Summary: Todos necesitamos ser cuidados y cuidar a otros en el Cuerpo de Cristo.

Haciendo un poco de memoria, puedo recordar a mi madre, cuando era niño, enseñándonos y dando instrucciones cuando íbamos a ir a casa de algún amigo o de otra familia.

Entre esas instrucciones estaba: 1. Cuando llegues, saludas. 2. Todo lo que te sirvan en tu plato, te lo comes sin hacer caras ni comentarios, a menos que sean agradables. 3. Ofrece siempre tu ayuda, no seas niño servido. 4. Da gracias por todo lo que te ofrezcan o den. 5. Despídete de todos y agradece cuando te estés yendo.

Y esto no fue una lección de un solo día, sino que eran instrucciones reiteradas una y otra vez, y posterior a la experiencia, venía también la evaluación con sus preguntas: ¿Saludaste? ¿te comiste todo? ¿Ayudaste? ¿Agradeciste? Etc.

¿Qué estaba haciendo mi madre con esta práctica? Estaba estableciendo en nosotros una cultura familiar de cordialidad y amabilidad. A través de la enseñanza, entrenamiento, supervisión y evaluación estaba tratando de formar en nosotros una manera de ser que considerara a los demás y no nos sintiéramos el centro del mundo. A través de esto, estaba promoviendo una vida disciplinada en sus relaciones de tal forma que se previniera que enredáramos nuestras vidas y nuestras relaciones con actitudes y acciones equivocadas.

Era una especie de disciplina preventiva. Antes de que ocurrieran las cosas que luego tendrían que corregirse, se tomaban todos los esfuerzos necesarios para prevenir el aumento en la frecuencia y gravedad de las faltas.

Este mes estamos hablando de la Disciplina bíblica o eclesiástica, y vamos a explorar de manera introductoria, lo que la Escritura enseña acerca de la función que Cristo ha encomendado a su iglesia para la dirección, cuidado y santificación de los miembros de su cuerpo. Así como un padre disciplina a su hijo que ama, también Dios, a través de la iglesia, quiere hacer precisamente eso hacia sus hijos a quienes ama.

La disciplina bíblica debemos entenderla como parte del discipulado cristiano. La iglesia tiene una fuerte misión formativa o educativa en formación de los nuevos discípulos.

Por eso podemos esperar que toda iglesia cristiana, fiel al mandato del Señor, debe poner un empeño intencional y observable en enseñar la Palabra de Dios a los discípulos. La iglesia es la gran escuela de Cristo. Y en este entorno educativo y formativo es que entra en escena lo que conocemos como disciplina eclesiástica.

La formación de discípulos es como si fuera una moneda con sus dos caras: Por un lado, tenemos la enseñanza y formación bíblica que todo discípulo debe tener de manera regular, y del otro lado de la moneda, está la exhortación, dirección y corrección que el discípulo debe tener cuando se está saliendo del camino trazado por la enseñanza bíblica. Ambos lados de la moneda son importantes en el discipulado.

Y de manera introductoria e imperfecta, aventuramos una definición inicial de lo que es la disciplina eclesiástica diciendo que se trata de procesos, acciones y actitudes, basadas en el evangelio, que la Iglesia aplica, de manera relacional y/o institucional, para prevenir, atender y corregir el pecado en la vida de los miembros del Cuerpo de Cristo.

Subrayemos algunas cosas de nuestra definición. Primero, la disciplina eclesiástica no se trata meramente de sanciones y juicios, sino toda una amplia gama de procesos, acciones, actitudes fundadas, no en caprichos humanos, sino en el evangelio.

Segundo, la disciplina es el ejercicio de la iglesia misma para atender la prevención, atención y corrección del archienemigo del cristiano, que es el pecado. Si somos discípulos aprendiendo a vivir a la manera de Cristo, entonces, esto implicará una lucha para combatir contra el pecado remanente y la disciplina eclesiástica nos va a ayudar en ello.

Tercero, es importante subrayar que cuando hablamos de disciplina estamos hablando de la prevención, atención y corrección del pecado en la vida de los miembros del cuerpo de Cristo, es decir de la iglesia. La disciplina no tratará con el pecado de cualquier persona, sino está enfocada en el pecado en la vida de aquellos que son identificados, reconocidos, recibidos formalmente como parte de la Iglesia de Jesucristo. La disciplina eclesiástica es la iglesia tratando con el pecado los suyos.

