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Summary: Nuestro Dios sustentador tiene el propósito de suplir nuestras necesidades, fortalecer nuestra confianza y establecer un testimonial para la siguiente generación.

No sé si te pasaba como mí, pero de niño conforme se acercaba el día de mi cumpleaños la emoción iba creciendo vertiginosamente. Y la verdad, me emocionaba tanto cumplir años, no porque estaba ampliando mi rango de libertad o porque iba a convivir con familiares y amigos queridos, ni siquiera porque comería mi platillo y postre favoritos, sino porque ese día recibiría regalos.

Recuerdo que cuando comenzaban a llegar los invitados a la fiesta, mi alegría no era por ver a los invitados, algunos quizá que no había visto en mucho tiempo, sino mi alegría era por ver el tamaño de la caja envuelta con la que llegaban.

Así que cuando se acercaban, trataba de acelerar el saludo protocolario impuesto por la mirada de fuego materna, para luego abalanzarme sobre el regalo, perdiendo interés por ese invitado el resto de la fiesta.

Quizá ahora al recordar estas actitudes infantiles y egocéntricas nos da risa y nos hace agitar la cabeza, pero quizá tengamos que reconocer que esa tendencia egoísta, interesada y autocomplaciente no se ha ido del todo.

Y en especial, lo podemos notar, en nuestra relación con Dios. Tristemente, tenemos que reconocer que muchas veces nuestra relación con Dios raya en una relación de conveniencia. Estoy muy a gusto y contento con Dios, siempre y cuando me llene de regalos, de atenciones, y comodidades. Dios me parece maravilloso, siempre y cuando sea evidente sus sustento, provisión y fidelidad, evaluadas de acuerdo con mis propios criterios.

Pero la Escritura nos muestra algo muy distinto a esto. Dios se muestra en la Escritura como el Dios sustentador, que es soberano, y cumple su palabra, pacto y promesas, de acuerdo con sus propósitos santos. Su provisión es fiel y perfecta, pero no siempre estará de acuerdo con nuestros criterios egocéntricos. Dios es un sustentador que nos da abundantemente, pero no está a nuestro servicio. Al contrario, nosotros estamos para servirle y a su servicio.

En nuestra serie de sermones: ¡Quién como Él! Estamos considerando cómo se ha revelado el Señor en el libro de Éxodo, para que, al conocerlo más, le amemos más. Ya hemos hablado de nuestro Dios fiel y libertador, y hoy veremos al Señor, sustentador de su pueblo.

Recordemos un poco de lo recorrido en la historia del libro de Éxodo. El pueblo de Israel había estado cautivo en Egipto por muchos años y Dios los liberó con poder del dominio de Faraón. Dios hizo venir sobre Egipto plagas que mostraban quién era el verdadero Rey. El instrumento humano que Dios usó fue Moisés. Él fue establecido como el líder para llevar al pueblo a la tierra prometida.

La semana pasada, dejamos al pueblo celebrando la derrota final de faraón y sus ejércitos después del cruce del mar rojo. Jinetes y caballos que estaban persiguiendo al pueblo indefenso habían quedado sepultados bajo las aguas del mar.

El capítulo 15 de éxodo, entonces, inicia mostrándonos la gran celebración del pueblo porque Dios había hecho un despliegue de su poder al abrir el mar rojo para que el pueblo pasara en seco, cerrando detrás de ellos el acceso al ejército egipcio que venía por ellos. Dios los había librado una vez más con gran poder.

Pero, casi enseguida, comenzaron circunstancias prácticas y cotidianas, que iban mostrando el corazón del pueblo hacia Dios. Y quizá podamos reflejarnos también nosotros en ellos.

Pasaron unos cuantos días andando por el desierto de Shur y no habían hallado agua (Un problema de logística esperable, pues estaban en un desierto). Llegaron a un lugar que luego le llamaron “Mara” (que significa: amargura) y no pudieron beber sus aguas porque estaban amargas. Así llegamos a Éxodo 15:24 donde nos dice: “Comenzaron entonces a murmurar en contra de Moisés, y preguntaban: «¿Qué vamos a beber?»”.

¿Era esta una pregunta legítima? ¡Claro! Después de todo eran muchas personas y estaban en el desierto. El problema no fue la inquietud, sino la murmuración. No es la pregunta en sí, sino la actitud detrás de la pregunta. Normalmente, cuando murmuramos, no necesariamente las palabras o el contenido de lo que decimos es lo malo, sino la actitud que tenemos al decirlas, el contexto relacional donde las decimos y el clima de inestabilidad que creamos al murmurar.

El pasaje nos indica que Moisés clamó al Señor y él le indicó qué hacer y las aguas quedaron milagrosamente potables y el pueblo bebió y se sació.

El Capítulo 17 de éxodo, nos muestra una situación similar. Nos indica que del desierto de Sin se dirigieron a refidim. Nuevamente, se presentó el problema del agua…no tenían agua para beber.

¿Era real su necesidad? ¡Claro! ¿Qué debían hacer? Bueno, a la luz de su pasado (liberación de Egipto, cruce del mar rojo, el agua de mara)…¿Qué debían haber hecho? Confiar en Dios. Pero ¿Qué hicieron?

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