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Summary: Cuando oremos hagamos evidente que nuestra mayor necesidad es el Padre celestial

No sé si te pasaba como mí, pero de niño conforme se acercaba el día de mi cumpleaños la emoción iba creciendo vertiginosamente. Y la verdad, me emocionaba tanto cumplir años, no porque estaba ampliando mi rango de libertad o porque iba a convivir con familiares y amigos queridos, ni siquiera porque comería mi platillo y postre favoritos, sino porque ese día recibiría regalos.

Recuerdo que cuando comenzaban a llegar los invitados a la fiesta, mi alegría no era por ver a los invitados, algunos quizá que no había visto en mucho tiempo, sino mi alegría era por ver el tamaño de la caja envuelta con la que llegaban.

Así que cuando se acercaban, trataba de acelerar el saludo protocolario impuesto por la mirada de fuego materna, para luego abalanzarme sobre el regalo, perdiendo interés por ese invitado el resto de la fiesta.

Quizá ahora al recordar estas actitudes infantiles y egocéntricas nos da risa y nos hace agitar la cabeza, pero quizá tengamos que reconocer que esa tendencia egoísta, interesada y autocomplaciente no se ha ido del todo. Y lo podemos notar sobre todo en nuestra vida de oración.

Cuando pensamos en oración, ¿qué es lo que viene a nuestra mente? Tenemos que reconocer que nuestras oraciones parecen más bien listas de supermercado. Listas de lo que pensamos son nuestras necesidades. Listas de cosas y situaciones en las que nosotros somos el centro y la prioridad.

Nos parecemos mucho a ese niño yendo sobre los regalos en vez de disfrutar la compañía e interés del dador de los regalos. Pareciera que sólo queremos hablar con Dios cuando hay algo que nos está afectando a nosotros y necesitamos que Dios haga algo al respecto porque no nos sentimos cómodos con la situación.

Nuestras oraciones parecen más bien exposiciones de nuestros planes y sueños, centrados en nuestro bienestar y prosperidad en todo aspecto.

Nuestras oraciones tienden a parecerse a la expresión de los tres deseos concedidos por el genio de la lámpara maravillosa en la que tenemos la expectativa de que Dios cumpla nuestros requerimientos.

Tenemos que reconocer que no sabemos orar ni sabemos bien cómo y por qué debemos orar. Los discípulos de Jesús un día se dieron cuenta de que tampoco sabían orar y le pidieron a Jesús: ¡Señor enséñanos a orar! ¡Señor no sabemos orar como tú lo haces! ¡Necesitamos que nos enseñes!

Y en respuesta a esta petición, Jesús enseña a sus discípulos (y a nosotros) a orar verdaderamente de acuerdo con la voluntad de Dios. De ahí surgen esas palabras tan especiales que se les ha conocido en la historia de la Iglesia como “la oración del Señor” o el “Padre Nuestro”.

Este mes, en nuestra serie de sermones, estamos haciendo la misma petición al Señor. Reconociendo nuestra carencia y nuestra limitación en el rubro de la oración le estamos pidiendo al Señor que nos enseñe a orar.

No cabe duda, que nosotros al igual que los discípulos necesitamos aprender a orar. Y precisamente, todo este mes estamos considerando el Padre Nuestro para aprender a orar de la forma en la que Jesús enseñó a sus discípulos desde el principio.

Alinearemos las prioridades, énfasis y enfoque de nuestras oraciones a lo que enseña la infalible Palabra del Señor al respecto.

Hoy continuamos explorando la oración del Señor, tal como se nos presenta en el evangelio de Mateo capítulo 6 versículos 9 al 13.

Y en particular nos centraremos en la tercera frase de la oración del Señor. Dice Mateo 6:11, Danos hoy nuestro pan cotidiano.

Como hemos visto en semanas anteriores, muy diferente a la tendencia de nuestras oraciones, Jesús nos ha enseñado que la oración no se trata principalmente de desahogar nuestras necesidades, como hubiéramos pensando, sino se trata de centrar nuestros corazones en Dios. Lo primero en la oración, como hemos visto, es centrar nuestro corazón en él y reconocer que su nombre es santo y su reino es lo más importante. Por eso oramos: “Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad en la tierra, así como en el cielo”.

Nos debe quedar claro que nuestra lista de supermercado, nuestra lista de necesidades, tiene que aguardar porque no es el centro de la oración. Dios y su reino vienen siempre primero. Ese es el enfoque y centro de la oración.

Ahora bien, al llegar el tercer elemento de esta oración del Padre Nuestro, “Danos hoy nuestro pan cotidiano” podríamos pensar: “Ahora sí…llegó el momento de sacar mi lista” “Ahora sí el Señor tiene que atender mis peticiones y resolver mis problemas ya, porque me siente muy incómodo con esta situación, no me está gustando cómo me está afectando todo esto y no se supone que debe yo estar pasando por esto”.

Ya que la tercera frase de esta oración comienza a hablar de cosas más relacionadas con nuestra vida ordinaria, es decir, del pan, de lo que comemos, entonces podemos equivocadamente pensar que a partir de este punto la oración se trata principalmente de nosotros.

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