Esperamos que, al terminar esta serie, puedas por lo menos, estar convencido de que el tema es bíblico y es la voluntad del Señor para la vida de sus hijos y su iglesia.

Y mejor aún, a que estés dispuesto a ser forjado no sólo por el discipulado en su parte formativa y educativa, sino también en su parte correctiva que es la disciplina eclesiástica.

Hoy nos toca hablar de uno de los énfasis importantes de la disciplina bíblica que es la prevención del pecado. La disciplina eclesiástica no sólo busca corregir el pecado cuando este aparece en el cuerpo de Cristo, sino mucho mejor, busca prevenir que este si quiera aparezca.

Haciendo la comparación con las acciones de mi madre hacia su familia, así también la iglesia (y me refiero a todos sus miembros, a las personas que la conforman) somos llamados a prevenir el pecado en la vida de nuestros hermanos y las nuestras a través de instrucción unos a otros, rendición de cuentas, oración unos por otros, participación en nuestros grupos de comunidad, ánimo y exhortación, supervisión, etc. Una vida en verdadera comunidad donde el evangelio es central, es una fuente tremenda de prevención del pecado en la vida de los miembros de una iglesia local. Somos llamados a enfatizar la disciplina preventiva en la vida diaria y normal de la iglesia del Señor.

Ahora bien, en nuestra sociedad cada vez más individualista, podemos ver, cada vez menos, las implicaciones obvias de ser parte de una colectividad, de una comunidad, de un cuerpo como lo es la iglesia. Estamos cada vez más acostumbrados a que cada quien viva su vida y que nadie se meta con nosotros. Esto nos hace mucho más difícil entender la función de cuidado que la iglesia debe tener hacia sus miembros y que esto sin duda, implicará que precisamente, alguien se “meta” en nuestras vidas.

Por eso ser parte integral y plena de una iglesia local pueda parecer a varios, una amenaza o invasión a su privacidad. Si has comprado la idea del mundo de que “cada quien su vida y no te metas en la mía”, la idea de que tus hermanos te cuiden, te animen, te confronten, no te dejen estar cómodo en tu pecado, etc. Puede no resultar muy agradable.

Pero si es que vamos a entender bien lo que es una iglesia y cómo funciona, lo primero que tenemos que entender y aceptar es al ser parte plena e integral de un cuerpo de creyentes, yo mismo estoy diciendo: quiero que me cuiden, necesito que me exhorten, deseo ser incomodado cuando se requiera con tal de seguir creciendo a semejanza del Señor Jesucristo. Y también ser parte de esa iglesia, me hace responsable de animar, exhortar, cuidar, a mis hermanos cuando el pecado amenace sus vidas.

En pocas palabras, todos necesitamos ser cuidados y cuidar a otros en el Cuerpo de Cristo. Todos debemos ser una especie de “guardaespaldas” espirituales de nuestros hermanos; que, a su vez, deben fungir como nuestros guardaespaldas.

Dios, en su sabiduría, ha arreglado las cosas de tal manera que los miembros de su familia funjan como guardaespaldas los unos de los otros.

Cada uno de nosotros dentro de la familia de Dios también necesitamos ser protegidos de nosotros mismos y de nuestras malas decisiones y deseos que nos apartan de una relación creciente con Cristo. También ustedes, como yo, necesitan a personas que estén dispuestas a animarles, exhortarles, instruirles, confrontarles para que sus corazones no sean engañados y seducidos por lo malo. Todos necesitamos guardaespaldas. Todos necesitamos el énfasis de la disciplina preventiva.

Una ocasión cuando comprendí un poco más cuál es el trabajo de un guardaespaldas. Fue el 30 de marzo de 1981 cuando el entonces presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, sufrió un atentado del cual salió vivo gracias a la pronta respuesta de sus guardaespaldas. Recuerdo haber visto en la televisión cómo los guardaespaldas literalmente se pusieron como escudos humanos para proteger al presidente. Uno de ellos resultó lesionado. Ser guardaespaldas es estar dispuesto a sacrificarte por alguien más con tal de cuidarlo.

Algo así somos llamados a hacer los que somos parte de una iglesia cristiana. Si estás en una relación creciente con Cristo, necesitas un guardaespaldas espiritual, pero también has sido llamado a ser ese guardaespaldas para tu hermano.

