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Summary: Solo por fe

Sola Fide

Intro. En el mes de octubre de 1517, un monje agustino llamado Martín Lutero, colocó sus 95 tesis en la puerta de la capilla de Wittemberg, Alemania, en las que manifestaba su oposición en contra de lo que se enseñaba en sus días respecto a las indulgencias. El problema de fondo detrás de todo esto era: ¿cómo una persona pecadora puede ser admitido o recibido como justo delante de un Dios santo? En otras palabras, ¿Cómo las personas pecadoras, como usted y como yo, pueden aspirar a tener una relación con Dios perdurable y eterna?

En los días de Lutero, la enseñanza oficial era que a través de sus buenas obras la persona se hacía merecedora de estar con Dios en la gloria. Por supuesto, era importante la fe, se hablaba del sacrificio de Jesús por los pecados, se hablaba del arrepentimiento, pero a todo esto era necesario e indispensable agregarle las buenas obras del individuo para ganar su lugar con Dios.

Entonces, en 1517 la pregunta era ¿Cómo puede ser justificado el ser humano delante de Dios? ¿Cómo puede ser declarado o considerado como justo o recto una persona delante de Dios?

A partir de esos eventos del siglo XVI, que se conocen en la historia como la Reforma Religiosa, ha surgido un entendimiento bíblico de este asunto. Y aquí estamos en el año 2010 y somos los herederos de este reencuentro con la enseñanza bíblica respecto a cómo puede ser el hombre justificado delante de Dios.

Por eso este mes, estamos recordando parte de nuestra herencia que viene desde la época de la reforma del siglo XVI y estamos tratando de ver qué implicaciones prácticas tiene para nuestra vida en el siglo XXI.

La semana pasada se nos habló de unas de las enseñanzas centrales de la reforma, soli deo gloria (Sólo a Dios la gloria). Dios es el único merecedor de la adoración. Nada ni nadie más debe consumir nuestra pasión y amor. Sólo Dios debe ser el centro de nuestras vidas.

Hoy estaremos abordando otros de los énfasis de la reforma y que se ha conocido desde entonces en su versión en latín: “Sola FIDE” (Sólo por fe). Recordemos, la pregunta clave era y es: ¿Cómo las personas pecadoras pueden ser consideradas justas o rectas delante de un Dios santo?

La respuesta oficial en los días de la reforma era básicamente: tus obras te hacen merecer el título y la condición de justo. Es decir, todo depende de ti y tu desempeño. Ciertamente, Cristo te “echa la mano” “te pone el estribo”, pero cada uno tiene que complementar esa obra de Cristo con sus propias obras de justicia.

Pero los reformadores, como Lutero, al estudiar las Escrituras comenzaron a notar que la Biblia daba una respuesta distinta. Ciertamente, la Biblia habla de buenas obras, habla de arrepentimiento, habla de obediencia, pero ellos comenzaron a notar que cuando la Biblia habla de cómo una persona puede tener una relación abundante, creciente y eterna con Dios, daba una respuesta particular.

En pasajes como Romanos 3, la Escritura deja claro cómo es que la persona es justificada delante de Dios.

El apóstol Pablo ha estado discutiendo el tema de la justificación en el contexto y ha mostrando como ningún ser humano es digno o merecedor de ser considerado justo delante de Dios. Citando los Salmos muestra que “No hay justo ni aun uno”.

Los judíos pensaban que por la observancia de la ley de Moisés podrían ser considerados justos delante de Dios, pero el apóstol en estos primeros capítulos de la epístola ha estado demostrando que no importa si eres judío o eres gentil (persona de cualquier otra nacionalidad), de igual manera, el cumplimiento de la ley de Moisés no te hace merecedor de la gloria de Dios, como dice el versículo 23: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”.

La única manera en que pudieras ser justificado por tus obras buenas es si cumplieras la ley perfectamente y sin falta. Si fallas en un mandamiento, aunque sea por un instante, entonces, todo lo demás se echa a perder por esa única falta.

Es como si quisieras preparar un omelette de 10 huevos. Entonces, vas poniendo cada huevo para hacer la mezcla y te das cuenta que el huevo número 10 está podrido. Pero dices: “1 huevo no hará la diferencia, pues son 9 los que están buenos” y pones el décimo huevo en la mezcla. ¿Quién quiere comer un omelette con estas características? Por supuesto que nadie, porque 1 huevo podrido echa a perder toda la mezcla.

Así sucede cuando quieres justificarte por medio de cumplir los mandamientos, es decir, a través de tus buenas obras. Por eso Pablo dice: “No hay justo ni aun uno” y “Todos están destituidos de la gloria de Dios”. Porque nadie puede cumplir perfectamente la ley de Dios. ¿Y entonces cómo podremos personas pecadoras como nosotros estar delante de un Dios santo para la eternidad?

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