Summary: Si a cada uno de los capítulos del evangelio según San Lucas pudiéramos ponerle nombre por sección, el capítulo 15 con seguridad podría recibir el nombre de "Sección de Cosas Perdidas." Incluso los dos últimos versículos del capítulo 14 tienen que ver con

Perdidos en el patio

El Royal Charter era un buque magnífico. Le había dado la vuelta al globo y habiendo anclado en cada puerto de importancia estaba en camino de retorno a casa. Había anclado en Queenstown y se había mandado mensaje que la mañana siguiente atracaría en Liverpool.

El alcalde mayor de Londres y el alcalde mayor de Liverpool, lo mismo que una banda de músicos y miles de personas estaban en el muelle esperando para darle la bienvenida. Pero el Royal Charter se hundió en la noche en camino de Queenstown a Liverpool, casi toda su tripulación pereció ahogada.

Al pastor William M. Taylor se le pidió que informara a la esposa del piloto que su esposo había desaparecido, ya que eran miembros de su iglesia. El pastor Taylor tocó a la puerta y una niña le abrió la puerta y le dijo:

-Pastor Taylor, creía que era mi papá. ¡Hoy viene a casa!

Cuando entró en la casa, el pastor se encontró con la mesa en la sala, preparada para el desayuno. La esposa del piloto vino a él y le dijo:

-Pastor Taylor, discúlpenos por tener la mesa aquí a esta hora, pero, como usted sabe, mi esposo viene hoy a casa. Si usted se queda a acompañarnos, hará que nuestro día sea como en el cielo.

El pastor Taylor tomó las manos de la mujer y le dijo, después de un momento:

-Mi querida hermana, el Royal Charter se hundió anoche. Su esposo se encuentra entre los perdidos. Me temo que ya no pueda volver a casa.

La mujer le miró por un momento y después, llevándose las manos a la cara, sollozó:

-Dios mío, tan cerca de casa ¡y se ha perdido para siempre!

Si a cada uno de los capítulos del evangelio según San Lucas pudiéramos ponerle nombre por sección, el capítulo 15 con seguridad podría recibir el nombre de "Sección de Cosas Perdidas." Incluso los dos últimos versículos del capítulo 14 tienen que ver con algo perdido: en este caso es la sal que pierde su sabor. El capítulo que nos interesa, el 15, empieza con la parábola de la oveja perdida, continúa con la parábola de la moneda perdida y termina con la parábola del hijo pródigo.

La parábola que nos interesa en esta ocasión es la tercera, la parábola del hijo pródigo:

También dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.

Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.

Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como uno de tus jornaleros.

Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano.

Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado (Lucas 15:11-32).

La parábola del hijo pródigo es en sí misma la historia de dos hermanos. Uno de estos hermanos había tomado la mitad de la herencia de su padre y se había retirado a malgastarla en borracheras y mujeres. Había quemado la vela por ambos extremos y ahora se encontraba sin un centavo y cuidando cerdos. Su historia es una historia de derrota. Una vida de disipación y pecado. Un hijo perdido.

El otro hermano era diferente: honesto, decente, trabajador, respetable, pero también estaba perdido. Porque todos nosotros nos parecemos más al segundo hijo, al que se quedó en casa de su padre, más que al primero, debemos considerar su vida y ver donde fue que erró, por qué también él estaba perdido. ¿Cómo puede ser que él también se haya perdido si fue el hijo bueno de la historia que contó el Maestro? ¿Cómo pudo haberse perdido ante la presencia de su padre? ¿Cómo pudo él haberse perdido en su propia casa? Porque en realidad no solamente estaba perdido, sino estaba perdido en el patio de su propia casa.

El problema de los celos

El hermano mayor tenía tres problemas muy graves. El primer problema del hermano mayor eran los celos. El hermano mayor estaba celoso del hermano menor. En realidad no tenía por qué estar celoso de su hermano, pero lo estaba. La parábola indica claramente que cuando el hijo menor quiso tomar su parte de la herencia que le correspondía, su padre repartió toda su herencia entre los dos hijos:

Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes (Lucas 15:12).

Si el hijo menor había despilfarrado su parte, entonces todo lo demás pertenecía al hijo mayor, pero esto lo veremos más tarde.

Cuando el hijo mayor, viniendo de la labor del día se acerca a su casa, con sorpresa escucha que hay música. Toda una fiesta, sin duda alguna. ¿Qué es lo que está pasando aquí? ¿Una fiesta? ¿Y para quién? No es el cumpleaños ni el aniversario de nadie. Nadie se está casando en casa. ¿Qué es lo que está pasando? Al estar más cerca de la casa se da cuenta que nos se trata únicamente de música. La palabra griega usada aquí por música es la palabra sumphonías, de donde obtenemos nuestra palabra sinfonía. Esta palabra da la idea de ser toda una banda de músicos los que tocan, sin duda alguna pagados. No es tan solo música, sino que también hay baile. Se trata de algo grande. No es una simple celebración. Pero, ¿para quién y por qué de todo esto?