Y en el pasaje que hemos leído este día en Hebreos 3:2-13 se nos recalca está función que tenemos en la comunidad en la que Dios nos ha puesto, se recalca la importancia de la disciplina preventiva: Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado.

La epístola a los Hebreos es muy particular. En ella encontramos grandes advertencias en contra de claudicar o abandonar por completo la fe en Cristo.

Lo que pasa es que un grupo de los destinatarios originales de la epístola estaban dejando por completo la fe en Jesús y estaban regresando a formas y creencias judías mezcladas con un poco de filosofías paganas. En fin, estaban abandonando por completo a Cristo.

Por eso, Hebreos se caracteriza por sus declaraciones y advertencias fuertes en contra de dejar de seguir a Jesús. Pero al mismo tiempo nos anima y nos da la respuesta a este tipo de lucha que quizá hoy mismo estemos pasando.

El versículo 12 comienza con las palabras “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo”.

Notemos que el está hablando a personas creyentes, inclusive les llama “hermanos”. ¿Cuál es el problema que se puede suscitar entre los hermanos? Que alguien comience a desarrollar un corazón malo de incredulidad. Está hablando de alguien que ya comenzó a desconfiar de las verdades y principios de Dios. Alguien que está comenzando a decidir que no vale la pena obedecer a Dios, que quizá lo que Dios pide y dice no vale la pena. Un corazón de incredulidad está en desarrollo.

¿Cuál es el efecto que este tipo de corazón tiene? ¡¡¡Nos aparta de Dios!!! Un corazón malo de incredulidad te aparta de Dios.

Quizá no es de golpe, quizá es poco a poco. Hoy pensaste no voy a obedecer a Dios en esto, porque me parece que exagera. “No voy a tratar a mi esposa como vaso más frágil, porque si lo hago se va a aprovechar de mí y acabaré siendo, como dicen mis cuates, “mandilón”. Creo que Dios exagera en esto. O bien tú joven dices: “No voy a obedecer a mi papá en la hora de llegada a la casa. Se que Dios dice que debo obedecerlo, pero la verdad tanto Dios como mi papá exageran…”

Es un proceso paulatino en el que tu corazón se va volviendo cada vez más incrédulo de la verdad de Dios y te va alejando paulatinamente de Dios. Las personas que abandonaron su relación con Cristo, no despertaron un día y dijeron: “Hoy voy a abandonar a Dios” ¡No! Este abandono fue pasando paulatinamente a través de sus decisiones de incredulidad que poco a poco las fueron llevando hasta el punto de decir: “Ya no me importa”. No vale la pena…me voy. ¡Ahí te ves Dios!

Al final del versículo 13 se nos dice algo más al respecto: “para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”. El pecado en tu corazón y en mi corazón tiene una particularidad. Si no lo atendemos hace que nuestro corazón se endurezca.

El pecado es como el concreto. Cuando estás haciendo la mezcla es un líquido muy espeso y si te cae encima no hay problema porque te lo lavas enseguida y listo. Pero que pasa si dejas el concreto sobre tu cuerpo sin limpiarlo por un tiempo considerable, cuando te des cuenta se ha endurecido y qué trabajo da sacarlo.

Así es el pecado, si lo dejas el tiempo suficiente sin atender con los medios que Dios ha provisto en el arrepentimiento, la fe y la obediencia, logrará su propósito en tu vida: endurecer tu corazón. Convencerte de que eres víctima de los pecados de tu prójimo; que tú eres irreprochable y que no tienes culpa de nada.

Te convence que lo que pide Dios es una exageración y una locura. Aquello que tanto amabas y de lo que tanto hablabas en tu relación creciente con Cristo, cuando has endurecido tu corazón por el pecado te parece ridículo, detestable e indeseable. ¡Qué triste es ver a una persona con el corazón endurecido!

En mi ministerio he tenido la triste experiencia de hablar con personas que en otro tiempo mostraban una pasión por Cristo, pero que, cuando se endurecieron, no querían saber nada de él. Como aquel esposo que estaba dejando su pacto matrimonial y cuando fui a exhortarle para que no lo hiciera, me contesto: “sé que estoy mal, pero ya lo decidí y lo voy a hacer”. Y tristemente, lo hizo. Un corazón incrédulo, endurecido por el pecado, que nos aparta del Dios vivo.

