Summary: Las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros

El Desafío

Intro: Esta semana estaba revisando algunos álbumes fotográficos de la familia. Creo que a medida que uno crece, regresa a las fotos del pasado como queriendo revivir esos momentos con añoranza. Me encontré con una foto en particular que me hizo revivir el momento: Es una foto de mi mano sosteniendo la prueba de embarazo (de las que se compran en la farmacia) y mostrando la línea azul que indica un resultado positivo. Recuerdo cómo ese día, después de intentos y frustraciones en los meses anteriores, por fin, la línea azul comenzó a salir. Recuerdo la cara de Delia diciéndome “se está poniendo azul” con sus ojos llenos de lágrimas de felicidad. Nos abrazamos y no cabíamos en nuestra alegría.

Cuando tienes una noticia así ¿qué es lo que quieres hacer enseguida? Por supuesto, compartirla con los que amas. Así que casi en ese mismo momento tomamos el teléfono y desde la ciudad de Orlando, Florida, hicimos las llamadas necesarias para comunicarles que por fin, Dios había contestado las oraciones de todos y que Delia estaba esperando a nuestro primer hijo.

Ya sea que se trate de un embarazo anhelado, un ascenso esperado, un premio ganado, un regalo recibido o un desafío superado, las buenas noticias siempre queremos compartirlas con los demás. Piensa en la última buena noticia que recibiste ¿A quién pensaste compartirla? Quizá a tus padres o familiares, a un amigo o a tu cónyuge. Porque las buenas noticias no las podemos callar.

Aunque podemos recibir muchas buenas noticias en esta vida, ninguna se comparará con las buenas noticias que hemos recibido en el Evangelio. De hecho, la palabra misma “evangelio” quiere decir literalmente “Buenas noticias”. ¿En qué consisten estas buenas noticias que se nos dan en el evangelio?

El evangelio o las buenas noticias consisten en que Dios ha hecho algo maravilloso: hizo todo para que las personas como tú y como yo, pudieran ser perdonadas de sus pecados y puedan vivir en una relación para siempre con él. Todo esto por medio de enviar a su Hijo Jesucristo para que por medio su vida, muerte y resurrección el Reino de Dios quede establecido para siempre en la tierra. El evangelio son las buenas noticias de la gracia de Dios para todo aquel que cree en Jesucristo. Personas que antes no tenían una relación con Dios pueden tenerla por Su gracia. Personas condenadas a vivir eternamente separadas de Dios pueden ser ahora hijos de Dios, coherederos con Cristo, sentados a la mesa del Padre teniendo una relación creciente con él. Este mensaje cambia vidas y es poder de Dios para salvación a todo aquel que lo cree.

Buenas noticias como estas no se pueden callar. Por eso decimos este día: Las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros.

Esta fue la instrucción de Jesús antes de ascender al cielo, después de su resurrección. Después de pasar un tiempo con sus discípulos les dio esa instrucción que se encuentra registrada en Mateo 28:18-20 y que se ha llegado a conocer como “la gran comisión”. Y se ha llamado así porque es un gran desafío el que Jesús nos dejó. Se trata básicamente de llevar estas buenas noticias (el evangelio) más allá de nosotros a todas las naciones, hasta todos los confines de la tierra.

Estas fueron las últimas palabras de Jesús a sus discípulos: v.19-20a “Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes”

El desafío consiste en ir y hacer discípulos. Nos habla de una acción intencional. Esto no ocurrirá por casualidad o incidentalmente, sino es un esfuerzo intencional en pasar a otro las buenas noticias de tal forma que se conviertan en discípulos o seguidores de Jesús.

Como vemos, no se trata solamente de hablar acerca de Jesús, sino de hablar con la intención de que las personas se vuelvan discípulos.

