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Summary: Que seamos una iglesia que sea visible desde el más lejano rincón de este país. Visible no por su mega-tamaño, sino por su ministerio, por su servicio. Que todos cuantos vengan deseen construir su nido entre nosotros.

Parábola del grano de mostaza

Mateo 13.31-32

Existe una canción de Alberto Cortez, muy famosa por cierto, que ha venido a mi mente mientras preparaba este sermón, y la quiero compartir con ustedes…

Vino a mi memoria porque el tema que hoy deseo tratar nos habla del lento pero seguro crecimiento de algo maravilloso. El tema no me lo inspiró Cortez, sino un pajarito que ha anidado en uno de los bajantes de nuestra canoa, y que se ha robado la atención de una que otra señora de la iglesia. Quizás porque reafirma el afecto maternal y el cuidado de los hijos.

Este pajarito me recordó la parábola de la semilla de mostaza. Cortez vino después de meditar en la parábola, y la frase que saltó en mi mente es aquella donde el árbol parece decirle a Cortez: «Mira, estoy lleno de nidos».

Hay algo de magia en un nido: ternura, amor, calor, paz, esperanza. Pero existe además algo más profundo. El árbol parece sentirse orgulloso de que en sus ramas los pájaros hayan construido sus nidos. El árbol se siente útil, y sabe que es un privilegio que un pajarito lo escoja a él como refugio de amor.

Esa sensación del árbol la entiendo muy bien. Yo no sé si a ustedes les ha pasado que un pajarito haya escogido un árbol o un rincón de su casa para hacer su nido. Para mí, ha sido una sensación muy especial. No sé con certeza por qué, pero sí sé explicar mi sentimiento: «Es un honor y un privilegio, que este pajarito haya escogido mi árbol, o mi casa, para hacer su nido. Porque eso significa de algún modo mágico, que mi casa inspira paz y seguridad a este pajarito».

Es aquí en donde entra la parábola de la semilla de mostaza.

31 Otra parábola les refirió, diciendo: «El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. 32 Esta es a la verdad la más pequeña de todas las semillas, pero cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas». (RVR95)

Esta parábola contrapone la pequeñez de la semilla a la altura de la planta.

El comienzo es muy humilde, pero la etapa final es de un desarrollo sorprendente.

La botánica nos enseña que existen semillas más diminutas que el grano de mostaza. Pero en el tiempo de Jesús la pequeñez del grano de mostaza tenía un carácter proverbial, es decir, era considerado como el símbolo de las cosas más insignificantes.

Jesús hace uso de ese simbolismo en Mateo 17.20:

«De cierto os digo que si tenéis fe como un grano de mostaza,

diréis a este monte: “Pásate de aquí allá”, y se pasará;

y nada os será imposible». (RVR95)

Pero el propósito de Jesús es contrastar lo diminuto de la semilla con la planta ya desarrollada, que en algunas regiones de Palestina, alcanza una altura de hasta tres o cuatro metros, manifestando así un poder germinativo que supera a todas las plantas de su especie.

Jesús usa esta imagen para hablarnos del reino de Dios. A pesar de su débil comienzo, apenas perceptible en la actividad de Jesús, se convertiría, por la fuerza de su vitalidad interior, en una gran realidad difundida por el mundo entero.

Y el Maestro escoge esa imagen por una razón importante. El símbolo del gran árbol en el que anidan los pájaros del cielo es frecuente en la literatura apocalíptica, y es conocido como el «árbol imperial»; por ejemplo, en Daniel 4.10-12:

Me parecía ver en medio de la tierra

un árbol cuya altura era grande.

Crecía este árbol, y se hacía fuerte,

y su copa llegaba hasta el cielo

y se le alcanzaba a ver

desde todos los confines de la tierra.

Su follaje era hermoso,

su fruto abundante

y había en él alimento para todos.

Debajo de él, a su sombra, se ponían las bestias del campo,

en sus ramas anidaban las aves del cielo

y se mantenía de él todo ser viviente. (RVR95)

De acuerdo con la mentalidad judía de su tiempo, los discípulos esperaban que el Mesías estableciera su reino de una manera súbita y violenta. Por tanto, debían sentirse sorprendidos, si no escandalizados, por la sencillez de Jesús y de la comunidad que había respondido a su predicación. Con la parábola del grano de mostaza, Jesús les hacía ver que si bien los comienzos eran humildes, en su fase final el desarrollo sería magnífico.

El reino de Dios es como una semilla de mostaza que debemos sembrar en nuestros corazones, para que germine, y cuando este comience a liberar todo su potencial, producirá en esta iglesia un crecimiento de proporciones inimaginables.

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