Summary: Al adorar en comunidad nos unimos a la corte celestial reconociendo la grandeza de nuestro Dios.

Hoy iniciamos nuestra nueva serie de Sermones que le hemos llamado: Discípulo ADAMI. Este título incorpora dos palabras muy importantes para nosotros como iglesia. Primero, se trata de ser un discípulo de Jesús, es decir un seguidor comprometido, dispuesto, moldeable del Señor Jesús. Y segundo, tenemos la palabra ADAMI.

Si es primera vez que escuchas la palabra ADAMI quizá te parezca algo extraño. Y es que lo es, porque ADAMI es una palabra inventada que forma un acróstico que resume cinco acciones que como iglesia local consideramos fundamentales para el crecimiento de los discípulos de Cristo que conforman la iglesia Shalom y de todos los que consideran esta comunidad como su iglesia.

En esta serie queremos repasar esas implicaciones de ser discípulos de Jesús que practican comprometidamente 5 acciones para su crecimiento sostenido en su relación con Cristo: Adorar, diezmar, Aprender, Ministrar e Influir.

Estas acciones no nos procuran el favor de Dios, ni son nuestra manera de torcerle el brazo a Dios para que haga lo que nosotros queremos, sino son bendiciones que tenemos como creyentes para seguir creciendo en nuestra relación con Cristo. Aceptar estos desafíos, redundarán en un crecimiento en tu vida, que, sin duda, impactará a tu familia y a los que te rodean. Porque un discípulo comprometido con Cristo es un corazón que crece en el amor y conocimiento del Señor. Por eso, seamos discípulos ADAMI.

Hoy iniciamos hablando de la letra A de nuestro acróstico ADAMI. Hablamos de ser discípulos comprometidos con Adorar a Dios.

“Adorar” es una palabra muy fuerte. Adorar abarca muchas ideas: amar, atesorar, glorificar, exaltar, alabar, confiar, obedecer, reconocer, homenajear, servir, respetar, temer, santificar y cosas semejantes. Es la palabra más fuerte que puedes usar cuando te refieres a Dios. Ilustra: como en español: “Te quiero” y “Te amo”.

Adorar es la actitud y acción más importante que un ser humano puede mostrar hacia Dios. De hecho, la adoración define el propósito de nuestra vida. Podríamos decir que fuimos creados para adorar. Fuimos creados para glorificar a Dios.

La adoración no es sólo una cosa más que hago. Quizá pensamos la adoración es una actividad que realizamos en nuestro itinerario tan ocupado. No es así.

La adoración está en todo lo que hago. Adorar no es algo opcional. De hecho, lo que hago y cómo lo hago muestra a quién estoy adorando. Somos adoradores. La pregunta no es si voy a adorar, sino a quién adoraré. Cuando no adoramos a Dios, adoramos a cualquier cosa o persona.

El catecismo menor de Westminster lo resume diciendo: El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre.

Por eso, como Iglesia local, una de las responsabilidades y desafíos básicos de los que estamos en una relación creciente con Cristo, es la de adorar.

Como vemos, adorar es más que venir al culto, sino que abarca todos los aspectos de la vida. Adorar implica proclamar a Dios, cantar a Dios, deleitarme en Dios, confiar en Dios y obedecer a Dios, entre muchas cosas más. Por eso hablamos de adoración en un sentido amplio y en un sentido estricto. Cuando hablamos en un sentido amplio nos referimos a la adoración en todo lo que hago, pienso y digo en la vida diaria, toda mi vida debe ser para la gloria de Dios.

Pero también hablamos de adoración en su sentido estricto cuando nos reunimos como iglesia, como comunidad, para adorar al Padre Celestial. En ese momento de manera enfocada y comunitaria exaltamos, proclamamos, alabamos, elogiamos, nos deleitamos, reafirmamos nuestra confianza y obediencia, pero ya no como individuos, sino como cuerpo de Cristo, como iglesia. Esto es lo que pasa cuando nos reunimos para el culto dominical en nuestra iglesia.

Por eso en nuestro ADAMI, está la primera letra A para recordarnos la importancia de comprometernos con la adoración a Dios tanto en su sentido amplio como estricto.

Pero esta mañana me gustaría centrarme en la adoración en el sentido estricto, es decir, cuando nos reunimos como comunidad para adorar al Señor.

Es muy importante reflexionar qué es lo que estamos haciendo cuando nos reunimos en estos tiempos de adoración enfocada y comunitaria porque nuestra perspectiva de este momento establecerá las expectativas que podamos tener de él.

