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Summary: Para gran parte de lo siguiente, con la excepción de las secciones que tratan sobre la ley natural y su relación con el cristianismo, estoy en deuda con las conferencias de Beth Cabrera, The Great Courses Plus.com.

En Efesios 6: 5-9, leemos que los siervos deben ser obedientes a sus amos. Presumiblemente, lo mismo se aplica hoy en día para empleados y otros trabajadores. Deben ser obedientes a cualquier autoridad sobre ellos. Al leer un poco más, descubrimos que los empleadores (maestros) deben ser dignos de obediencia, cuidar fielmente a los empleados y no usar amenazas para cumplir los objetivos de gestión. En 1 Timoteo 5: 8 leemos: «el que no provee para los suyos, y sobre todo para los de su propia casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo». Estas reglas son aplicables a las prácticas de gestión dentro de las iglesias, escuelas, negocios y otras organizaciones. Los trabajadores de una organización son la gente de la gerencia. La gerencia es responsable del bienestar de su organización.

Los investigadores actuales están descubriendo que las organizaciones más exitosas son aquellas en las que el líder organizacional establece un ambiente de bienestar para los miembros de la organización. Esta sensación de bienestar fue descrita como eudaimonia por el filósofo griego Aristóteles del siglo IV a.C. La eudaimonia surge como resultado del florecimiento humano; es decir, una sensación de que uno se está desempeñando bien y está a la altura de su potencial, haciendo contribuciones significativas. Existe un concepto filosófico denominado ley natural que determina el florecimiento opuesto al no florecimiento en el amplio sentido ontológico; es decir, el ser opuesto a la entropía, siendo la entropía la degradación de la materia hasta el punto de consumirse en el no ser o el caos. El Buen Vivir o bienestar ocurre cuando las personas habitualmente viven conforme a la ley natural. Aristóteles utiliza el término virtud para llamar a los buenos modos habituales de funcionamiento El cristianismo tiene un concepto similar. Sin embargo, se expresa en forma negativa: lo contrario de vivir conforme a la ley natural de Dios es el pecado que el alma, si se abre a la percepción, ve como una amenaza detestable para la vida espiritual; es decir, la causa de la muerte en el sentido ontológico amplio de la palabra (ver Romanos 7: 22-25).

Si el alma humana busca la felicidad (o sea, armonía con la ley natural) como Aristóteles sostiene, entonces las cosas que nos hacen más felices son los hábitos de una vida virtuosa que están en armonía con la ley natural y, por lo tanto, son favorables para la supervivencia (en el sentido ontológico). Jesús enseñó algo similar en la sección de la Escritura conocida como «las bienaventuranzas». Él enumera las razones para ser bendecido (feliz), todo lo cual sugiere que la obediencia a la ley natural de Dios puede resultar en sufrimiento en esta vida, pero finalmente resultará en felicidad en la próxima. Por ejemplo, «Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo, porque les espera una gran recompensa en el cielo» (ver Mateo 5: 3-12). Estar en armonía con la ley natural es lo mismo que estar en armonía con la ley de Dios, porque Dios creó la ley natural con la que el universo y todo lo que hay en él se mantiene unido. Cuanto más nos acercamos a la ley natural, más nos acercamos a parecernos a Cristo, al objetivo teleológico final que Dios tiene para la humanidad.

Toda la materia física fue creada a través de la palabra de Dios que separó lo que existe del caos (ver Génesis 1: 1-26). La palabra de Dios es la ley natural. Lo que existe debe ajustarse a la ley natural para continuar existiendo. Por ejemplo, un elemento como el plutonio tiene una estructura atómica. Mientras la estructura atómica se ajuste a la ley, por la cual fue llamada a existir, existe como plutonio. Si rompe la estructura atómica interna del plutonio, el plutonio deja de existir. Ya no está en conformidad con la ley por la cual se definió el plutonio, separado por la palabra de Dios, la ley natural, del caos. Extrapola esto a todo lo que existe, incluida la humanidad misma. Si la humanidad va en contra de la ley natural que nos hace humanos; es decir, si uno comete pecados habitualmente y no se adhiere a la ley natural por la cual el humano se define como humano o, en el sentido bíblico, como hijo o hija de Dios, la humanidad se descompone, decae, entra en entropía y, eventualmente, el alma humana se eclipsa hasta perderse.

El concepto de ley natural está en armonía tanto con la descripción bíblica de la caída del ser humano descrita en el Génesis, como con la redención del ser humano, descrita en el Nuevo Testamento. También es similar al concepto de Aristóteles de lo correcto y lo incorrecto, el Bien y el Mal, como se expone en su Ética Nicomáquea. Ahora, lo realmente interesante es que la investigación secular reciente apoya tanto el concepto bíblico de la ley de Dios, como el concepto de Aristóteles del Bien y el Mal. Aquello que es favorable para la supervivencia en el sentido ontológico, referido por Aristóteles como bienestar, es el bien que deberíamos reforzar tanto en nuestra vida personal como institucional.

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