Summary: En la jornada del hombre hacia la eternidad, hay sólo dos caminos: el que lleva a la destrucción eterna en el infierno y el que lleva a la vida eterna en el cielo.

¿Han escuchado ustedes de un artista llamado Diego Rivera? Es un pintor mexicano quien es famoso por los gran murales que pintó en la primera parte del siglo pasado. Especialmente se conoce por unos murales que trataban de la historia mexicana. Y en esos murales, Rivera pintó a diferentes figuras históricas de distintas épocas, todos juntos en un gran panorama.

El libro del profeta Isaías es un poco como los murales de Diego Rivera. Dios, por medio de su profeta Isaías nos da una vista panorámica de la historia y del futuro – del tiempo como lo conocemos. Y todo pintado desde la perspectiva de la eternidad. Es que Dios existe fuera del tiempo. Para él es como que el futuro ya ha pasado. Entonces, en el libro de Isaías, a veces un solo versículo habla de dos eventos distintos en el futuro o se habla del futuro como ya había pasado. Por ejemplo, Isaías describe en detalle el sufrimiento y muerte de Jesucristo 700 años antes de su nacimiento y lo cuenta como que ya había ocurrido.

El texto para esta mañana consiste en las últimas palabras escritas por el profeta Isaías. Y en el texto vemos un mural – un mural que muestra la jornada por la que anda cada hombre hacia la eternidad. En el mural hay dos caminos por los que el hombre puede andar. Y esta mañana vamos a hablar de esos dos caminos: del camino que lleva a la destrucción eterna del infierno y del camino que lleva a la vida eterna en el cielo. Entonces, leemos de Isaías 66:18-24...

I. El camino que lleva a la eterna destrucción del infierno

El cielo y el infierno existen. Lamentablemente tengo que decir esto porque nuestra sociedad moderna no está seguro si es cierto, o al menos, no está seguro en cuanto a la existencia del infierno. Fíjense que la semana pasada estaba “surfeando” en el internet y busqué unas encuestas para ver que piensan los americanos en cuanto al cielo y el infierno. Y bueno, no puedo decir si las encuestas son 100% fidedignas, pero los resultados sí son interesantes.

Parece ser que el 93% de los americanos creen que existe el cielo, pero menos que 60% creen que existe el infierno. Menos que 10% creen que están destinados para el infierno y solamente 27% creen que existe el diablo. Como dice el refrán: El mayor logro del diablo es convencer al mundo de que él no existe. Además, el 45% de la población americana piensa que no importa lo que crees mientras que crees en algo y el 44% piensan que “los ateos buenos” van a poder ir al cielo. Y nada de esto nos debe sorprender dado que solamente el 41% de la población, o sea, menos que la mitad, cree que la Biblia no contiene errores. Entonces, si no me gusta escuchar lo que dice la Biblia en cuanto al infierno, el castigo o el pecado... pues dejo de creer en esas cosas.

Pero la verdad es que la Biblia no tiene errores. Y habla claramente del infierno, de la muerte eterna y del castigo del pecado. De hecho, Isaías pinta un retrato vívido del infierno aquí en el texto. En los versículos 22 y 23 habla del cielo como la ciudad santa de Jerusalén y el templo donde los creyentes adorarán a Dios para siempre. En el versículo 24 dice que afuera del templo están todos los cadáveres de los que se habían rebelado contra él, y que “su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará. Y serán abominables para todo ser humano.”

Ésta es una ilustración que los judíos del tiempo de Isaías entenderían muy bien porque afuera de Jerusalén, no muy lejos del templo había un valle llamado Hinón. En el Nuevo Testamento, Hinón se usa como ilustración del infierno y por buena razón. Fíjense que desde los tiempos antiguos, ese valle había sido un lugar de llanto y dolor. Fue allí donde los paganos mataron y quemaron a sus propios hijos como sacrificio al dios Moloq. Por siglos ese valle servía como el basurero de Jerusalén donde basura y cadáveres fueron quemados. Fue un lugar sucio y asqueroso para los habitantes de la ciudad.

Y según Isaías, así es el infierno: un fuego eterno en donde los gusanos comerán tu carne para siempre. Allí estarás fuera del reino de Dios, echado de su presencia al castigo eterno – a una eternidad en el lugar más sucio, doloroso y asqueroso que se puede imaginar. Como dijo Cristo en el evangelio para esta mañana: “Allí será el llanto y el crujir de dientes.”

Y, ¿cuál es el camino que lleva al infierno? Pues, básicamente es el camino en que empezamos todos por naturaleza. En el versículo 18, Dios dice que por causa de las obras y los pensamientos de la humanidad, vendrá para juntar a todos para que vean su gloria. Y acuérdense que para el hombre pecaminoso el ver la gloria de Dios nos es algo bueno. Está hablando aquí del juicio glorioso e imponente de Dios.

Y para los que piensan: “Pues, yo no tengo que temer el juicio de Dios. Soy buena persona. No he matado a nadie. Soy buen esposo o esposa.” Pues aquí Dios dice que no es solamente por causa de sus acciones, sino también por sus pensamientos. Jesús en el sermón del monte nos dice que los pensamientos de enojo y de odio son iguales al asesinato ante los ojos de Dios y que los pensamientos lujuriosos son adulterio. Somos todos nosotros asesinos y adúlteros. “Los ateos buenos” todavía son asesinos. El tener buenas intenciones no cambia el hecho de que somos asesinos y adulteros.