...y llamando a uno de los criados, le preguntó que era aquello. El le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre he hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano (Lucas 15:26, 27).

No había podido soportar más la duda y tuvo que preguntar. Por la respuesta que el criado le dio, pareciera que el criado estaba contento con el regreso del otro hermano. Sin lugar a dudas pensaba que el hermano mayor se regocijaría con la noticia. ¡Tu hermano ha vuelto! ¿No es maravilloso?

Pero al hermano mayor no le parecía tan maravilloso el asunto. En realidad no le gustaba nada:

Entonces se enojó, y no quería entrar [a la casa]. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo a su padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus vienes con rameras, haz hecho matar para él el becerro gordo (Lucas 15:28-30).

¡El hermano mayor está molesto! ¿Cómo puede ser posible, racionaliza él con su padre, que después de todo lo que este tu hijo ha hecho lo trates mejor que a mi? ¡No es justo! El monstruo verde de los celos está aquí asomando su horrible cabezota y nos está mirando fijamente a los ojos con una mueca atroz. La rivalidad entre los dos hermanos nos muestra aquí claramente lo peligrosos que son los celos y la envidia.

Saúl y David

En el Antiguo Testamento encontramos una historia similar. En este caso no son hermanos pero el mayor también siente celos y envidia del menor. El mayor también se ha perdido porque ha permitido que el pecado de los celos y la envidia envenene su vida. Este hombre no es otro que Saul, el primer rey de Israel.

Es interesante lo diferentes que son las historias de los dos Saules destacados que encontramos en la Biblia. El primero se inicia como un ungido del Señor y termina perdido, muerto por su propia mano. El segundo se inicia como un perseguidor de los siervos del Señor y termina como el gran apóstol a los gentiles.

Pero volviendo a Saul, su envidia y sus celos son contra el joven David, muchos años menor que él. De hecho David y Jonatán, el hijo de Saul, eran de aproximadamente la misma edad. La Biblia nos cuenta que:

Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saul, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música, y cantaban las mujeres que danzaban y decían:

Saul hirió a sus miles,

Y David a sus diez miles.

Y se enojó Saul en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mi miles; no le falta más que el reino. Y desde ese día Saul no miró con buenos ojos a David (1 Samuel 18:6-9).

Este enojo de Saul no era otra cosa que celos y envidia.

Un escritor a comentado que:

Al regresar el ejército en su persecución de los filisteos, los conquistadores habían sido recibidos en cada ciudad por la que pasaban, conforme a la costumbre, por coros de mujeres quienes, con danzas mímicas, cantaban antifonalmente alabanzas a los héroes, adjudicando a Saul la victoria sobre miles y a David sobre diez miles. Esto era característico de la época, y no implicaba la menor preferencia sobre David, y mucho menos que el trono de Saul estuviese en peligro.1

No había entonces ningún motivo real por el cual Saul se molestase contra David, salvo los celos que habían empezado a hacer nido en su corazón.

Tu y yo no necesitamos vivir una vida disipada y dada al pecado más vulgar para que nos encontremos perdidos por culpa de los celos y la envidia. Lo podemos hacer en el patio de nuestra propia casa.

Más de una vida sincera y honesta se ha corrompido por causa de los celos y la envidia. Mientras que el amor eleva y ennoblece, hace germinar y da vida, la envidia y los celos rebajan y destruyen, envenenan y matan.

Somos envidiosos cuando nos gozamos con el mal de los demás; cuando nos conforta el dolor ajeno; cuando nuestras penas se alivianan al contemplar las penas de otros; cuando no sabemos llorar porque otros lloran; cuando una sonrisa no nos emociona porque es otro el que la goza.

El poeta español Miguel de Unamuno, en su poema Civilitas, nos dice:

La envidia de morder nunca se sacia,

pues no come; por eso es que no engorda...

Alguien muy justamente ha dicho también: "La envidia, como la llama, ennegrece todo lo que no puede destruir."

La envidia y los celos son un mal que no debemos dejar que germine en nosotros. No hemos de asemejarnos al hermano mayor en este sentido.

