Summary: La promesa de Cristo de vida eterna es central a las escrituras del Nuevo Testamento y para nuestra comprensión de la voluntad del plan de salvación de Dios. Esta promesa es considerada y atesorada en el corazón y la mente de cada cristiano.

«No se angustien. Confíen en Dios, y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y, si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté» (Juan 14: 1-3).

En estas palabras, Juan 14: 1-3, Dios promete la vida eterna para aquellos que lo aman y aceptan su plan de salvación. Y aunque muchos de nosotros viviríamos valiente y virtuosamente únicamente por nuestro amor por Él, esta promesa nos asombra y nos afecta hasta el núcleo de nuestra alma. Pablo escribe en 2 Corintios 7: 1 (NVI), «como tenemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que contamina el cuerpo y el espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación». Es importante que se entienda que nosotros no evitamos el pecado para ganar un lugar en el cielo, sino más bien porque ya tenemos un lugar en el cielo.

También esta promesa en tiempos difíciles nos alienta al recordar la promesa de la vida eterna a través de Jesucristo nuestro Señor. En 2 Corintios 4: 16-17, Pablo escribe: «por tanto, no nos desanimamos. Al contrario, aunque por fuera nos vamos desgastando, por dentro nos vamos renovando día tras día. Pues los sufrimientos ligeros y efímeros que ahora padecemos producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento. Así que no nos fijamos en lo visible, sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno».

Incluso si no hubiera esperanza en el cielo, muchas de las criaturas de Dios lo amarían e intentarían honrar a Dios en agradecimiento por el don de la vida. Incluso aquellos que no creen en Dios en el sentido convencional podrían elegir una vida de virtud, al igual que Aristóteles y muchos otros filósofos clásicos, por respeto a la vida. Todavía otros elegirían vivir honorables y disciplinadas vidas para obtener ganancia material y los beneficios conferidos por ello, por ejemplo, reputación, bienestar físico y emocional , progreso económico, influencia social, y así sucesivamente. Los cristianos entienden todas estas cosas (véase, por ejemplo, el comentario a la Ética Nicomáquea de Aristóteles Ética por el filósofo cristiano del siglo XVI, Pedro Mártir Vermigli).

El Apóstol Pablo reflexiona sobre este tema en 1 Corintios 15: 17. Si nosotros que somos cristianos no estamos convencidos de la veracidad de la promesa de la vida eterna de Cristo, entonces tendríamos, por necesidad, que creer que Jesús es falso porque ha declarado claramente que hay un cielo, un hogar preparado para nosotros en la próxima vida (ver Juan 14: 1-3). Jesús dijo: «Quien (permanece en mí y yo en él) tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final (Juan 6: 54 y la explicación entre paréntesis como se indica en el versículo 56). Y en Juan 11: 25 leemos: «Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí vivirá, aunque muera”». ¿Qué podría ser más claro? ¡Jesús nos ha dicho que hay vida eterna!

Si se creyera que Jesús es falso, nadie haría sacrificios personales para avanzar en sus enseñanzas, como tampoco lo haría alguien impresionado por la filosofía de Aristóteles. Nadie arriesgaría la vida y la reputación en aras de avanzar en las enseñanzas de Aristóteles, un simple filósofo. Pero los Apóstoles y muchos cristianos que lo siguen a lo largo de los siglos lo han hecho. Pablo escribe: «sufro penalidades, y hasta encarcelamientos, como si fuera yo un malhechor; pero la palabra de Dios no está presa. Por eso todo lo soporto por causa de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna » (2 Timoteo 2: 9-10 RVC).

Si se creyera que las enseñanzas de Jesús son falsas, nadie sería lo suficientemente devoto al Evangelio como para soportar tantas penurias en aras de avanzar en el Evangelio, nadie respondería a Jesús religiosamente, ni se abriría completamente a la iluminación del Espíritu Santo. Pero Jesucristo sí resucitó de los muertos y, de hecho, prometió vida eterna a aquellos que aceptan el plan de salvación de Dios. No podemos elegir entre las enseñanzas de Jesús. O todo lo que Jesús dijo es verdad, o nada de eso es verdad. Si se cree en algunas de sus enseñanzas, se debe creer en todas, incluidas sus enseñanzas sobre la vida eterna. Jesús dijo: «yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió me ordenó qué decir y cómo decirlo» (Juan 12: 49 NVI). O todo lo que Jesús dijo es verdad, o nada de eso lo es. Esa, en última instancia, es la razón por la cual el cristiano cree en el cielo.

Entonces, ¿cómo será esta vida en el cielo? El libro de Apocalipsis nos dice que será como una ciudad santa, «la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, procedente de Dios, preparada como una novia hermosamente vestida para su prometido» (Apocalipsis 21: 2), en otras palabras, será una nueva tierra similar en naturaleza a las cosas que sabemos en nuestra vida actual. Además, se nos dice que «ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir» (Apocalipsis 21: 4).

¿Y cómo serán nuestros cuerpos resucitados? En 1 Juan 3: 2 leemos: «queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es». Todos seremos transformados, aquellos resucitados de los muertos y aquellos quienes estén vivos cuando Cristo regrese. En 1 Corintios 15: 52 leemos: «en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, al toque final de la trompeta. Pues sonará la trompeta y los muertos resucitarán con un cuerpo incorruptible, y nosotros seremos transformados».

Sobre la base de la visión de Juan registrada en el libro del Apocalipsis, algunos cristianos creen que la tierra presente en sí se transformará y que los hijos e hijas de Dios en Cristo heredarán un mundo espiritualmente perfecto. Otros, basados en escrituras como 1 Tesalonicenses 4: 16-17 , creen que el cielo estará en un lugar completamente diferente. «El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego los que estemos vivos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados junto con ellos en las nubes para encontrarnos con el Señor en el aire. Y así estaremos con el Señor para siempre» (1 Tesalonicenses 4: 16-17).

Aquellos que han amado al Señor y han vivido vidas que reflejan ese amor serán separados de aquellos que no lo han hecho; (ver la parábola de las ovejas y las cabras en Mateo 25: 31-46). «No se asombren de esto, porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, 29 y saldrán de allí. Los que han hecho el bien resucitarán para tener vida, pero los que han practicado el mal resucitarán para ser juzgados» (Juan 5: 28-29). Esta es una parte central de lo que es el cristianismo y lo que significa.

Esperamos que algún día escuchemos al Señor decirnos: «¡ hiciste bien, siervo bueno y fiel! ¡Recibe tu herencia, el reino preparado para ti desde la creación del mundo!» (Ver Mateo 25: 23, 34-40 ). Esperamos esto porque lo amamos. Lo amamos porque escuchamos su voz, conocemos su voz y confiamos en su voz.

Te animo a que te aferres a esa esperanza. El Nuevo Testamento nos presenta las promesas del Señor y también la bendita seguridad del Espíritu Santo que sobrepasa todo entendimiento humano. Pablo usa la metáfora de la garantía (pago inicial) para ayudarnos a ganar la confianza de que Dios cumplirá lo que ha prometido (ver 2 Corintios 5: 1-6 ; 2 Corintios 1: 22 y Efesios 1: 13-14). Si bien nosotros mismos no podemos explicar perfectamente el cuerpo resucitado que algún día en el futuro será nuestro, la seguridad del Espíritu Santo, Cristo en nosotros, es la primera entrega de la vida eterna, y una promesa de Dios de que tenemos un hogar eterno en los cielos. Cristo está en ti y da testimonio de la esperanza de esa gloria (ver Colosenses 1: 27).

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