Summary: El cántico de Simeón es nuestro cántico como cristianos, porque tenemos la misma confianza y paz.

Tengo una pregunta: ¿Cuál es tu villancico favorito? Noche de paz, Al mundo gozo proclamad, o tal vez Blanca Navidad... Pues, la verdad es que en esta temporada festival que es la Navidad, se escucha la música navideña por todos lados. Nuestros cultos en estos días son enriquecidos por las melodías bellas de los himnos navideños, himnos que parece que cantamos con más alegría y más fuertes que los himnos de otras estaciones del año. Pues, los cánticos y villancicos juegan un papel muy importante en nuestra celebración de la navidad.

Hoy en el texto para esta mañana vamos a escuchar un cántico muy conocido, pero que casi nunca consideramos un cántico navideño. Sin embargo, escúchalo bien y piensa en como corresponde el cántico de Simeón a la Navidad. El texto para esta mañana que se encuentra en Lucas 2:25-32...

¿Reconocían el cántico que dijo el anciano Simeón en el texto? Es algo que dicen Ustedes cada mes en la liturgia después de recibir la Santa Cena. Y este cántico es lo que vamos a ver hoy en el sermón, porque realmente éste es nuestro cántico navideño: 1) que hemos visto la salvación, 2) que podemos morir en paz, y 3) que también podemos vivir en paz.

I. Hemos visto la salvación

Vemos aquí en el texto que el anciano Simeón recibió una bendición muy especial de su Señor. Dios le había prometido que iba a ver al “Ungido del Señor” antes de morir. El “Ungido del Señor.” Pues, generalmente no se traduce esta palabra, sino que nada más dicen los nombres “Mesías” o “Cristo” que quieren decir “el ungido.” O sea, que San Lucas aquí está hablando del Salvador prometido en el Antiguo Testamento. Dios había prometido a Simeón que iba a ver el Salvador del mundo antes de morir.

Y entonces, un día, movido por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo, y allí encontró a María y José presentando al niño Jesús según la ley del Antiguo Testamento. Y en alguna forma, no sabemos exactamente cómo, Dios lo señaló como el Salvador prometido. Por lo tanto, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios porque como dice él: Han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos... Pero, ¿cómo vio la salvación? Acaso podía ver hasta los cielos o podía gozar en ese momento de la perfección. Pues, claro que no. Pero sí vio la salvación, porque en ese momento cargaba a su salvador en sus brazos.

Y la verdad es que Simeón realmente necesitaba a este Salvador. A veces cuando la Biblia dice que un hombre era justo, como dice aquí de Simeón, se puede imaginar un hombre bueno que merece ir al cielo por su vida de servicio a Dios. Pero no. No era justo por sus propias obras, sino fue justo porque ese bebé que cargaba en sus brazos iba a ganar por él la justicia. La verdad es que Simeón era pecador así como nosotros y que esperaba “la consolación de Israel,” o sea, uno que iba a darle el consuelo del perdón. Pues, imagínense, cargar a la consolación de Israel, el Salvador del mundo en sus brazos.

Y este bebé sí podía dar consuelo al pueblo de Dios porque fue (y es) el “Ungido del Señor” que Dios había prometido en el Antiguo Testamento. ¿Saben Ustedes que quiere decir la palabra “ungido”? En los días del Antiguo Testamento, ungieron con aceite, es decir, que derramaron aceite sobre la cabeza de una persona para apartarla para una vida de servicio. En el Antiguo Testamento, generalmente ungieron a los sacerdotes, profetas y reyes. Y entonces, Dios apartó a este bebé, el ungido, para una vida de servicio, para servir al mundo como el perfecto sacerdote, profeta y rey.

No sé si los que recientemente terminaron sus estudios del catecismo se acuerdan cómo Cristo sirve como nuestro sacerdote, profeta y rey...¿Recuerdan lo que Pastor Vázquez les enseñó? Como nuestro sacerdote perfecto, Cristo sacrificó a si mismo en la cruz para pagar todos nuestros pecados, un sacrificio que vale una vez para siempre, y aparte, sigue intercediendo por nosotros con Dios en el cielo. Como nuestro gran profeta, Cristo proclamó las buenas nuevas del evangelio mientras que estaba aquí en la tierra, y sigue proclamándolas por medio de su Palabra y por medio de nosotros sus creyentes. Y como nuestro rey perfecto, Cristo ganó la victoria sobre el pecado, la muerte y nuestro archienemigo el diablo y ahora gobierna sobre toda la creación para nuestro bien.

Y fíjense que el anciano Simeón lo cargaba en sus brazos. Simeón podía decir con gozo y gratitud, “mis ojos han visto la salvación.” Pero saben, que nosotros también. Claro que no hemos recibido la bendición de ver a Jesucristo en la carne, de cargarlo en nuestros brazos, de verlo sonreír, escucharlo hablar, pero sí lo hemos visto. El mismo nos dice, “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” Jesucristo es la luz para revelación a los gentiles, y vemos a esta luz brillando en las páginas de la Biblia, la luz que nos enseña el camino al cielo, que no es el camino de buenas obras, sino el mismo Jesucristo, “el camino, la verdad y la vida” el cual nos lleva al cielo por su puro amor sin que lo merecemos.

Y es por eso que nosotros podemos cantar en esta temporada navideña que hemos visto la salvación, la cual Dios ha preparado en presencia de todos los pueblos, porque vemos esta salvación que es nuestra cada vez que abrimos la Biblia, cada vez que asistimos a los cultos y estudios aquí en la iglesia. Y es por eso que también podemos cantar con confianza: Y ahora, Señor, despides a tu siervo en paz...