La pregunta importante es ¿Cuál es la mentalidad con la que estoy llegando a la reunión de adoración que le llamamos culto o servicio de adoración?

Algunos pudimos llegar a este lugar con una mentalidad de cliente o paciente. Vemos esta reunión como un lugar donde recibiré alivio a mis angustias espirituales, donde saldré recargado de la pila que viene un poco baja. En fin, vengo con la expectativa de que en el culto reciba alguna clave específica para saber cómo lidiar con mi vida o tener una experiencia que me dé gasolina para el resto de la semana.

Otros más, quizá llegamos con la mentalidad de alumno. Vengo a aprender algo más sobre Dios. Vengo a entender un trozo más de la biblia o responder a alguna pregunta teológica que me ha estado inquietando. Es decir, veo este momento como una clase académica donde recibiré información importante para mi vida.

Y quizá aún otros, llegamos con una mentalidad de

Espectador. Es decir, venimos esperando ser parte de un buen espectáculo. Esperamos escuchar buena música, buena producción, palabras amenas e entretenidas por las que no nos demos cuenta cómo pasa el tiempo. Es decir, veo este momento como el montaje de un buen espectáculo para disfrutar.

Ciertamente en el culto de adoración recibimos ánimo para nuestras luchas, encontramos también enseñanza útil para nuestra vida y se cuidan y planean muchos detalles para que haya orden y fluidez de tal forma que la experiencia sea significativa. Pero no debemos perder de vista el propósito y el enfoque por el cual hacemos las cosas que hacemos cuando nos reunimos a adorar.

Estas tres mentalidades mencionadas tienen algo en común, están centradas en nosotros mismos. Queremos que nos animen, queremos que nos enseñen, queremos que nos entretengan. En las tres mantenemos una actitud pasiva y de venir para recibir algo en este tiempo.

Pero la adoración bíblica es muy distinta a esto. Por eso esta mañana exploraremos un Salmo hermoso para aprender qué es lo que está pasando cuando nos reunimos a adorar al Señor. Estaremos considerando el Salmo 29. Y trataremos de responder a tres preguntas: ¿Dónde estamos cuando adoramos? ¿Quién es aquel a quien adoramos? ¿Qué podemos esperar cuando adoramos?

Iniciemos entonces respondiendo a la primera pregunta:

¿Dónde estamos cuando adoramos?

Salmo 29:1-2

Tributen al SEÑOR, seres celestiales, tributen al SEÑOR la gloria y el poder.2 Tributen al SEÑOR la gloria que merece su nombre; póstrense ante el SEÑOR en su santuario majestuoso.

Hay dos claves importantes en estos dos versículos que nos ubican en lo que está pasando cuando nos reunimos para adorarlo. En el primer versículo dice: “Tributen al Señor, seres celestiales”. Otras traducciones ponen: “Poderosos”, “hijos de dios”. Estos son términos que se usan en la Biblia una y otra vez para referirse a los ángeles.

El Salmista en esta primera línea le está hablando a los ángeles. Puede parecer un poco extraño, pero no lo es del todo. Lo que hace nos está ubicando hasta donde llega nuestra adoración enfocada en el Señor cuando nos reunimos como comunidad para adorarlo.

La idea básica es esta, nosotros estamos aquí en la tierra haciendo nuestro mejor esfuerzo por honrar al Rey y les decimos a los ángeles que se unan a nuestra adoración allá en el cielo porque nuestro Rey es tan grandioso que no es suficiente con la adoración en la tierra, sino así será adorado tanto en el cielo como en la tierra.

¿Dónde están los ángeles? En el cielo. Pero hay una segunda clave: “Dice póstrense ante el Señor en su santuario majestuoso”. La idea aquí es que Dios está sentado en su trono majestuoso lleno de gloria y santidad, en una luz inaccesible y nosotros nos postramos, o doblamos el cuerpo entero delante de él en honor de su glorioso nombre.

El Salmista ubica la adoración comunitaria en este contexto. Cuando adoramos como su pueblo estamos entrando ante el trono celestial de nuestro Dios que está lleno de su esplendor glorioso y majestad incomparable, rodeado de ángeles que repiten y repiten: Santo, Santo, Santo es nuestro Dios.

El Salmista está en el cielo. Obviamente, no lo está físicamente, pero sí su mentalidad, consciencia e intencionalidad están ubicadas allá. Los adoradores estamos en la tierra, pero nuestras mentes y corazones, nuestras consciencias, nuestra atención está en los ámbitos celestiales.

