Summary: El discipulado es un proceso de corrección de nuestras vida para ser más como Jesús

No sé cómo sea en tu caso, pero yo he tenido aprendizajes significativos de mis errores, que incluso, se incorporan rápidamente a mi repertorio cognitivo. Por ejemplo, uno de los aprendizajes más vivenciales que he tenido fue cuando en una ocasión, mis hermanos y yo, siendo muy jóvenes, tuvimos la oportunidad de hacer un viaje en autobús desde Indiana hasta Maryland en los Estados Unidos.

El autobús hizo varias paradas en el trayecto. Recuerdo que siendo casi las dos de la madrugada llegamos a cierta estación y nos dieron oportunidad de bajar por unos minutos. Mi hermano y yo salimos del autobús y vimos algo que no era muy común en esa época en nuestro país. Vimos una máquina de monedas expendedora de bebidas.

En ese momento se nos antojó un refresco de cola, el cual venía en una presentación, tampoco nada común en Mérida en esos días: un refresco de cola en lata. Las bebidas que adquirías en esos días en Mérida en presentación de lata eran jugos o lácteos que requerían ser agitados antes de abrirse. Así que, siguiendo esa misma pauta, al tener en nuestras manos nuestro refresco de cola en lata, lo agitamos como era la costumbre y luego lo abrimos…ya se imaginan el resultado. Aunque eran las dos de la mañana no pasamos inadvertidos en esa estación.

Los errores que cometemos pueden ser magníficas oportunidades de corrección, aprendizaje y crecimiento.

Este mes estamos hablando de la Estrategia Maestra que Jesucristo empleó para formar a sus discípulos de tal manera que el evangelio se propagara siguiendo esa misma pauta. El formó discípulos que hicieran más discípulos y de esa manera, ha llegado el evangelio a ti y a mí, que nos encontramos a miles de kilómetros y cientos de años de donde y cuando inició todo esto.

Así que la estrategia de Jesús, es verdaderamente una estrategia maestra que debemos continuar como discípulos de Cristo. Cristo llamó discípulos, Cristo modeló el evangelio a sus discípulos, Cristo entrenó a sus discípulos, y hoy agregamos un elemento más de la estrategia de Cristo: El corrigió a sus discípulos.

Corregir los errores de los discípulos es parte importante del proceso de discipulado. Por eso este día decimos: El discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser más como Jesús. El discipulado se hace necesario porque nuestras vidas requieren corrección. Así que un requisito para ser discípulo de Cristo es tener un corazón lo suficientemente humilde para reconocer nuestra necesidad de ser corregidos.

El discipulado es como el lápiz. Cuando tienes un lápiz en tus manos, ¿Qué tiene en una punta el lápiz y qué tiene en la otra? En una punta tiene el grafito y en la otra punta una goma de borrar o borrador. El lápiz, ya de entrada, en su misma esencia, asume que vas a cometer errores y por eso tienes la herramienta adecuada para corregir tus errores. Así el discipulado, en su misma esencia, asume que necesitamos ser corregidos.

El punto de partida cuando inicias un discipulado es nuestra bancarrota, nuestra necesidad, nuestra carencia de perfección, nuestra urgencia de ser corregidos. Y es ahí donde la gracia transformadora del evangelio opera su más gloriosa transformación. Porque El discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser más como Jesús.

Los que hoy conocemos como los apóstoles, no siempre fueron lo que llegaron a ser. Jesús dedicó mucho tiempo enfocado en ellos y tuvo muchos momentos y oportunidades para corregirlos para que cada día llegaran a ser más como su maestro. Y este proceso de corrección es muy notorio en muchos pasajes, pero en particular en el pasaje que nos ocupa hoy en el evangelio de Lucas capítulo 9:46-56. En este pasaje Jesús al corregir a sus discípulos les enseñó, y nos enseña, tres grandes verdades acerca de lo que significa ser un discípulo de Cristo, porque el discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser cada vez más como Jesús.

