Summary: No hay poder en el cielo o en la tierra que pueda estorbar los propósitos redentores del Señor.

Para que una historia tenga una buena trama tiene que tener no sólo héroes, sino también villanos. Las historias de ficción siempre tienen un villano poderoso. ¿Quién no recuerda a Darth Vader, Voldemort, Sauron, Loki y el coyote del correcaminos?

Este mes hemos estado considerando la historia bíblica y verdadera de la encarnación de Jesucristo desde varios ángulos y personajes: los ángeles, los pastores, los sabios, José y María, pero hoy nos toca considerar al villano de esta historia y éste se llama: Herodes, conocido como “el grande”.

El nacimiento de Jesucristo es ubicado en el tiempo y el espacio en el momento histórico en el que reinaba en la región de palestina, endosado por el imperio romano, un hombre presuntamente de ascendencia Idumea, que fue conocido como Herodes, el grande. Otros de sus descendientes también se llamaron Herodes, pero éste es el fundador de la dinastía. Y reinó del año 37 al año 4 antes de Cristo.

Herodes el Grande, fue un rey despiadado. Asesinó a su esposa, a tres de sus hijos, a su cuñado y a su tío, y por supuesto, como veremos más adelante a los niños menores de dos años de Belem. Pero Herodes también es conocido en la historia por todas sus majestuosas obras de infraestructura y las fortalezas que edificó que hasta el día de hoy pueden visitarse como sitios arqueológicos.

Por ejemplo, su fortaleza Cesarea Marítima que construyó entre los años 22 al 10 antes de Cristo. O bien, su maravillosa fortaleza en Masada que construyó en medio del desierto sobre la cumbre de ese monte. Ni se diga del Herodión, ese palacio y fortaleza que construyó a las afueras de Belem. Y en todos estos lugares construía piscinas monumentales para su esparcimiento. Todas sus obras fueron majestuosas, así que le venía muy bien el mote de “El grande”.

Pero no hay que olvidar que también fue Herodes el que reconstruyó el templo en Jerusalén, el mismo que estaba en pie en los días de Jesús y donde él anduvo.

Así que a juzgar por sus obras, podemos decir que Herodes fue un hombre muy poderoso y arraigado a su posición de tal manera que no toleraba competencia alguna.

Fue en tiempos de este Herodes que el relato bíblico en el evangelio de Mateo nos presenta lo siguente:

Mateo 2:1-2 dice: Después de que Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron a Jerusalén unos sabios procedentes del Oriente. —¿Dónde está el que ha nacido rey de los judíos? —preguntaron—. Vimos levantarse su estrella y hemos venido a adorarlo.

Llegaron a Jerusalén unos hombres enigmáticos con una pregunta que puso a temblar al gran Herodes. Estos hombres eran unos estudiosos, eruditos, científicos que provenían de otras naciones, que no eran judíos o que no vivían bajo las creencias del Antiguo Testamento y, sin embargo, llegan a Jerusalén con una pregunta inquietante, la cual les había hecho viajar muchos kilómetros desde oriente para encontrar la respuesta. Su pregunta era: ¿Dónde ha nacido el rey de los judíos?

Habían llegado a Jerusalén buscando respuesta a su interrogante y por eso se habían dirigido a Jerusalén, la capital del pueblo judío. Y tenían un propósito muy bien definido: Hemos seguido su estrella y hemos venido a adorarlo. Esto es increíble. Estos hombres no judíos habían viajado desde muy lejos y venían con un simple pero firme propósito: hemos venido a adorarlo.

Ese día, las personas en poder quedaron sorprendidos y asustados. Nos dice que el rey Herodes se turbó por esta búsqueda inesperada. Y en seguido comenzó a idear cómo encontrar a este supuesto rey que en potencia venía a destronarlo.

Así que convocó de entre el pueblo a todos los jefes de los sacerdotes y maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Cristo. Ellos le respondieron que en Belén de Judea, un pueblito que quedaba como a unos 8km de Jerusalén y le repitieron lo que el profeta había dicho cientos de años previos:

Mateo 2:6 »“Pero tú, Belén, en la tierra de Judá, de ninguna manera eres la menor entre los principales de Judá; porque de ti saldrá un príncipe que será el pastor de mi pueblo Israel”».