Como vemos, cuán pequeña queda nuestra visión cuando pensamos que cuando estamos en el culto estamos en una especie de terapia, o en un salón de clase o en un espectáculo. La Biblia nos está mostrando que estamos en mente y corazón delante de la corte celestial ante trono mismo del Señor Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. Y la creación toda de lo que está en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra es convocada a postrarse ante el Trono del Señor Dios todopoderoso. Hasta allá debe estar nuestra visión cuando nos reunimos a adorar.

Así que cada vez que estemos en un culto de adoración, no perdamos de vista, hasta donde entramos como comunidad al adorar. No estamos simplemente en la carretera a Dzityá Km. 2, o en la 26 x 27 de la García Ginerés, o frente la haciendo anikabil en Caucel, sino estamos entrando ante el mismísimo trono celestial del Gran Dios creador y Señor de todo cuanto existe. Esto es adorar en comunidad.

Pero podemos hacernos una segunda pregunta a este salmo que nos puede dar una mejor idea de lo que se trata la adoración: ¿Quién es aquel a quien adoramos?

Salmo 29:3-9: La voz del SEÑOR está sobre las aguas; resuena el trueno del Dios de la gloria; el SEÑOR está sobre las aguas impetuosas. La voz del SEÑOR resuena potente; la voz del SEÑOR resuena majestuosa. La voz del SEÑOR desgaja los cedros, desgaja el SEÑOR los cedros del Líbano; hace que el Líbano salte como becerro, y que el Hermón salte cual toro salvaje. La voz del SEÑOR lanza ráfagas de fuego; la voz del SEÑOR sacude al desierto; el SEÑOR sacude al desierto de Cades. La voz del SEÑOR retuerce los robles y deja desnudos los bosques; en su templo todos gritan: «¡Gloria!»

¿No te ha pasado que cuando escuchas una voz y por sus características te puedes imaginar a la persona a quien pertenece esa voz? Si la voz es grave o tiene cierto brillo o timbre, puedes imaginarte la fisonomía aproximada de la persona.

Pues aquí el Salmista está hablando de la voz del Señor, ya ni siquiera del Señor mismo en vivo y directo. ¿Y qué hace su voz? ¿O cómo suena su voz?

La voz del Señor truena y se oye más que aguas impetuosas, la voz del Señor desgaja y retuerce árboles imponentes, espanta a animales fuertes, saca ráfagas de fuego y causa temblores. Y estamos hablando sólo de voz del Señor…imagínate cómo es el poseedor de esa voz. Si quedamos anonadados y admirados sólo con su voz, imagínate cómo es nuestro gran Dios en verdad.

No es para menos que el salmista afirma que en el templo de este gran Dios de la gran voz, la respuesta correcta ante él es gritar: ¡Gloria! No hay nada ni nadie más glorioso, majestuoso, imponente, poderoso, admirable, sublime que nuestro gran Dios.

La única respuesta apropiada ante este gran Dios, es decir: ¡Gloria! Es darle gloria a este Gran Dios.

¿Cuándo nos reunimos a adorar cuál es tu perspectiva de aquel a quien adoramos? Si es un Dios que es como un terapeuta para aliviar mis conflictos existenciales, o es para mí como un couch que me da buenos tips para vivir, o es un buen entretenedor que me hace pasar un rato agradable, no cabe duda de que a veces salga decepcionado por no recibir lo que esperaba.

Pero si comienzo a entender que cuando estoy en la adoración comunitaria estamos postrándonos ante aquel que con su voz y su palabra trajo a la existencia todo cuánto vemos y hasta lo que no vemos, entonces, nunca más el culto será aburrido o irrelevante, sino que con toda la creación podré decir: ¡Gloria!

Él es demasiado grandioso, majestuoso, incomparable como para no dejar todo para rendirle adoración. Cuando nos reunimos a adorar estamos ante el Dios Santo, Santo, Santo, y toda la tierra está llena de su gloria. Y eso reconocemos cada ocasión.

Ya nos respondió el salmo ¿Dónde estamos cuando adoramos? ¿Quién es aquel a quien adoramos? Pero podemos aún hacernos una tercera pregunta. ¿Qué podemos esperar cuando adoramos? Dice el Salmo 29:10-11:

El SEÑOR tiene su trono sobre las lluvias; el SEÑOR reina por siempre. El SEÑOR fortalece a su pueblo; el SEÑOR bendice a su pueblo con la paz.