Primero, Jesús aclara y corrige nuestros errores enseñándonos que Ser discípulo no se trata de ser el mayor, sino el menor.

Dice Lucas 9:46: Surgió entre los discípulos una discusión sobre quién de ellos sería el más importante.

Para dar un poco de contexto, lo que acababa de pasar en la secuencia de eventos, es que habían presenciado la transfiguración de Jesús, habían enfrentado su fracaso al no poder expulsar el demonio de un muchacho y Jesús tuvo que hacerlo porque ellos no pudieron, y lo más inmediato, Jesús les acababa de anunciar una vez más su muerte dolorosa e inminente.

Habían presenciado el poder de Jesús, su gloria y también se les acababa de anunciar que Jesús iba a morir y resucitar, y lo único que ocupaba su mente en estos momentos era ¿quién de todos ellos iba a ser el más importante?

Es como que tu padre te diga que tiene cáncer terminal y ya no hay nada más qué hacer y lo único que se te ocurra decir en ese momento es “Pero papá ya hiciste tu testamento, ¿Por qué no vaya quedar toda mi herencia intestada? Es un lío, luego…”

Cuando Jesús les estaba hablando de la acción más bondadosa y generosa de todas, ellos sólo estaban pensando en sus propios intereses egoístas.

Pero nosotros no somos muy diferentes a los discípulos. Nosotros también solemos pensar en nosotros mismos primero y nos gusta mostrar a los demás cuán importantes somos y cuánto los demás deben servirnos y rendirnos reverencias.

Recuerdo que hace varios años cuando mi hijo era un niño se encontraba con el hijo del Pastor Glory haciendo la fila para recibir su refrigerio que ofrecía el Ministerio Infantil los domingos a los niños de la iglesia. La maestra que hacía la repartición notó que ellos dos ya habían pasado una primera vez y se volvieron a formar para recibir una segunda porción.

Ella les dijo que si ya les había tocado su porción por qué se volvían a formar, dado que sólo se podía pasar una vez. Ellos con orgullo dijeron “Es que nosotros somos los hijos de los pastores”.

Por supuesto, tuvimos que enseñarles que entre las bendiciones de ser hijo de pastor no estaba incluido ningún derecho a comer más galletas que los demás.

Pero me temo que muchas veces nosotros pensamos así, que la posición implica privilegio. Nos sentimos tan importantes y estamos tan centrados en nosotros mismos que queremos el mejor asiento en el lugar, la mejor posición en la fila del desayuno, el espacio para estacionar más cercano al edificio, y relacionamos posición con privilegio. Según nosotros, a mayor importancia, mayores privilegios.

Eso es lo que estaba en la mente de los discípulos, pero Jesús nos corrige y nos enseña que, en su reino, las cosas no funcionan así. Dice Lucas 9:47-48: Como Jesús sabía bien lo que pensaban, tomó a un niño y lo puso a su lado. —El que recibe en mi nombre a este niño —les dijo—, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que es más insignificante entre todos ustedes, ese es el más importante.

Los niños eran considerados poca cosa en esa época y cultura. Nadie tomaba en serio a un niño. Aquí Jesús corrige la soberbia de sus discípulos de tener esos aires de grandeza y les dice el que quiera ser grande debe anhelar ser como un niño que era considerado poca cosa.

La verdadera grandeza está en la sencillez y la humildad. La grandeza no es algo que se gana arrebatando y pisando a los demás, la grandeza es algo que se muestra en un carácter afable, generoso, bondadoso, servicial, como el carácter de Cristo.

Ser discípulo no se trata de ser el mayor, sino el menor. Por eso debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿Qué estoy buscando como discípulo de Cristo? ¿Qué es lo que me caracteriza? ¿Quiero destacar, ser reconocido, tener prestigio, poder, influencia?

