. Es decir, malas decisiones, traen malas consecuencias.

Por ejemplo, recuerdo que el campamento de Chuburná hubo un tiempo cuando los galerones no tenían piso de concreto, sino eran de arena. Una de las bromas de mal gusto que los muchachos se hacían era aflojar inadvertidamente la soga de la hamaca del compañero para que cuando se acostara cayera como saco al piso. Era un juego peligroso, pero la arena amortiguaba bastante bien el golpe.

Yo vi esa broma y lamentablemente, me pareció muy divertida. Así que, al llegar a casa, tomé la mala decisión de hacérsela a mi hermano. Sólo que en la casa no teníamos pisos de arena. Y cuando mi hermano cayó sonó bastante feo (ya no sé si fue el piso o su cuerpo). Por supuesto, sufrí las consecuencias de mis malas decisiones en forma de sufrimiento. Pero este sufrimiento yo mismo lo atraje hacia mí.

Cuando estamos sufriendo las malas consecuencias de nuestros actos, pues el sufrimiento resultante, aunque no sea agradable, cuando menos puede parecer más lógico y esperado.

Pero existe otro tipo de sufrimiento que no viene porque hayamos hecho algo malo, sino precisamente, por lo contrario. Viene porque hicimos o hacemos lo correcto. Porque actuamos de acuerdo con la Palabra de Dios y no de acuerdo con la filosofía del mundo. Porque no nos coludimos con las malas costumbres y pautas de las personas que no están buscando glorificar a Dios.

En momentos así, cuando estamos sufriendo por hacer lo correcto, podemos vernos tentados a desanimarnos, a desesperanzarnos, a sentirnos inclinados a tirar la toalla de seguir a Cristo en un mundo contrario. Pero es aquí donde la Palabra de Dios a través de la 1 epístola de Pedro nos recuerda la verdad que debe sostenernos.

Lo que hoy queremos recordar y aplicar a nuestras vidas es la verdad de la Escritura que dice: Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal.

En pocas palabras, si Dios permite sufrimiento en nuestras vidas, más vale que sea por hacer el bien que por hacer el mal. Es mejor sufrir por hacer lo correcto a que estés sufriendo como consecuencia de hacer lo que deshonra a Dios.

Y esto nos lo dice la Escritura para animarnos cuando estemos sufriendo, porque una cosa es sufrir por mis malas decisiones, y otra es sufrir por causa de la verdad y la justicia. La primera es motivo de vergüenza y arrepentimiento, la segunda, según nos dice la Escritura, es incluso motivo de regocijo.

Por eso, si esta mañana estás sufriendo una de las primeras preguntas que debemos hacernos es: ¿Estoy sufriendo por hacer el bien o por hacer el mal? La respuesta a este cuestionamiento marcará el seguimiento que le demos a ese sufrimiento.

El apóstol Pedro le estaba escribiendo a un grupo de Iglesias que estaban sufriendo por causa de Cristo, es decir, por ser leales y seguidores de Jesucristo, por querer practicar las enseñanzas de Cristo en un mundo para quién las tales son locura.

Y es de suponer, que en ese clima social hostil no faltaría algún creyente que estuviera pasando por tentaciones de portarse mal o responder mal ante los ataques de los que eran objeto, o bien sencillamente claudicar en sus esfuerzos de honrar a Cristo y volver a una manera pecaminosa u ofensiva de vivir en el mundo.

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