No había duda, el rey de judíos, el Cristo debía haber nacido en Belén. Herodes estaba a 8km y no fue capaz de ir a buscarlo. Los eruditos bíblicos estaban a escasos kilómetros y no fueron a buscarlo. Estos hombres enigmáticos e insospechados fueron los únicos que estaban decididamente buscando al rey nacido para adorarlo.

Nos dice la Escritura que Herodes llamó en secreto a los sabios y se enteró por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. Los envió a Belén y les dijo: —Vayan e infórmense bien de ese niño y, tan pronto como lo encuentren, avísenme para que yo también vaya y lo adore.

Aparentemente Herodes también quería adorarlo. Así lo expresó a los sabios, pero era todo parte de un plan para acabar con cualquier conato de amenaza en contra de su hegemonía. Quería que ubicaran al niño pero no para ir a adorarlo sino para aniquilarlo. El rey Herodes no iba a tomar riesgos, si había un posible rey que presentara competencia, él se encargaría de eliminar todo peligro. Este fue su primer intento de acabar con el niño. Herodes, el villano, quiso acabar con el verdadero rey de los judíos que venía como el Pastor del pueblo de Dios.

Pero aún el gran rey Herodes con todo su ingenio para permanecer en el poder tiranamente, aún con todo su aparato de inteligencia no pudo eliminar al rey que había nacido. Los sabios no regresaron a darle la ubicación del niño. Habiendo sido advertidos en sueños de los perversos propósitos de Herodes, regresaron a casa por otro camino.

Y así se frustró su primer intento de acabar con el rey que había nacido. Pero no conforme con esto, hizo un segundo intento de anular el plan de Dios para su pueblo. Mateo 2:16 dice: Cuando Herodes se dio cuenta de que los sabios se habían burlado de él, se enfureció y mandó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y en sus alrededores, de acuerdo con el tiempo que había averiguado de los sabios.

Medidas desesperadas de un rey tirano y despiadado. Cuánto sufrimiento habrá traído a las familias de todos esos niños que fueron cruelmente asesinados. Herodes pensó que así lograría acabar con el rey que había nacido, que había podido oponerse al plan de Dios para su pueblo. Pero no fue así.

Mateo 2:13-14: Cuando ya se habían ido, un ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo».

Así que se levantó cuando todavía era de noche, tomó al niño y a su madre, y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes.

No sólo fue preservada providencialmente la vida del niño, sino que sobrevivió a Herodes. Egipto fue el refugio hasta que hubo pasado la amenaza del villano Herodes. No hay enemigo que pueda frustrar los planes redentores del Señor. Los soberbios caen; los planes perversos son frustrados. El Reino de Dios permanece.

Dos intentos de acabar con el rey del pueblo de Dios. Dos intentos frustrados por el poder del Dios de ese pueblo. Por eso mis hermanos, de la vida de Herodes y sus infructuosos esfuerzos por oponerse a los planes y propósitos de Dios podemos decir: No hay poder en el cielo ni en la tierra que pueda estorbar los propósitos redentores del Señor.

No hay poder alguno en el cielo y en la tierra que pueda evitar que el Dios del propósito cumpla lo que se propone en su mundo, en su Reino, en su iglesia, en su pueblo, en sus hijos.

El plan de Dios no es como los nuestros. Estoy seguro que algo que planeaste hacer hoy no salió como lo previste o al final del día no se cumplirá exactamente como lo programaste. Pero el plan de Dios es inalterable. Si estás en una relación verdadera y auténtica con Dios por medio de Cristo, puedes dar por sentado que Dios completará su plan inalterable en tu vida. Y con esa convicción puedes mirar lo que ocurre a tu alrededor y saber que Dios en su plan ha previsto todas estas circunstancias y que al final las está encaminando para tu sumo bien que es ser semejante a Jesús.

Por eso el apóstol Pablo puede repetir con convicción: “Si Dios es por nosotros… ¿quién contra nosotros?” y más adelante en ese mismo pasaje de Romanos 8, exclamar en los versículos 35 en adelante: ¿Qué podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada?