Auto-justificación

El segundo problema del hermano mayor era su espíritu de auto-justificación o justificación propia. Su problema era el considerarse más justo, más noble, mejor que su hermano. En la queja que levanta contra su padre le reclama a su padre y le presenta toda una lista de lo bueno que ha sido:

Tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás... Pero... este tu hijo... ha consumido tus bienes con rameras (Lucas 15:29, 30).

¡Qué hombre más santo! ¡La perfección de la santidad misma! ¡Qué injusticia la que se ha cometido contra él! ¿Te das cuenta? Está tan ensimismado en su propia justificación que no se da cuenta de lo que está diciendo. En su ira, en sus celos, en su envidia, está pasando por alto varias cosas muy importantes.

En primer lugar, cuando el hijo menor le pidió a su padre su parte de la heredad, el padre repartió esta a ambos. En el verso 12 está claramente indicado esto: "y les repartió los bienes." Al repartirles los bienes, hoy en día pensaríamos que cada uno recibió la mitad de la herencia, pero no es así. De acuerdo con la ley Mosaica, el mayor recibía una doble porción de la herencia del padre:

...más al primogénito de la aborrecida reconocerá como primogénito, para darle el doble de lo que correspondiere a cada uno de los demás; porque él es el principio de su vigor, y suyo es el derecho de la primogenitura (Deuteronomio 21:17).

De esta manera el hijo mayor se quedaría con dos terceras partes de la herencia.

En segundo lugar su queja queda sin fundamento al decir: "nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos" (Lucas 15:29). Volviendo al punto anterior, si dos terceras partes fueron dadas al hijo mayor y una tercera parte al hijo menor, ¿de quién era ahora la heredad completa? ¡del hijo mayor! Es el pobre padre, en realidad, el que debería de quejarse: ¡no tiene nada! ¡todo lo ha dado a sus hijos! Y se lo pone claro al hijo mayor:

...hijo, tu siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas (Lucas 15:31).

Con esto no únicamente queda de manifiesto lo poco fundada de su auto-justificación, sino que su egoísmo queda delatado ante el amor del padre.

Es en este punto en donde más nos parecemos al hermano mayor. Es en esto en donde nos manifestamos como verdaderos laodicenses. Creemos que somos ricos y que

...de ninguna cosa ten[emos] necesidad; y no sa[bemos] que [comos unos] desventurad[os], miserable[s], pobre[s], cieg[os] y desnud[os] (Apocalipsis 3:17).

Nos miramos a nosotros mismos con satisfacción y nos sentimos anchos de lo muy justos y buenos que somos. Nos gozamos en los errores y faltas ajenas y nuestra actitud es como la del fariseo:

El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmo de todo lo que gano (Lucas 18:11, 12).

¿No es esta la actitud del hermano mayor? ¿No es esta muchas veces nuestra propia actitud? ¡Mira, Señor, que tan bueno, que tan noble, que tan justo, que tan santo soy!

Jesús tan solo encontró palabras de reproche para el fariseo que se veía tan bien así mismo. La palabras de elogio fueron para el publicano:

Más el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador (Lucas 18:13).

La verdad es que, en vez de mirarnos a nosotros mismos de esta forma, deberíamos de tener presente que

Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicias; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como el viento (Isaías 64:6).

No se daba cuenta

El tercer problema del hermano mayor era que el pobre estaba perdido en el patio de su propia casa y no se daba cuenta. Su ofuscamiento era tan grande que no se daba cuenta de sus celos, de su envidia, de su espíritu de auto-justificación. Estaba perdido y no se daba cuenta.

Con demasiada frecuencia tu y yo tendemos a ver la paja en el ojo de nuestro hermano pero somos incapaces de ver la viga que está atravesada en nuestro propio ojo (Lucas 6:41). Nos molestamos tanto por los problemas y pecados de otros que no nos damos tiempo a cavilar en nuestros propios males, en nuestros propios problemas. Nos identificamos cien por ciento con el hermano mayor y, al igual que él, estamos perdidos.

Me pareció apropiada la relación que alguien escribió:

¿Te has dado cuenta? Cuando la otra persona actúa de esa manera, es feo; cuando tu lo haces, es bravura. Cuando los demás se aferran a sus maneras, son obstinados; cuando tu lo haces, eres firme. Cuando a tu vecino no le agradan tus amigos, está prejuiciado; cuando a ti no te gustan sus amigos, sabes juzgar bien a los demás. Cuando trata bien a otra persona, es un lambiscón; cuando tu lo haces, eres considerado.

Cuando se toma su tiempo para hacer las cosas bien, es lento o perezoso; cuando tu lo haces, eres deliberado y cuidadoso. Cuando gasta mucho, es un despilfarrador; cuando tu lo haces, eres generoso. Cuando alguien pone atención a las faltas y errores, es un quisquilloso y criticón; cuando tu lo haces, eres creativo. Cuando es dócil, le llamas débil; cuando tu lo eres, te llamas noble.