II. Podemos morir en paz

Al decir estas palabras, Simeón realmente estaba diciendo, “Estoy listo para morir,” palabras que no se escucha mucho hoy en día ¿verdad? “Estoy listo para morir.” Se escucha más, “Todavía tengo mucho que quiero hacer antes de morir: quiero casarme, o quiere viajar, quiero tener hijos...” Se imaginan que cosas en este mundo pueden ser mejores que la vida venidera...O aún peor, hay muchos que tienen miedo de la muerte. He conocido a varias señoras que después de la muerte de su esposo no podían comer ni dormir porque pensaban en la muerte todo el tiempo, tenían miedo y se desesperaron. ¿Conoces a alguien así? ¿Te sientes así a veces? ¿Le da cosa hablar de la muerte o le da miedo?

Vemos aquí que a Simeón no. El estaba listo para morir y no fue porque ya había “vivido” mucho o que estaba sufriendo, y entonces, estaba listo para morir, sino porque había visto la salvación. Con confianza sabía que su eterno hogar en el cielo le esperaba porque ese niño iba a morir por sus pecados.

Y fíjense que nosotros también podemos tener la misma confianza, porque la salvación no depende de nosotros, si llevamos buenas vidas, si nos portamos bien o algo así. Tenemos confianza porque vemos la salvación que es nuestra en Cristo Jesús, el cual nos sirvió como nuestro perfecto Profeta, Sacerdote y Rey, para darnos a nosotros perdón por las muchas veces que tenemos miedo y dudamos. Tenemos perdón por las muchas veces que nos aferramos a las cosas de este mundo, a lo que queremos hacer aquí, en vez de fijar nuestra mirada en la vida que nos espera en el cielo.

Dios nos promete que el cielo es un lugar mucho mejor que este mundo sucio y pecaminoso, este mundo lleno de muerte y lágrima. De hecho, nos da en Apocalipsis una imagen, una vista de que tan bueno va a ser el cielo. Dice San Juan: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas pasaron... En el cielo, no va a haber más enfermedad, no más pobreza, no más sentimientos lastimados, no más enojo, no más tristeza. Es por es que San Pablo dijo, “Para mi el vivir es Cristo, y el morir es ganancia.”

Pero fíjense que una cosa interesante es que casi siempre al citar este versículo de San Pablo lo hacemos para consolar a una persona que ha sufrido la pérdida de un ser querido o para dar confianza a los que tienen miedo de la muerte: para mi el morir es ganancia. Pero muchas veces se nos olvida la primera parte: que para mi el vivir es Cristo.

III. Podemos vivir en paz

Pero, ¿por qué vivir para Cristo? ¿Por qué hacer lo correcto si sabemos que tenemos perdón por todos nuestros pecados? Buena pregunta ¿verdad? Y la razón principal es porque en Cristo tenemos paz...Tenemos la paz que la muerte no tiene poder sobre nosotros. Tenemos la paz que Dios está con nosotros todos los días de nuestra vida y que nos va a proteger como nuestro Buen Pastor con su vara poderosa mientras que andemos por la valle de la sombra de muerte que es este mundo pecaminoso. Tenemos la paz que ninguna cosa creada puede separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús. Y entonces, en esta paz y con corazones agradecidos, vamos a querer servir a Dios y a nuestro prójimo. Si alguien da un regalo a un niño, sus papás siempre le dice, “Y ¿cómo se dice?” Gracias... Nosotros decimos gracias a Dios por la paz que nos da al servirle en esta vida.

Y tenemos un muy buen ejemplo en el anciano Simeón, el cual fue un hombre piadoso, o sea, que mostró su agradecimiento a Dios con su vida. Hasta que vemos aquí que al ver a su Salvador, no quedó callado, sino en presencia de todos dio gloria a Dios por es niño que era la gloria del pueblo Israel que le esperaba y luz para revelación al resto del mundo. Simeón realmente fue una luz también, reflejando la luz de Cristo a los demás, dando testimonio a la salvación que viene solamente por medio de él.

Y así como Simeón, nosotros también: al ver la salvación que tenemos, al ver que no tenemos que temer la muerte, al ver la paz que Dios nos da en medio de las tribulaciones de este mundo pecaminoso... pues, ¿cómo se dice? “Gracias” ¿verdad? Digan “gracias” con su vida. Sean luces reflejando el amor de Cristo al mundo. Cristo nos da el regalo navideño más precioso que hay, nos da la salvación, y entonces, qué compartamos este regalo con los demás.

¿Cuántos de Ustedes pensaron mucho en lo que iban a regalar a tus amigos y familiares para la navidad? Y ahora, ¿cuántos se preocuparon por recordarles a ellos la verdadera razón por la cual celebramos la navidad, o al menos por invitarles a asistir con Ustedes a los cultos navideños? No hay mejor regalo que podemos dar que la salvación que Cristo ganó por nosotros.

Mis hermanos, dado que hemos visto la salvación, dado que podemos morir en paz con la confianza que el cielo es nuestro en Cristo, pues, qué vivamos en esta paz todos los días de nuestra vida, dando gracias a Dios como el anciano Simeón que cargaba al Rey de reyes en sus brazos. Qué el cántico de Simeón siempre sea nuestro cántico navideño. Amén.