Las circunstancias por las que estás atravesando pudieran desanimarte. Puede ser que sean tan difíciles tus circunstancias que llegues a pensar que Dios te ha dejado o abandonado; que esa circunstancia está tan enredada que te deja fuera del alcance y plan de Dios para tu vida.

Pero mira lo que dice Pablo acerca de circunstancias difíciles. ¿Quieres hablar de circunstancias difíciles? Aquí tienes un ramillete de ellas. Todas ellas habían sido el pan diario para el apóstol, pero todas ellas no le llevaron a concluir que el propósito de Dios no se cumpliría o que Dios lo había abandonado en medio del proceso.

Las circunstancias que pasaba no eran termómetro para saber cuánto lo amaba Dios. Al contrario, él sabía que en medio de cualquier circunstancia con lo que podía contar era, precisamente, con el amor de Dios, que lo estaba transformado a semejanza de Jesús, el sumo bien.

Por eso en los versículos 37-39 confirma este canto de victoria del amor inquebrantable de Dios: Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor.

¡Qué manera tan bíblica de ver la vida! Tener la firme convicción de que el amor de Dios en Cristo es inquebrantable. No hay circunstancia o cosa que exista en el universo que pueda cambiar el plan y amor de Dios para aquellos que amó desde antes de la fundación del mundo. Por eso somos más que vencedores. Ya se ha ganado la victoria por medio de Cristo Jesús.

El peor de los villanos, Herodes, no pudo hacer nada en contra el plan de Dios; si estás en el amor de Cristo, no hay nada ni nadie que te pueda separar su amor. Porque No hay poder en el cielo ni en la tierra que pueda estorbar los propósitos redentores del Señor.

Por eso mis hermanos, ante tales verdades bíblicas debemos vivir en concordancia:

1. Reafirmemos nuestra confianza en el Señor. El Dios que siempre cumple su propósito redentor en nuestras vidas es absolutamente digno de confianza. Siempre cumple sus promesas, siempre sabe de lo que está hablando.

En esa situación que vives no dudes que él está actuando. No se ha ido de vacaciones o se durmió. Si eres su hijo, todo tiene un propósito redentor en tu vida y en mi vida.

Pasamos tanto tiempo queriendo controlar lo que no podemos controlar; pasamos tanto tiempo queriendo cambiar las circunstancias que no está en nuestras manos cambiar. Pasamos tanto tiempo tratando de hacer que las personas hagan algo que queremos, cuando no está en nuestro poder cambiar a nadie. Y esto nos consume, esto nos quita el sueño. Mi hermano, tenemos un Dios de propósito, Un Dios que todo lo sabe y todo lo puede. Un Dios a quien nadie le puede estorbar para lograr lo que se propone. En esas cosas que están fuera de nuestro control debemos CONFIAR en quién tiene todo bajo su control.

Dios sabe lo que está haciendo aun cuando estemos sufriendo. Por eso, Confía, confía, confía en el Dios que siempre cumple sus propósitos redentores en nuestras vidas por la obra de Cristo Jesús.

2. Reafirmemos nuestro compromiso con el Señor. En la vida diaria pasamos tanto tiempo queriendo controlar lo que está fuera de nuestro control, que nos olvidamos casi por completo de lo que está bajo nuestra responsabilidad. Así que en aquellas cosas que están fuera de mi control debo confiar en el Dios de propósito, pero en aquellas cosas que están bajo mi responsabilidad debo obedecer al Dios de propósito.

¿Qué te está pidiendo Dios ahora en esa situación que enfrentas? Quizá que ames en vez de odiar, quizá que pagues bien por mal, que hables bien de alguien en vez de despotricar. Que te ocupes de aquellas pequeñas cosas importantes que has dejado de hacer o has descuidado porque tu sufrimiento te ha estado distrayendo. Que tengas paciencia, que perseveres en hacer lo bueno y tantos otros deberes bíblicos que no se cancelan por el hecho de estar pasando dificultades. Reenfoca tu corazón en la obediencia al Dios de propósito.

Puesto que no hay poder en el cielo ni en la tierra que pueda estorbar los propósitos redentores del Señor. Vivamos confiando y obedeciendo a nuestro Dios que nos amó en Jesucristo y nos ha hecho parte de su pueblo y de cuyas manos nadie nos puede arrebatar. Vivamos confiando y obedeciendo para la gloria de Dios.