Cuando alguien se viste bien, es extravagante; cuando tu te vistes bien, es buen gusto. Cuando dice lo que piensa, es vergonzoso; cuando tu lo dices, es franqueza. Cuando toma riesgos, es un necio; cuando tu lo haces, eres sabio.2

Es muy fácil ver egoísmo en los demás, ver celos y envidia, ver su actitud de auto-justificación, es muy fácil notar sus faltas. Pero es muy difícil notar las nuestras... El problema es que, como el hermano mayor, nos hemos perdido en el patio de nuestra propia casa... ¡Y no nos hemos dado cuenta!

Una parábola

Cuando sus ojos se encontraron con los míos, tuve que mirar a otro lado. Hubiera preferido verle de frente en los ojos y hacer una mueca hasta que hubiera desaparecido la sonrisa de sus labios, pero un poco de culpa me hizo mirar a otro lado.

Marco era nuevo en la iglesia. Ese sábado de mañana, sentado entre los ancianos en la plataforma, era obvio que no estaba instruido en los modales de la iglesia. Su constante asentir con la cabeza y su sonrisa perturbante me daban nauseas.

Mirando alrededor descubrí que había otros que añoraban la misma paz que yo necesitaba. Después de todo, era difícil concentrarse en el sermón cuando un joven de pelo largo en un traje rojo y blanco no solamente estaba de acuerdo con todo lo que el pastor decía, sino que también mostraba su ánimo asintiendo constantemente con su cabeza.

Tres meses atrás, Marco hubiera estado durmiendo el sábado por la mañana, descansando después de haber pasado un viernes de noche ruidosa de música y luces multicolores. Marco era un artista en un club nocturno. Sus batería le había ganado un lugar en una de las mejores bandas de música popular, ¡era toda una estrella de rock! Estaba yendo hacia la cúspide en un mundo que amaba, un mundo que lo amaba porque era bueno con la batería.

Pero eso había sido tres meses antes. Ahora Marco estaba marchando su vida al ritmo de un tambor diferente. El ritmo todavía era demasiado rápido para algunos de nosotros, pero lo podíamos soportar.

El sábado pasado el nuevo miembro de iglesia tuvo un canto especial (tocar la batería era solo parte de sus talentos musicales). El mismo había escrito el canto y más de una ceja se levantó al darse cuenta que su canto estaba obviamente influenciado por su pasado. Los miembros, con todo, se mantuvieron en silencio, después el pastor predicó ese sábado acerca de amar a los demás por lo que son.

La presentación de este sábado fue demasiado. El brillante joven del club nocturno no encajaba con los sombríos ancianos vestidos de negro a su alrededor. Casi era un sacrilegio.

Para cuando terminó el sermón, todos estaban contemplando el circo de un hombre en la plataforma. Nadie estaba sonriendo. Nadie, excepto Marco.

El siguiente sábado Marco no estaba en la plataforma sino en una banca. Decidí que ese era su lugar. No ha de haber estado de acuerdo porque el próximo sábado ya no fue a la iglesia.

Pronto se corrió la voz que Marco ya no era cristiano. Había dejado la iglesia para volver a su batería —volvió a donde se podía reir, sonreír y asentir con la cabeza.3

Tu historia y la mía no tiene que terminar como la del Royal Charter, que estando casi en casa se perdieron. Dios hasta hoy nos da una oportunidad de entrar en el reino de los cielos. Si permites que el Espíritu Santo trabaje en tu vida, si le permites cambiar tu corazón, el lugar está asegurado para tí. Pero tiene que realizarse un cambio. Y ese cambio tiene que ser contigo, no con los demás. Y tiene que ser ahora, no después. Mañana puede ser demasiado tarde.

Es hora ya de dejar los celos y la envidia, de poner a un lado el espíritu de auto-justificación, de darnos cuenta en donde estamos. Es hora de compartir el espíritu del padre: un espíritu de amor, un espíritu perdonador, un espíritu sin egoísmo, un espíritu libre, un espíritu que comprende que:

...habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento (Lucas 15:17).

1Alfred Edersheim, The Bible History, Old Testament vol. IV (Grand Rapids, MI: Wm. B. Eerdmans Publishing Company, 1956), p. 95.

2Paul Lee Tan, Signs of the Times (Rockville, MD: Assurance Publishers, 1984), págs. 1246, 1247.

3Adaptado de Mike Seaman, "Platform Circus," Insight, 1980, pág. 24.