¿Cómo me recordarán cuando ya no esté aquí? ¿Cómo alguien que se caracterizó por servir a los demás? ¿O como alguien que se sirvió de los demás?

¡Cuánto necesitamos ser corregidos por el maestro! Y precisamente de eso se trata el discipulado. Porque El discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser más como Jesús.

Pero en este pasaje Jesús hace una segunda corrección a sus discípulos y a nosotros también, y nos enseña que Ser discípulo no se trata de monopolizar, sino de coparticipar.

Lucas 9:49-50 dice: —Maestro —intervino Juan—, vimos a un hombre que expulsaba demonios en tu nombre; pero, como no anda con nosotros, tratamos de impedírselo. —No se lo impidan —les replicó Jesús—, porque el que no está contra ustedes está a favor de ustedes.

Quizá un poco queriendo desviar la atención de la corrección anterior y pensando que quedaría bien parado con el maestro, ahora es Juan, el discípulo amado, quien interviene y le dice a Jesús que le prohibió a una persona expulsar demonios en el nombre de Jesús, porque no andaba con el grupo de ellos. ¡Qué se creía esa persona para atreverse a emplear el nombre de Jesús!

Juan pensó, sólo los que estamos así de cerca a Jesús, tenemos el derecho de usar su nombre para ser bendición para otros. Nosotros tenemos el monopolio de Dios.

Quizá Juan pensó que Jesús lo iba a felicitar por estar cuidando los “derechos de autor” sobre su nombre, pero la respuesta de Cristo fue muy distinta a lo esperado.

Jesús le respondió que aquel que no está en contra de nosotros está a nuestro favor. Que no debía haberle prohibido que siguiera proclamando el nombre y señorío de Jesús, pues era parte del mismo equipo. No era el enemigo, sino era un colaborador en el Reino. El discipulado no se trata de monopolizar, sino de coparticipar.

Es como que estés en un juego de futbol en el que tu equipo tiene un uniforme determinado, pero hay algunos elementos de tu mismo equipo que, aunque están pateando el balón hacia la misma portería que tú, tienen una camiseta que no es idéntica a la tuya. Y al ver esta camiseta no tan parecida a la tuya, te niegues a pasarles el balón, aunque podrían colaborar para llevar el balón a la portería contraria y anotar un gol.

Así actuamos a veces como discípulos. No queremos colaborar con otros discípulos porque no tienen el mismo color de camiseta que nosotros. Pero tenemos que aprender la lección que Jesús nos está dando: No tenemos el monopolio de Dios.

Soy Presbiteriano de tercera generación y estoy convencido que la doctrina reformada y el tipo de gobierno eclesiástico presbiteriano, es lo más fiel a la Escritura que he podido conocer. Pero aun así, tengo que reconocer que los presbiterianos no tenemos el monopolio de Dios.

Nuestro Dios está haciendo grandes cosas en y a través de su iglesia, y la iglesia no se circunscribe a la iglesia Presbiteriana (aunque me duela). Debemos entender que en todo lugar donde el Señorío de Cristo es atesorado y el evangelio puro es predicado, es una iglesia en la que Dios se está moviendo poderosamente. Tenemos que reconocer esto y coparticipar con nuestros hermanos, aunque sostengamos algunas diferencias en asuntos periféricos.

Aprendamos a hacer redes con otras iglesias bíblicas y cristocéntricas, aunque no sean parte de nuestra denominación. Si a veces, ni siquiera dentro de nuestra misma denominación nos acercamos y coparticipamos, cuanto más también necesitamos hacerlo más allá de las fronteras de nuestra denominación.

Esta semana recibí una gran lección de un pastor de una iglesia bautista. Me llamó para comentarle que en su denominación un hermano donó cierta cantidad para comprar un libro muy útil para el ministerio pastoral y que ellos querían compartir la bendición con pastores de la iglesia presbiteriana. Así que me pedía que yo recibiera cierta cantidad de estos libros y los repartiera entre los compañeros pastores presbiterianos.