Nos dice también cómo son los discípulos: 1. Son bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es decir, son incluidos en una nueva humanidad con una nueva identidad. Ya no son identificados con su raza, lengua, nacionalidad, estatus económico o género. Su nueva identidad es ser sellados con la identidad del pueblo de Dios. Son de Dios y para Dios; el Dios que es tres en uno: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

2. A los discípulos debemos bautizarlos para que sean parte de una comunidad caracterizada por obedecer la palabra de Cristo. Los discípulos que Cristo quiere son personas que estén aprendiendo y viviendo de acuerdo con lo que él ha enseñado. Esto es lo que caracteriza a un discípulo: obediencia a su palabra (no sólo conocimiento de su palabra) sino obediencia a Su palabra.

Entonces, este es el desafío. Llevar las buenas noticias más allá de nosotros por medio de ir y hacer discípulos a todas las naciones. La palabra “naciones” no hace alusión principalmente a estados geopolíticos, sino más bien a etnias o grupos humanos. Las buenas noticias deben llegar a todas las etnias o grupos humanos. No basta con que lleguen a un país, sino deben llegar a todas las etnias comprendidas en ese país.

Este es el tamaño del desafío: discípulos de todas las etnias del mundo. Como se describe en la visión de Juan en el Apocalipsis en la que vio una gran multitud que nadie podía contar de todas las de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas, Una humanidad renovada, diversa pero unida en la alabanza del Hijo de Dios quien los sacó de sus tinieblas a su luz admirable.

Esta es la encomienda que el Señor ha dejado a sus discípulos. Los discípulos deben hacer a su vez, más discípulos. Todo comenzó básicamente con un grupo de unos cuantos discípulos que aceptando el desafío fueron y compartieron las buenas noticias con otras personas convirtiéndolos en discípulos. Éstos, a su vez, fueron e hicieron lo propio. Y así ha seguido esa cadenita hasta hoy en la calle 26 x 27 de la García Ginerés donde hay discípulos llevando las buenas noticias más allá de ellos mismos (al igual que todas las iglesias donde se ama y predica a Jesucristo). Ese es y será el propósito de la iglesia en la tierra: hacer discípulos, bautizándolos y enseñándoles a vivir como Cristo.

Ahora bien, el versículo 19 comienza con la palabra “Por tanto” o en algunas versiones “pues”. Ese tipo de conectores en la Biblia son como pequeñas banderas que se levantan indicando que hay algo muy importante que se ha dicho con anterioridad y que es la causa o razón por la que debemos hacer algo. En este caso, se nos ha dicho que debemos hacer discípulos y ese “por tanto” nos señala hacia la causa o razón por la que debemos hacer discípulos.

El “por tanto” nos apunta al versículo 18: “Jesús se acercó entonces a ellos y les dijo: —Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra”.

A veces leemos este versículo nada más de “pasadita”, sin notar la trascendencia de las palabras de Jesús aquí. Jesús está haciendo referencia a una visión del profeta Daniel en el capítulo 7:13-14 donde nos dice: “En esa visión nocturna, vi que alguien con aspecto humano venía entre las nubes del cielo. Se acercó al venerable Anciano y fue llevado a su presencia, y se le dio autoridad, poder y majestad. ¡Todos los pueblos, naciones y lenguas lo adoraron! ¡Su dominio es un dominio eterno, que no pasará, y su reino jamás será destruido!”

Jesús le está diciendo a sus discípulos: “Yo soy el que vio Daniel a quien le fue dada autoridad, poder y majestad”. “Yo soy el rey cuyo reinado no pasará ni jamás será destruido. Yo tengo todo la autoridad en el cielo y en la tierra. No hay algo que salga fuera de mi poder y autoridad”.

Por medio de su vida, muerte, resurrección y ascensión, el Señor Jesucristo fue establecido como Rey en el trono a la diestra de Dios Padre. Es el Rey cuyo reino no tendrá fin. Tanto en el cielo como en la tierra, él es el Rey. Puesto que él Reina y él es un rey benévolo, lleno de gracia y misericordia, perdonador y transformador, ahora nosotros debemos pasar, comunicar, compartir las buenas noticias de la venida de Su Reino. Debemos ir y hacer discípulos que se sometan al reinado glorioso de este rey. Puesto que Él reina, las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros.