El Salmista termina hablando de la gran bendición que tiene el pueblo de Dios de reconocer su grandeza en la adoración. Cuando adoramos, según el salmo, tres cosas ocurren. 1. El Señorío de Dios es reafirmado en nuestras vidas. El Señor reina por Siempre. El Señor nos brinda su fortaleza, somos fortalecidos con su poder. Y 3. Nos bendice con su paz. Aquí la palabra es Shalom. Nos da su Shalom, ese sentido de plenitud y bienestar que sólo pueden venir del Señor.

Cuando adoramos, aunque no venimos principalmente a recibir, a centrarnos en nosotros mismos, sino en Dios, al final de cuentas, Dios en su gracia, sí nos centra en su reinado, nos bendice con su poder y con su paz para enfrentar esta vida.

Pero cuando piensas bien las cosas, te puedes hacer una pregunta mucho más profunda. ¿Cómo es posible que personas tan insignificantes como nosotros puedan tener toda esta experiencia al adorar al Señor? ¿Cómo es posible que podemos si quiera entrar ante su presencia siendo quién es Él y quienes somos nosotros?

La única respuesta que tenemos es una palabra: Jesucristo. Hebreos 10:19-22:

Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo y tenemos además un gran sacerdote al frente de la familia de Dios. Acerquémonos, pues, a Dios con corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable y exteriormente lavados con agua pura.

Podemos acercarnos confiadamente ante el trono del Señor porque Jesús nos abrió el camino hasta el lugar santísimo por la sangre que derramó en sacrificio, una vez y para siempre, por todo su pueblo, yendo al frente como nuestro gran Sacerdote presentando ante Dios el sacrificio de sí mismo.

La obra de Cristo es la que hace posible que nos acerquemos confiadamente al Señor en adoración. Y no debemos desaprovechar este gran privilegio ganado por Jesucristo a nuestro favor.

Por eso, como hemos visto, el culto tiene entonces una relevancia sin igual. No lo volvamos una buena actividad que solemos hacer los domingos cuando no haya algo más importante qué hacer, sino debe ser nuestra prioridad porque fuimos creados para adorar, y en su versión estricta, esta adoración sólo tenemos la oportunidad de realizarla este día y a esta hora. Por lo tanto, es una cita impostergable e irremplazable. Que no sea más importante dormir unas horas más o lavar la ropa o arreglar la casa. Cada domingo tenemos una cita como comunidad con nuestro Dios para adorarle.

Al venir al culto de adoración recordemos que en este tiempo el enfoque no somos nosotros, sino el Señor. Esto tiene implicaciones, por ejemplo, los que estamos aquí al frente no somos artistas en un escenario y los que están sentados no son simples espectadores pasivos viendo que adoren los que están aquí arriba. ¡No! Aquí sólo hay una sola audiencia que recibe nuestra adoración y este es el Señor.

Todos somos actores activos de adoración presentando lo mejor a nuestros Señor. Por eso, pon atención a lo que haces durante el culto, pues no eres un espectador pasivo sino un adorador activo junto con tus hermanos. Que no sea más importante lo que vamos a hacer después, que no sea más importante contestar el mensaje de texto, que no perdamos concentración por cosas irrelevantes. Centremos nuestra atención en nuestro Dios porque para él es la adoración.

En ese mismo sentido, recordemos que el culto no es para nosotros. No salgamos de este lugar diciendo cosas como: hoy no me gustó el culto y hoy el culto me gustó mucho. El culto no es para nosotros, es para el Señor. El criterio no son nuestros gustos o preferencias. La pregunta más importante sería ¿Cómo iglesia y cuerpo de Cristo, adoramos al Padre en Espíritu y en verdad? ¿Reconocimos la santidad, gloria, gracia y grandeza de nuestro Dios? ¿Fue exaltado el nombre de Cristo en el culto? ¡Eso es lo importante! El culto no se trata de nosotros, sino se trata de la gloria de Dios.

En fin hermanos, es muy importante seguir creciendo en nuestro entendimiento de lo que significa la adoración de nuestro Dios.

Gracias al Señor porque los discípulos ADAMI podemos tener esta bella oportunidad de reconocer y celebrar a nuestro gran Dios en su trono celestial que por gracia nos ha acercado a Él por medio de Cristo en el poder del Espíritu Santo. ¡A Él sea la gloria!