Esta es una lección coparticipación en el Reino de Dios. Porque el discipulado no se trata de monopolizar, sino de coparticipar con otros discípulos para que el Reino de Cristo se extienda hasta los confines de la tierra.

Debemos entonces preguntarnos ¿Cuál es mi actitud hacia otros cristianos bíblicos? ¿Qué tanto estoy dispuesto a colaborar en el reino de Cristo con otros creyentes? Quizá tengamos algunas posturas diferentes acerca de cosas como la forma del bautismo, la forma de gobierno, la forma de llevar la liturgia del culto, pero si es una iglesia donde se predica a Cristo como el Señor y el único Salvador, debemos considerar que el que no está contra nosotros, sino está a favor de nosotros.

Aunque tenga la camiseta de otro color, si está metiendo gol en la misma portería que nuestro equipo, entonces, debemos pasarle el balón, para que juntos glorifiquemos a Dios y extendamos su Reino.

Reconsiderar y corregir nuestras actitudes es importante a la luz del evangelio. Porque El discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser más como Jesús.

Pero en este pasaje, Jesús hace una tercera corrección a sus discípulos y a nosotros también, y nos enseña que Ser discípulo no se trata de destruir sino de salvar.

Dice Lucas 9:51-56 Como se acercaba el tiempo de que fuera llevado al cielo, Jesús se hizo el firme propósito de ir a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento; pero allí la gente no quiso recibirlo porque se dirigía a Jerusalén. Cuando los discípulos Jacobo y Juan vieron esto, le preguntaron:

—Señor, ¿quieres que hagamos caer fuego del cielo para que los destruya? Pero Jesús se volvió a ellos y los reprendió. Luego siguieron la jornada a otra aldea.

En el contexto de esta tercera corrección, Jesús iba de camino a Jerusalén y él era uno de los pocos judíos que se atrevían a entrar a zonas samaritanas. Los judíos y los samaritanos no eran precisamente buenos amigos o vecinos. De hecho, los judíos para ir a Jerusalén preferían dar una vuelta muy grande rodeando esas regiones en vez de atravesar por ellas para no encontrarse con los samaritanos.

Cuando Jesús envía una comitiva para hacer los preparativos en una de las ciudades de samaria, éstos no fueron bienvenidos. Básicamente, como dicen los chavos: los batearon. Los samaritanos se negaron a recibirlos porque eran judíos que estaban en ruta a las fiestas de Jerusalén.

Entonces, muy contrariados, Juan y Jacobo, tuvieron una brillante idea, que quizá pensaron que le iba a encantar a Jesús. Le propusieron a Jesús: ¿Quieres que hagamos caer fuego del cielo para que consuma a esta infame gente que osó despreciarnos?

¿De dónde les vino esta idea y estas palabras? No fue una idea original. Esto había ocurrido en verdad en el Antiguo Testamento con el profeta Elías.

El libro de 2 de Reyes en el capítulo 1 nos narra la historia a la que Juan y Jacobo hicieron referencia con estas palabras.

Resulta el rey Ocozías, un rey que no agradaba a Dios, cayó de una ventana y quedó herido. Entonces, envió mensajeros a consultar a un dios pagano si iba a sobrevivir de esa caída.

Pero en el camino estos mensajeros encontraron al profeta Elías quien les reprendió porque estaban yendo a consultar a dioses falsos, cuando el Dios vivo y verdadera, era el Dios de Israel y les dijo de parte de Dios que el Rey no sobreviviría.

Los mensajeros dieron el recado al rey, y este se enojó mucho al reconocer que se trataba de Elías y envió a un regimiento de 50 soldados para aprehenderlo.

Cuando los soldados se encontraron con Elías y le ordenaron que fuera con ellos, él les dijo: “Si soy varón de Dios, como ustedes dicen, que caiga fuego del cielo y los consuma a todos ustedes”. Y así sucedió.