Cuando vamos y hacemos discípulos, lo hacemos con el respaldo, con las cartas credenciales, en nombre del Rey a quien se le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, con todo valor y entrega, debemos hacer llegar las buenas noticias más allá de nosotros.

Sin embargo, aunque es claro el desafío, aunque es clara la razón para hacerlo, de todas maneras, cuando llega la hora de hablar, de compartir, de tener la iniciativa para hablar de las verdades del evangelio, hay algo en nosotros que nos detiene, a veces nos paraliza, nos atemoriza y muchas veces, callamos. Y muchas veces, pensamos: “no va a escucharme”, “No va a aceptar la invitación”, “Se reirán de mí”, “No me volverán a invitar”, “No lo va a entender”….y nos quedamos mudos y pasivos por el temor.

Ilustra: De niño, era muy miedoso, y a veces por mi mismo miedo no podía dormir. Recuerdo una noche en especial que no podía dormir por mi miedo. Le avisé a mi hermano, que era mi compañero de cuarto que le dijera a mi papá. Mi hermano se levantó y avisó a mi padre. Mi papá vino…yo pensé que me iba a contar un cuento o a no se, a regañarme o algo. Pero vino y se acostó conmigo en la cama. Como cinco segundos después ya estaba durmiendo como un tronco. La presencia de mi padre ahuyentó el temor.

Para nosotros que nos quedamos paralizados por el temor a la hora de compartir el evangelio, a la hora de llevar las buenas noticias más allá de nosotros, Jesús nos dice en el v. 20b: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo”. Jesús promete nunca dejarnos solos en este desafío. Promete su presencia con nosotros, que echa fuera el temor, al estar yendo y haciendo discípulos bajo el cobijo de Su autoridad. Por eso con la confianza de que no estamos solos en el desafío, hablemos del evangelio porque las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros.

¿Quién será esa persona que ha venido a tu mente mientras has estado escuchando este mensaje? ¿Quién será esa persona que sabes que necesita escuchar las buenas noticias? Quizá piensas que es un caso difícil, casi imposible. Quizá se trata de tu cónyuge, tus padres, alguno de tus hijos, un compañero de la escuela o del trabajo, un vecino, un jefe o un empleado. En fin, sin duda conoces a muchas personas que necesitan escuchar las buenas noticias.

Yo quiero pedirte que pienses sólo en una. Y quiero animarte a responder a este mensaje de la siguiente forma. Si has conocido las buenas noticias, quiero animarte a llevar esas buenas noticias más allá de ti a esa persona en quien has pensado. Y te queremos ayudar para que des un primer paso. En la mesa de la salida podrás encontrar un “imán de refrigerador” como éste que tiene escrito el versículo de Juan 3:16. La idea es que lleves contigo 1 de estos imanes (sólo uno por persona). Este imán no debe quedar en tu refrigerador, sino debes obsequiarlo a aquella persona en la que pensaste. Repito, el imán NO es para ti, es para la persona con quien quieras compartir lo que Cristo ha estado haciendo en tu vida. Si llevas un imán contigo es porque has aceptado el desafío de compartir las buenas noticias.

Quizá de esta manera, se abrirá la oportunidad para platicar de asuntos espirituales que derive en una presentación de las buenas noticias; quizá te de la oportunidad de invitarlo a alguna actividad apropiada de la iglesia; quizá abra la oportunidad para que empieces a leer o platicar de la Biblia regularmente con él; quizá te de la oportunidad de invitarlo a Punto de Partida. En fin, queremos ayudarte a dar un primer paso intencional para compartir las buenas noticias que no se pueden callar.

Te animo a que lleves este imán y lo obsequies a alguien que necesite escuchar las buenas noticias. ¿Tomarás la estafeta del evangelio y la llevarás más allá de ti? Espero que sí, porque las buenas noticias deben llegar más allá de nosotros.