Este pasaje nos recalca lo peligroso que es desarrollar un corazón de incredulidad porque te aparta de Dios y si se deja intacto ese corazón engañado por nuestro pecado puede llegar a endurecerse. Este es un peligro real al que estamos expuestos todos los que estamos en una relación creciente con Cristo. Necesitamos ayuda, somos vulnerables. Necesitamos guardaespaldas. Necesitamos disciplina preventiva.

Pero Dios, por la obra de gracia de Cristo, ha provisto la solución a este peligro. Dios ha provisto en su comunidad la vacuna contra este problema. El versículo 13 en la primera parte dice: “antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy”. La provisión de Dios está en la comunidad de gracia, en la iglesia, en la que nos puesto; ahí comienza este proceso de restauración.

Dice el Señor que debemos “Exhortarnos” unos a otros. Dios te ha puesto y me ha puesto en esta comunidad de gracia o en la familia cristiana para que seamos guardaespaldas de nuestros hermanos.

¿Has visto cuando recibimos nuevos miembros que hacemos que los miembros de la iglesia se pongan de pie y también hacen un compromiso con aquellos que estamos recibiendo? Pues es esto. Nos estamos comprometiendo a ser intencionales en cuidar a nuestros hermanos. Y los que están siendo recibidos como miembros de la iglesia local, también están diciendo: quiero que me cuiden, quiero que me exhorten cuando sea necesario, quiero que sean mis guardaespaldas.

Nuestro deber es exhortarnos unos a otros cada día entre tanto que dura ese “hoy” de la gracia de Dios.

Cuando hablamos de exhortar no estamos hablando de “condenar”, “burlar”, “chismear”, “señalar”, “Exponer”, “ridiculizar”, “ofender”. Sino estamos hablando de sacrificar nuestra comodidad en beneficio de nuestro hermano, involucrarnos intencionalmente en la salud espiritual de nuestro hermano, es hablar con prudencia, respeto y amor la verdad bíblica que hará que nuestro hermano regrese al camino recto.

Es advertir amorosamente y sacando nuestra propia viga primero, del peligro que corre nuestro hermano al estarse perfilado en una dirección que lo está apartando de Dios.

Es hablar la palabra de Dios necesaria para un cambio de vida en nuestro hermano. Sin creernos mejores que ellos, o más “santos” que ellos, o como que nosotros no necesitamos también esa misma exhortación.

Esta es la provisión que Dios ha hecho para los creyentes en Cristo, que nos exhortemos en amor unos a otros, que nos cuidemos unos a otros, que seamos guardaespaldas unos de otros. Que practiquemos la disciplina preventiva.

Y esta debe ser una práctica constante e intencional, porque dice: “exhórtense cada día”. Y debe ser hecha con un sentido de urgencia, como algo apremiante, porque dice: “entre tanto que se dice Hoy. Ese hoy es el tiempo de la paciencia y la misericordia de Dios. Ese hoy terminará algún día. Por eso, mientras está ese hoy, Todos necesitamos ser cuidados y cuidar a otros en el Cuerpo de Cristo.

Para que nuestros corazones no se llenen de incredulidad que nos aparte de Dios. Y nuestro pecado no nos endurezca de tal manera que lleguemos a ser insensibles a la verdad de Dios. Dios nos ha puesto como guardaespaldas de nuestro hermano por medio de la exhortación constante, intencional y apremiante.

Por eso, la próxima vez que veas o te enteres que tu hermano está perfilándose hacia el pecado o está en pecado, que está tomando actitudes o acciones que lo ponen en una situación de vulnerabilidad, no hagas lo que cualquiera que no está en Cristo haría: Chismear… “Y ya sabes que fulanito…” y “¡Qué barbaridad…te imaginas qué cosa…”! Y vas comunicando esto a personas para quienes ni es edificante ni pueden hacer algo al respecto.

¡No! aplica tu vocación de guardaespaldas. Ve y exhorta al hermano en amor y a solas entre tanto que se dice hoy. Porque has sido llamado a ser guardaespaldas de tu hermano.

Esposos y esposas, ustedes en su matrimonio son los primeros guardaespaldas con quienes cuentan. Esposo, esposa fuiste puesto por Dios para cuidar que tu cónyuge crezca a semejanza de Jesús. Anímalo, anímala a obedecer y vivir para Dios. Se intencional en ministrarle con la Palabra. Se ejemplo de una relación creciente con Cristo.