El rey envió a un nuevo regimiento de 50 soldados que tuvieron el mismo destino…fueron consumidos por el fuego.

El rey envió aun a un tercer regimiento de 50 soldados, pero el capitán de éste fue mucho más sabio y humilde, y le suplicó a Elías que no enviara fuego del cielo, que ellos sí reconocían al profeta y al Dios de Israel. Y esto salvo sus vidas.

Bueno, este es el trasfondo bíblico, en el que cual se basaron Jacobo y Juan para sugerir que hubiera una quemazón de samaritanos por haber osado rechazarlos a ellos.

Me encanta como dice la Escritura, que Jesús se volvió a ellos y los reprendió. Los discípulos no entendían de qué se trataba la misión de Jesús. El no vino a destruir sino a Salvar. El no vino a condenar, sino para que el mundo fuese salvo por medio de él.

Cuan equivocados estaban los discípulos al pensar que el placer más grande de Jesús era destruir pecadores. Al contrario, el hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. El hijo del hombre vino a servir y a dar su vida en rescate de muchos.

El mayor placer del Jesús es salvar a los que el Padre le había dado. Y lo hizo aquel día que subió al monte calvario y entendió los brazos en la cruz y murió por el pecado de los suyos. Pero resucitó al tercer día y está a la diestra del padre y de ahí vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, cuando toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor para gloria de Dios el padre.

El discipulado no se trata de destruir, sino de salvar. Esta es la actitud que debemos tener en este mundo. No se trata de condenar (eso le toca a Dios y lo hará en su momento), sino se trata de salvar a través del evangelio. No se trata de desear la condenación, sino de trabajar para que la gente sin Cristo encuentre la salvación en él.

Mientras estemos en esta tierra como discípulos de Cristo, debemos buscar la salvación de los perdidos por medio de la predicación del evangelio hasta lo último de la tierra.

Jesús amó tanto a sus discípulos que no los dejó sin corrección. En su estrategia maestra la corrección de su carácter fue parte medular.

Si somos discípulos de Cristo también estamos en este proceso de corrección para ser más como Jesús. Esto es el discipulado. Y esto somos llamados también a hacer con otros. Dios nos toma como estamos, pero no nos deja como estamos, sino porque nos ama nos va corrigiendo para que lleguemos a ser lo que debemos ser: esto es, ser semejantes a Cristo, pues esto es lo mejor que nos podía pasar.

Así que hermanos, la iglesia no es para gente que se siente perfecta, que no tiene cabos sueltos y todos los bordes los tiene bien perfilados. La iglesia es para gente imperfecta que reconoce su necesidad de corrección, su necesidad de transformación, su necesidad de la gracia maravillosa de Cristo para ser moldeados por la mano experta del artista para que el resultado final sea una humanidad renovada y transformada a la semejanza de Jesús.

Así que en la iglesia no hay lugar para la gente que se considera perfecta, sino como dijo Cristo, los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Y Jesús dijo: yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores. Es decir, a personas que se saben perdidas, sin esperanza, sin mañana, sin recursos propios. Esos son los que la gracia de Cristo toma y transforma.

Y comienza un proceso de gracia que se llama discipulado en el que todo lo que necesita ser corregido va siendo transformado por la verdad poderosa de la Palabra de Dios, y va apartando las tinieblas de nuestra vida y nos lleva a la luz admirable del glorioso evangelio.

Porque El discipulado es un proceso de corrección de nuestra vida para ser más como Jesús.

En donde se aclara que ser discípulo de Jesús no se trata de ser el mayor, sino el menor; que no se trata de monopolizar sino de coparticipar, ni se trata de destruir sino de salvar. En pocas palabras, el discipulado se trata de ser cada día más como Jesús.

Iglesia, a esto somos llamados. A ser discípulos que hagan discípulos cuyas vidas reflejen el carácter de Cristo para la gloria de Dios