Todos se han rebelado contra Dios y merecen su castigo – su castigo que es real. Es un castigo que sufrirán millones de personas de todas las generaciones. No se engañen: el infierno es un lugar real y todos merecen ir para allá. Aunque no queremos escucharlo, aunque el mundo nos anima a ir a iglesias que dicen que todo está bien, que todos son buenos, que solamente los peores de los peores van al infierno – eso no es lo que dice la Biblia. La Biblia dice muy claramente que todos han pecado y están destituidos de la gloria de Dios y que la paga del pecado es muerte.

II. El camino a la vida eterna

Lo increíble es que Dios no solamente es un Dios justo que tiene que castigar el pecado, sino también es un Dios de amor el cual quiere que todos sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad. Isaías nos dice aquí en el versículo 19 que Dios pondrá entre ellos una señal. El hebreo original tiene la idea de hacer algo asombroso e increíble entre ellos.

Y, ¿qué fue esa cosa asombrosa que hizo Dios entre nosotros? Pues, envió a su único hijo como “la puerta angosta” que conduce al cielo. Jesús es el camino, la verdad y la vida. Y vemos en el versículo 19 que habría “sobrevivientes”, es decir, unos que serían salvos del castigo justo de Dios. Y sabemos cómo pasó eso, ¿verdad? Que Dios castigó a Jesús por los pecados de la humanidad. Ya no hay castigo para los que creen en él.

Y vemos que de esos primeros “sobrevivientes”, o sea, de los primeros creyentes judíos, unos iban a ir a los fines de la tierra para traer a gente de toda nación, tribu y lengua a la familia de Dios. Y es lo que pasó unos 800 años después de la muerte de Isaías. Los discípulos de Jesús, ese grupo pequeño de creyentes judíos, salieron de Jerusalén y difundieron el evangelio a todo el mundo. De hecho, podemos ver el cumplimiento de esta profecía aun aquí en nuestra iglesia, porque aquí tenemos a gente de varias naciones del mundo que hablan diferentes idiomas. Y ahora tenemos el privilegio de continuar esta obra, de compartir el evangelio con aún más personas. Además, dice aquí que nosotros los “gentiles” vamos a traer a unos de los hermanos judíos de Isaías y volverlos a la familia de Dios. Realmente es una cosa asombrosa que ha hecho Dios entre nosotros.

Cada vez que compartimos la Palabra de Dios con alguien y los traemos a la familia de Dios, a esa montaña santa de Jerusalén (que es una forma figurativa para decir la Santa Iglesia Cristiana) – cada vez que lo hacemos, estamos presentando a Dios una ofrenda santa y perfecta, así como las ofrendas que llevaron los israelitas en “utensilios limpios a la casa de Jehová”. Es que todos los que creemos nos podemos presentar ante Dios como santos y perfectos, limpios porque hemos sido lavados en la sangre de Jesús.

De hecho ahora todos nosotros somos sacerdotes en servicio a Dios como dice el versículo 21. El apóstol Pedro escribe que aunque no somos físicamente de la nación de Israel, por medio de la fe somos: linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamemos las obras maravillosas de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. Somos el pueblo escogido. Somos sacerdotes. En el cielo estaremos en el templo de Dios, delante de su santo trono – cara a cara con Dios – sirviéndole para siempre. “De mes en mes y de sábado en sábado”, o sea, constantemente adorando a nuestro Dios para siempre.

Y todo eso es por causa de Jesús. Él es la puerta angosta, el camino que lleva al cielo. No hay otro. Hay un dicho antiguo que dice que todos los caminos llegan a Roma. Pero no todos los caminos llegan al cielo. No es suficiente creer que existe un dios. Los que dicen que hay un solo dios y que las diferentes religiones del mundo nada más tienen formas distintas de adorarlo ¡están equivocados! Si una persona no cree en Jesucristo, está en el camino que conduce al infierno. No importa si es buena persona, si está intentando, o si es una persona sumamente espiritual. Sin Jesús todos esos caminos llevan al mismo lugar: el infierno.

Hay un solo camino que lleva al cielo y estamos en ese camino por medio de la fe en Jesucristo. Y qué maravilla que Dios nos ha puesto en ese camino, ¿verdad? ¡Que maravilloso es nuestro Dios!

Mi poema favorito está escrito por un poeta muy bien conocido aquí en los Estados Unidos que se llama Robert Frost. El poema está titulado “El camino no escogido”. En el poema, el Sr. Frost cuenta como un día él andaba por el bosque y llegó al punto en que se dividió el camino. El primer camino fue más transitado y se veía más fácil para viajar. El otro se veía más angosto y difícil. Muy pocas personas habían ido por ese camino. El poema termina en la siguiente forma:

Dos caminos divergieron en el bosque y yo –

Yo escogí el menos transitado,

Y eso ha hecho toda la diferencia.

El mundo nos presenta con muchos caminos, pero todos eventualmente conducen al infierno. Pero Dios nos ha llamado y nos ha salvado por la sangre de su hijo Jesucristo. Nos ha puesto en el camino menos transitado. Andamos por la puerta angosta al cielo quien es el mismo Jesús. Entonces, que sigamos en ese camino. Agradezcamos a Dios todos los días por ese milagro que nos encontramos en el camino correcto, el camino menos transitado, porque realmente eso hará toda la diferencia. Amén.