Jóvenes, Dios les ha puesto para cuidarse unos a otros. No ayudas a tu amigo o amiga o a tu hermano(a) cuando solapas o celebras sus pecados, sino cuando los exhortas y los animas a obedecer a Dios, estás haciendo lo mejor que podrías hacer. Te estás portando como un verdadero amigo.

Joven, Dios ha colocado también a tus padres como tus guardaespaldas. Sus instrucciones y cuidados hacia ti, no son porque quieren hacer tu vida de cuadritos, sino son medidas para protegerte; son medidas de amor que vienen de Dios. Acepta su protección con gratitud y buena actitud.

Padres Dios les ha puesto como guardaespaldas de sus hijos. Cuando los dejas sin instrucción o corrección estás permitiendo que su corazón de un pasito más lejos de Dios. Te ha puesto para que los animes con palabras y hechos a obedecer a Dios y confiar en él. Seamos intencionales y constantes en dirigir el corazón de nuestros hijos hacia Dios.

En nuestra iglesia, el contexto que mayor cercanía promueve para que se practique la disciplina preventiva es el grupo pequeño. Vuélvanse guardaespaldas los unos de los otros en su grupo pequeño. Anímense, exhórtense, ríndanse cuentas, presenten toda lucha contra la incredulidad en nuestros corazones.

Por supuesto, todo esto hay que hacerlo dependiendo de Dios totalmente y a la manera de Dios. Por eso, te doy para aterrizar un poco en el cómo desarrollarte como guardaespaldas, las siguientes indicaciones para cuando sea la hora de la hora de cumplir con lo que dice Hebreos 3:

Ora mucho antes de hacer esta acción de rescate. Ora para que no sea tu enojo u orgullo lastimado el que hable, sino que Dios use tus palabras para traer gracia y edificación a tu hermano.

Examina tus motivaciones para hacerlo. Saca primero tu viga, Debes pedir a Dios que examine tu corazón para que no exhortes a tu hermano por motivos pecaminosos camuflageados de piedad.

Escoge tus palabras sabiamente. No te presentes a una confrontación sin haber pensado muy bien tus palabras. Escoge cuidadosamente lo que dirás y cómo lo dirás. Es recomendable, inclusive, escribirlo para que sea una respuesta amable que pueda calmar el enojo en vez de avivarlo.

Escucha con atención todo lo que te digan. Es necesario escuchar lo que el hermano tiene que decir sobre el asunto. Trata de entender sus razones, explicaciones o versión de los hechos. La exhortación no es un monólogo, sino un diálogo redentor que busca la restauración. No lo interrumpas cuando esté hablando. Prepara tu corazón para escuchar, aunque quizá no te agrade mucho lo que escuchas. Pero si no sabes qué está pensando cómo le darás la respuesta oportuna para su edificación.

Dirige a la persona siempre a ver a Jesucristo y el evangelio como la respuesta a la situación. La respuesta para ti y para tu hermano es una persona: Jesucristo. No se trata que la persona te haga caso a ti, sino que la persona regrese a la fe en Cristo porque en él está la solución verdadera a su problema.

Ten mucha paciencia. No siempre el hermano responderá positivamente a la exhortación. No permitas que tu frustración te desanime. El éxito no está en el resultado sino en la fidelidad a Dios. Quizá más adelante la exhortación rendirá sus frutos. Mientras tanto, Dios está obrando en tu hermano, pero sobre todo en ti, haciéndote más semejante a Jesús en paciencia y perseverancia.

En fin, en cada relación dentro de esta iglesia donde Dios te ha puesto recuerda que tienes una vocación importante como guardaespaldas. Porque Todos necesitamos ser cuidados y cuidar a otros en el Cuerpo de Cristo.

Cuando a Caín, quien había asesinado a su hermano Abel, le preguntó Dios. “¿Dónde está tu hermano Abel?” El respondió: ¿Acaso soy guarda de mi hermano? O ¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano? La respuesta de Dios a esta pregunta en toda la Biblia es: un ¡¡SÍ!! Sí eres guardaespaldas de tu hermano. Grabémoslo en el corazón: Sí soy guardaespaldas. Dios me ha llamado a ser guardaespaldas de mi hermano; debo practicar la disciplina preventiva para la gloria de Dios.